La reciente ley de Memoria Histórica, impulsada por el gobierno que preside José Luis Rodríguez Zapatero, es un claro rasgo gubernamental totalitario, contrario a la democracia, como también lo son otros muchos gestos y comportamientos del actual gobierno, entre los que destacan la constante tergiversación y ocultamiento de la verdad.
Aunque el anterior gobierno del Partido Popular, sobre todo en el segundo mandato de Aznar, tuvo destacados e inquietantes rasgos totalitarios, el gobierno de ZP ha no le va a la zaga por haber ocultado a la sociedad demasiada información que los ciudadanos necesitan para opinar con fundamento y decidir con criterio. Ha ocultado información sobre muchos asuntos de interés general, entre ellos sobre negociaciones con los terroristas y sobre ataques a las tropas españolas en Afganistán, olvidando que la opacidad, en democracia, es siempre un peligroso reflejo totalitario que envilece el sistema y emponzoña la relación entre el poder y los ciudadanos.
No existe un sólo politólogo de prestigio que no considere la opacidad como un reflejo totalitario, antagónico con una democracia que exige transparencia, luz, taquígrafos y respeto absoluto a la verdad.
No menos totalitario es el rechazo a la objeción de conciencia que presentan miles de padres contra la asignatura "Educación para la Ciudadanía", impuesta desde el poder, ignorando que la objeción es un derecho humano reconocido en todas las constituciones y cartas internacionales. Desacreditar a los objetores, como hace el gobierno, es un claro rasgo totalitario que debería avergonzar al actual gobierno de España.
Pero el más totalitario de todos los rasgos del gobierno Zapatero es su intento de borrar el pasado y de reescribir la Historia, algo que han intentado hacer todos los tiranos y dictadores desde las antiguas dinatías de faraones egipcios.
Los que han retirado a Franco su título de doctor "honoris causa" por Santiago de Compostela., los mismos que desmontan y funden sus estatuas ecuestres, son pequeños dictadores empotrados en la democracia que han sucumbido hoy, con la ley recién aprobada, al más típico de los vicios de los sátrapas, el de borrar la historia que no les gusta para reescribirla a su gusto.
Los que quieren borrar la historia y reescribirla son gente débil y acomplejada. La gente fuerte, segura de si misma y dotada de razones y argumentos, acepta la historia y, si no les gusta, compite con ella para darle otra orientación, pero lo hacen con ideas y con las armas del intelecto, no con el Boletin Oficial del Estado. Luchar contra la historia con la inteligencia es osadía intelectual, pero hacerlo amparándose en el poder político es totalitarismo acomplejado.
Los muy imbéciles no saben que, al querer tergiversar la historia y la memoria de personajes que existieron, lo único que consiguen es reforzarlos como mitos.
Recuerdo muchos rasgos totalitarios de los actuales políticos españoles en el poder y en la oposición, suficientes para escribir un libro e imposibles de resumir en un post, pero me golpeó con especial fuerza el que Rodriguez Ibarra, siendo presidente de la Junta de Extremadura, pidiera públicamente "terminar" con Pedrojota, el director del diario "El Mundo".
Ibarra debería saber que "terminar con él" suena a "liquidarlo", a "checa", a totalitarismo violento y duro, el mismo método ignominioso que practicaron los tiranos durante siglos para librarse de sus enemigos, un procedimiento contrario a la democracia y, además, fuera de la ley.
También me golpea lo ocurrido con los estatutos de Cataluña y Andalucía, sospechosos de inconstitucionalidad, sobre todo el primero, aprobados vergonzosamente por el poder dominante con apenas un tercio de adhesiones ciudadanas, a pesar de que cualquier jurista de prestigio recomienda que las grandes leyes sean aprobadas por consenso o por amplias mayorías.
He escuchado a muchos expertos en derecho político afirmar que la democracia es imposible con los políticos actuales porque la vida interna de los partidos políticos está ideada no para forjar a demócratas sino a peligrosos autoritarios, que, si quieren prosperar en el seno de sus partidos se ven obligados a someterse a sus jefes, a renunciar a sus propias ideas, a silenciar sus opiniones en debates que siempre son falsos, a enterrar la conciencia bajo siete llaves, a adular constantemente al jefe y, en definitiva, a vivir dentro de un mundo vertical, autoritario y diametralmente opuesto a la democracia, en el que el más fuerte siempre tiene la razón.
