Crispado, rabioso, dispuesto a atacar.
Me aseguran hasta que Felipe González y la vieja guardia del partido le temen y que Rubalcaba, antes de morir, ya le tenía miedo y advertía a sus amigos de lo temible que era Sánchez. A pesar de ello, Rubalcaba se atrevía a cuestionarlo, hasta que murió de repente.
Sánchez maneja como nadie el palo y la zanahoria y los utiliza para embridar a los golpistas e independentistas catalanes, a los proetarras vascos y hasta al mercenario PNV. Aunque no lo parezca, los socios antiespañoles, reyes del odio a España, también le temen. Me juran que en el PP también le tienen pánico. Es difícil entender que en un país moderno y democrático el miedo a Sánchez pueda ser tan profundo y reverencial.
Afirman que plantarle cara a Pedro Sánchez es casi un suicidio. Te mira, te marca y empiezan a llegarte los golpes y los problemas desde todos los ángulos. Su guardia pretoriana, integrada por mediocres fanáticos, conscientes de que se lo deben todo a Sánchez, como Bolaños, la Montero, la Calviño y otros, está dispuesta a acosar, herir y ejecutar a los que cuestionan el poder del líder supremo. Sacar la espada delante de Sánchez es más difícil que Adriana Lastra apruebe el bachillerato o que Irene Montero trabaje un rato.
Pero siempre ocurre que quien da miedo también lo siente. Sánchez es presa del pánico en estos momentos, sobre todo después de sus derrotas electorales humillantes en Madrid, Andalucía y Castilla y León. Él sabe que perder Andalucía equivale casi a una pérdida segura de España. También le tiene miedo a las encuestas que vaticinan su derrota, a los barones rebeldes, a los muertos y heridos que ha dejado en la cuneta, como Ábalos, Carmen Calvo e Iván Redondo, entre otros, algunos de los cuales se la tienen jurada, y teme también a la salud mental que están demostrando algunos líderes del PP como Feijóo, Juanma Moreno, Isabel Díaz Ayuso y otros,
Pero Sánchez le tiene miedo, sobre todo, a dos adversarios temibles, que por ahora están dormidos pero que un día despertarán con ganas de fuego y venganza: primero a su propio partido porque sabe que allí tiene a miles de reprimidos, todavía acobardados, que le acusan en silencio de destruir el PSOE, y después a la ciudadanía española, que un día va a despertar para expulsar del poder a los malos gobernantes, enemigos de España y de la democracia, como Zapatero, Rajoy y él mismo.
Casi nadie se atreve a hablarle claro porque todos saben que no soporta la crítica y que su mirada, cuando es cuestionado, es como una daga morisca. Pero algunos valientes le dicen que está abusando del pueblo, que los impuestos son injustos, odiosos y expoliadores, que las concesiones a los vascos y catalanes son peligrosas y que las encuestas reflejan, sobre todo, el hartazgo de un pueblo martirizado desde la Moncloa y Ferraz.
Cientos de miles de españoles se lo dicen cada día desde Internet, denunciando sus abusos, arbitrariedades y traiciones. Esa marea de críticas ciudadanas, emanación espontánea del pueblo martirizado y de intelectuales responsables y demócratas, siempre ha terminado por ganar la batalla, aunque a veces cueste lograrlo porque la lucha es contra todo un Estado poderoso y omnipotente, manejado por la ambición desenfrenada de un temible maestro del miedo.
Francisco Rubiales
Sánchez maneja como nadie el palo y la zanahoria y los utiliza para embridar a los golpistas e independentistas catalanes, a los proetarras vascos y hasta al mercenario PNV. Aunque no lo parezca, los socios antiespañoles, reyes del odio a España, también le temen. Me juran que en el PP también le tienen pánico. Es difícil entender que en un país moderno y democrático el miedo a Sánchez pueda ser tan profundo y reverencial.
Afirman que plantarle cara a Pedro Sánchez es casi un suicidio. Te mira, te marca y empiezan a llegarte los golpes y los problemas desde todos los ángulos. Su guardia pretoriana, integrada por mediocres fanáticos, conscientes de que se lo deben todo a Sánchez, como Bolaños, la Montero, la Calviño y otros, está dispuesta a acosar, herir y ejecutar a los que cuestionan el poder del líder supremo. Sacar la espada delante de Sánchez es más difícil que Adriana Lastra apruebe el bachillerato o que Irene Montero trabaje un rato.
Pero siempre ocurre que quien da miedo también lo siente. Sánchez es presa del pánico en estos momentos, sobre todo después de sus derrotas electorales humillantes en Madrid, Andalucía y Castilla y León. Él sabe que perder Andalucía equivale casi a una pérdida segura de España. También le tiene miedo a las encuestas que vaticinan su derrota, a los barones rebeldes, a los muertos y heridos que ha dejado en la cuneta, como Ábalos, Carmen Calvo e Iván Redondo, entre otros, algunos de los cuales se la tienen jurada, y teme también a la salud mental que están demostrando algunos líderes del PP como Feijóo, Juanma Moreno, Isabel Díaz Ayuso y otros,
Pero Sánchez le tiene miedo, sobre todo, a dos adversarios temibles, que por ahora están dormidos pero que un día despertarán con ganas de fuego y venganza: primero a su propio partido porque sabe que allí tiene a miles de reprimidos, todavía acobardados, que le acusan en silencio de destruir el PSOE, y después a la ciudadanía española, que un día va a despertar para expulsar del poder a los malos gobernantes, enemigos de España y de la democracia, como Zapatero, Rajoy y él mismo.
Casi nadie se atreve a hablarle claro porque todos saben que no soporta la crítica y que su mirada, cuando es cuestionado, es como una daga morisca. Pero algunos valientes le dicen que está abusando del pueblo, que los impuestos son injustos, odiosos y expoliadores, que las concesiones a los vascos y catalanes son peligrosas y que las encuestas reflejan, sobre todo, el hartazgo de un pueblo martirizado desde la Moncloa y Ferraz.
Cientos de miles de españoles se lo dicen cada día desde Internet, denunciando sus abusos, arbitrariedades y traiciones. Esa marea de críticas ciudadanas, emanación espontánea del pueblo martirizado y de intelectuales responsables y demócratas, siempre ha terminado por ganar la batalla, aunque a veces cueste lograrlo porque la lucha es contra todo un Estado poderoso y omnipotente, manejado por la ambición desenfrenada de un temible maestro del miedo.
Francisco Rubiales
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