
Hay muchos chiringuitos inútiles y mafiosos, financiados por el poder con el dinero de todos, dedicados al feminismo, a los grupos LGTBI, a la expandir la cultura marxista y progre, a controlar el cine y a comprar periodistas y medios de comunicación, además de redes opacas que financian empresas de amigos, compran voluntades, corrompen a diestro y siniestro, envenenan las redes sociales, esconden verdades molestas, enriquecen a empresarios corruptos y amigos del poder, cobran comisiones, envuelven de corrupción concesiones públicas, contratos y concursos y desarrollan servicios oscuros para el sanchismo.
La profunda e inmensa red de corrupción donde se encuadran esos chiringuitos clientelares y de compra de lealtades y votos se engulle casi un diez por ciento del PIB español, según algunos expertos que se han atrevido a sumergirse en las cloacas del sanchismo en busca de ratas, serpientes y excrementos.
Con el dinero que se extraería de la supresión de esos circuitos corruptos y malolientes, incluyendo el dinero opaco del que se apropian directamente algunos sinvergüenzas incrustados en el Estado, habría suficiente no sólo para elevar inmediatamente el gasto en defensa hasta el dos por ciento del PIB, sino también para inyectar masas de dinero importantes en la educación, la sanidad y algunos servicios sociales, vergonzosamente abandonados por los políticos del sanchismo.
El sanchismo, como se conoce al gobierno liderado por Pedro Sánchez, ha tejido una red de chiringuitos mafiosos y sectarios que operan como herramientas descaradas para consolidar su poder a costa del erario público. Estas estructuras, disfrazadas de organismos, fundaciones, empresas o asociaciones supuestamente dedicadas al bien común, no son más que mecanismos de clientelismo político y control del poder. Se nutren de fondos estatales para repartir prebendas entre afines, enchufar a amigos y familiares, consagrar mentiras y bulos y garantizar una base de apoyo servil que perpetúe su dominio y control de la disidencia, todo ello mientras la transparencia y la rendición de cuentas brillan por su ausencia.
Lejos de ser un fenómeno aislado, estos chiringuitos se han convertido en una maquinaria bien engrasada que desvía recursos de los ciudadanos hacia los bolsillos de una élite parasitaria. Desde contratos opacos hasta subvenciones a dedo, el sanchismo ha perfeccionado el arte de la corrupción institucionalizada, utilizando el dinero público para financiar una red de lealtades que aseguran su supervivencia política. Es un sistema que premia la sumisión y castiga la crítica, asfixiando cualquier atisbo de meritocracia o interés general en favor de un proyecto de poder personalista y excluyente.
El daño no es solo económico, sino moral y social. Cada euro malversado en estos chiringuitos mafiosos es un euro robado a la sanidad, la educación o las pensiones, sectores que el propio gobierno dice defender mientras los ahoga con su ineptitud y su codicia.
La ciudadanía, hastiada de promesas vacías y escándalos recurrentes, asiste impotente a esta orgía de despilfarro que erosiona la confianza en las instituciones. El sanchismo, con su entramado de favores y privilegios, no sólo traiciona los principios democráticos, sino que condena a España a un futuro de mediocridad, desigualdad y decadencia.
Francisco Rubiales
La profunda e inmensa red de corrupción donde se encuadran esos chiringuitos clientelares y de compra de lealtades y votos se engulle casi un diez por ciento del PIB español, según algunos expertos que se han atrevido a sumergirse en las cloacas del sanchismo en busca de ratas, serpientes y excrementos.
Con el dinero que se extraería de la supresión de esos circuitos corruptos y malolientes, incluyendo el dinero opaco del que se apropian directamente algunos sinvergüenzas incrustados en el Estado, habría suficiente no sólo para elevar inmediatamente el gasto en defensa hasta el dos por ciento del PIB, sino también para inyectar masas de dinero importantes en la educación, la sanidad y algunos servicios sociales, vergonzosamente abandonados por los políticos del sanchismo.
El sanchismo, como se conoce al gobierno liderado por Pedro Sánchez, ha tejido una red de chiringuitos mafiosos y sectarios que operan como herramientas descaradas para consolidar su poder a costa del erario público. Estas estructuras, disfrazadas de organismos, fundaciones, empresas o asociaciones supuestamente dedicadas al bien común, no son más que mecanismos de clientelismo político y control del poder. Se nutren de fondos estatales para repartir prebendas entre afines, enchufar a amigos y familiares, consagrar mentiras y bulos y garantizar una base de apoyo servil que perpetúe su dominio y control de la disidencia, todo ello mientras la transparencia y la rendición de cuentas brillan por su ausencia.
Lejos de ser un fenómeno aislado, estos chiringuitos se han convertido en una maquinaria bien engrasada que desvía recursos de los ciudadanos hacia los bolsillos de una élite parasitaria. Desde contratos opacos hasta subvenciones a dedo, el sanchismo ha perfeccionado el arte de la corrupción institucionalizada, utilizando el dinero público para financiar una red de lealtades que aseguran su supervivencia política. Es un sistema que premia la sumisión y castiga la crítica, asfixiando cualquier atisbo de meritocracia o interés general en favor de un proyecto de poder personalista y excluyente.
El daño no es solo económico, sino moral y social. Cada euro malversado en estos chiringuitos mafiosos es un euro robado a la sanidad, la educación o las pensiones, sectores que el propio gobierno dice defender mientras los ahoga con su ineptitud y su codicia.
La ciudadanía, hastiada de promesas vacías y escándalos recurrentes, asiste impotente a esta orgía de despilfarro que erosiona la confianza en las instituciones. El sanchismo, con su entramado de favores y privilegios, no sólo traiciona los principios democráticos, sino que condena a España a un futuro de mediocridad, desigualdad y decadencia.
Francisco Rubiales
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