Y explican que, después, cuando esos políticos ganan las elecciones y asumen el deber de gobernar, lo hacen con el espíritu que han vivido y convierten la democracia, que es el arte de convivir en paz e igualdad bajo el poder del ciudadano, en una oligocracia feroz en la que lo importante es prevalecer, dominar y permanecer en el poder, "como sea".
El vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española, monseñor Antonio Cañizares, cree que en España avanzan las actitudes totalitarias y esgrime como argumento que la asignatura de 'Educación para la Ciudadanía", impuesta en los colegios por el gobierno de Zapatero, "llevaría hacía el totalitarismo", ya que 'no enseña a ser buenos sino a portarse bien', lo que conduciría a la sociedad española a 'una cuesta abajo hacia un régimen totalitario'.
Es cierto que la Iglesia Católica tiene poca autoridad y prestigio cuando habla de totalitarismo, un vicio que ella ha practicado demasiado a lo largo de la Historia, causando muchos miles de muertes injustas, pero la opinión del obispo Cañizares no es la única emitida en ese sentido, ni en España ni en Europa, donde numerosos estudiosos y politólogos denuncian que los gobiernos y los partidos se hacen cada día más poderosos e incontrolables y que los ciudadanos cada día son más débiles y relegados al ostracismo, hechos que deben interpretarse como claros "avances totalitarios".
La Iglesia Católica cree que el laicismo y el relativismo, impulsados por los gobiernos, son las puertas de entrada al totalitarismo, mientras que entre los pensadores políticos se le otorga más importancia a tendencias como la hipertrofia del poder de los partidos políticos, la profesionalización creciente de la política, la debilidad de la sociedad civil, invadida por la política, la marginación del ciudadano de los procesos de toma de decisiones y el atrincheramiento de las castas políticas en el poder y en los privilegios más indecentes.
En Europa ha empezado a acuñarse el término "fascismo democrático" para identificar a los partidos y gobiernos que han adaptado sus tendencias totalitarias al juego democrático, donde permiten al ciudadano expresarse libremente, pero sin que la ciudadanía posea el más mínimo control de un sistema democrático que los políticos monopolizan y en el que, teóricamente, el ciudadano es el soberano.
Aunque el anterior gobierno del Partido Popular, sobre todo en el segundo mandato de Aznar, tuvo destacados e inquietantes rasgos totalitarios, el gobierno de ZP ha no le va a la zaga por haber ocultado a la sociedad demasiada información que los ciudadanos necesitan para opinar con fundamento y decidir con criterio. Ha ocultado información sobre muchos asuntos de interés general, entre ellos sobre negociaciones con los terroristas y sobre ataques a las tropas españolas en Afganistán, olvidando que la opacidad, en democracia, es siempre un peligroso reflejo totalitario que envilece el sistema y emponzoña la relación entre el poder y los ciudadanos.
No existe un sólo politólogo de prestigio que no considere la opacidad como un reflejo totalitario, antagónico con una democracia que exige transparencia, luz, taquígrafos y respeto absoluto a la verdad.
No menos totalitario es el rechazo a la objeción de conciencia que presentan miles de padres contra la asignatura "Educación para la Ciudadanía", impuesta desde el poder, ignorando que la objeción es un derecho humano reconocido en todas las constituciones y cartas internacionales. Desacreditar a los objetores, como hace el gobierno, es un claro rasgo totalitario que debería avergonzar al actual gobierno de España.
Pero el más totalitario de todos los rasgos del gobierno Zapatero es su intento de borrar el pasado y de reescribir la Historia, algo que han intentado hacer todos los tiranos y dictadores desde las antiguas dinatías de faraones egipcios.
Los que han retirado a Franco su título de doctor "honoris causa" por Santiago de Compostela., los mismos que desmontan y funden sus estatuas ecuestres, son pequeños dictadores empotrados en la democracia que han sucumbido hoy, con la ley recién aprobada, al más típico de los vicios de los sátrapas, el de borrar la historia que no les gusta para reescribirla a su gusto.
Los que quieren borrar la historia y reescribirla son gente débil y acomplejada. La gente fuerte, segura de si misma y dotada de razones y argumentos, acepta la historia y, si no les gusta, compite con ella para darle otra orientación, pero lo hacen con ideas y con las armas del intelecto, no con el Boletin Oficial del Estado. Luchar contra la historia con la inteligencia es osadía intelectual, pero hacerlo amparándose en el poder político es totalitarismo acomplejado.
Los muy imbéciles no saben que, al querer tergiversar la historia y la memoria de personajes que existieron, lo único que consiguen es reforzarlos como mitos.
Recuerdo muchos rasgos totalitarios de los actuales políticos españoles en el poder y en la oposición, suficientes para escribir un libro e imposibles de resumir en un post, pero me golpeó con especial fuerza el que Rodriguez Ibarra, siendo presidente de la Junta de Extremadura, pidiera públicamente "terminar" con Pedrojota, el director del diario "El Mundo".
Ibarra debería saber que "terminar con él" suena a "liquidarlo", a "checa", a totalitarismo violento y duro, el mismo método ignominioso que practicaron los tiranos durante siglos para librarse de sus enemigos, un procedimiento contrario a la democracia y, además, fuera de la ley.
También me golpea lo ocurrido con los estatutos de Cataluña y Andalucía, sospechosos de inconstitucionalidad, sobre todo el primero, aprobados vergonzosamente por el poder dominante con apenas un tercio de adhesiones ciudadanas, a pesar de que cualquier jurista de prestigio recomienda que las grandes leyes sean aprobadas por consenso o por amplias mayorías.
He escuchado a muchos expertos en derecho político afirmar que la democracia es imposible con los políticos actuales porque la vida interna de los partidos políticos está ideada no para forjar a demócratas sino a peligrosos autoritarios, que, si quieren prosperar en el seno de sus partidos se ven obligados a someterse a sus jefes, a renunciar a sus propias ideas, a silenciar sus opiniones en debates que siempre son falsos, a enterrar la conciencia bajo siete llaves, a adular constantemente al jefe y, en definitiva, a vivir dentro de un mundo vertical, autoritario y diametralmente opuesto a la democracia, en el que el más fuerte siempre tiene la razón.
Y explican que, después, cuando esos políticos ganan las elecciones y asumen el deber de gobernar, lo hacen con el espíritu que han vivido y convierten la democracia, que es el arte de convivir en paz e igualdad bajo el poder del ciudadano, en una oligocracia feroz en la que lo importante es prevalecer, dominar y permanecer en el poder, "como sea".
El vicepresidente de la Conferencia Episcopal Española, monseñor Antonio Cañizares, cree que en España avanzan las actitudes totalitarias y esgrime como argumento que la asignatura de 'Educación para la Ciudadanía", impuesta en los colegios por el gobierno de Zapatero, "llevaría hacía el totalitarismo", ya que 'no enseña a ser buenos sino a portarse bien', lo que conduciría a la sociedad española a 'una cuesta abajo hacia un régimen totalitario'.
Es cierto que la Iglesia Católica tiene poca autoridad y prestigio cuando habla de totalitarismo, un vicio que ella ha practicado demasiado a lo largo de la Historia, causando muchos miles de muertes injustas, pero la opinión del obispo Cañizares no es la única emitida en ese sentido, ni en España ni en Europa, donde numerosos estudiosos y politólogos denuncian que los gobiernos y los partidos se hacen cada día más poderosos e incontrolables y que los ciudadanos cada día son más débiles y relegados al ostracismo, hechos que deben interpretarse como claros "avances totalitarios".
La Iglesia Católica cree que el laicismo y el relativismo, impulsados por los gobiernos, son las puertas de entrada al totalitarismo, mientras que entre los pensadores políticos se le otorga más importancia a tendencias como la hipertrofia del poder de los partidos políticos, la profesionalización creciente de la política, la debilidad de la sociedad civil, invadida por la política, la marginación del ciudadano de los procesos de toma de decisiones y el atrincheramiento de las castas políticas en el poder y en los privilegios más indecentes.
En Europa ha empezado a acuñarse el término "fascismo democrático" para identificar a los partidos y gobiernos que han adaptado sus tendencias totalitarias al juego democrático, donde permiten al ciudadano expresarse libremente, pero sin que la ciudadanía posea el más mínimo control de un sistema democrático que los políticos monopolizan y en el que, teóricamente, el ciudadano es el soberano.
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