Felipe González, ex presidente socialista del gobierno de España, acaba de hacer unas declaraciones sorprendentes por su descarado reconocimiento público de que la corrupción que tumbó a su gobierno no fue nada si se la compara con la que existe hoy en España.
Sobre la pésima calidad de la democracia española fue tajante: "no conozco ningún país democrático donde la irresponsabilidad política haya llegado tan lejos por intereses tan turbios".
González admitió que durante su mandato "hubo casos de corrupción, pequeñas muestras de lo que estoy viendo ahora en los tinglados institucionalizados".
El ex presidente, perfecto conocedor de la ley por sus estudios de derecho y por haber ocupado el más alto cargo institucional en España, debería saber que si él tiene tanta seguridad de que la corrupción actual es muy superior a la que minó su prestigio y su mandato debería denunciarla ante los tribunales.
Felipe cometió otros "deslices" en su discurso, indicativos del estado calamitoso en que se encuentra la democracia española, siempre sorprendentes para los observadores políticos y los auténticos demócratas, que no saben de donde ha surgido esta desafortunada clase política española que ha gobernado y gobierna nuestra democracia. Hizo énfasis, por ejemplo, en cómo derrotar al PP y utilizó el ejemplo taurino de que a un toro, "antes de torearlo, hay que pararlo", pero habló sólo de estrategias y tácticas, nunca de contenidos políticos, ideas, proyectos o reformas capaces de ilusionar a los ciudadanos. Parecía como si entendiera la política como un pugilato entre gobierno y oposición, sin ciudadanos, sin ideología, sin promesas electorales, sin programa, sin ilusión colectiva.
El ex presidente del Gobierno se expresó en esos términos el pasado fin de semana, en el complejo deportivo-cultural de La Petxina de Valencia, donde acudió para participar en un mitin del PSPV-PSOE junto al secretario general de los socialistas valencianos, Joan Ignasi Pla, y la candidata a la alcaldía de Valencia, Carmen Alborch.
Sobre la pésima calidad de la democracia española fue tajante: "no conozco ningún país democrático donde la irresponsabilidad política haya llegado tan lejos por intereses tan turbios".
González admitió que durante su mandato "hubo casos de corrupción, pequeñas muestras de lo que estoy viendo ahora en los tinglados institucionalizados".
El ex presidente, perfecto conocedor de la ley por sus estudios de derecho y por haber ocupado el más alto cargo institucional en España, debería saber que si él tiene tanta seguridad de que la corrupción actual es muy superior a la que minó su prestigio y su mandato debería denunciarla ante los tribunales.
Felipe cometió otros "deslices" en su discurso, indicativos del estado calamitoso en que se encuentra la democracia española, siempre sorprendentes para los observadores políticos y los auténticos demócratas, que no saben de donde ha surgido esta desafortunada clase política española que ha gobernado y gobierna nuestra democracia. Hizo énfasis, por ejemplo, en cómo derrotar al PP y utilizó el ejemplo taurino de que a un toro, "antes de torearlo, hay que pararlo", pero habló sólo de estrategias y tácticas, nunca de contenidos políticos, ideas, proyectos o reformas capaces de ilusionar a los ciudadanos. Parecía como si entendiera la política como un pugilato entre gobierno y oposición, sin ciudadanos, sin ideología, sin promesas electorales, sin programa, sin ilusión colectiva.
El ex presidente del Gobierno se expresó en esos términos el pasado fin de semana, en el complejo deportivo-cultural de La Petxina de Valencia, donde acudió para participar en un mitin del PSPV-PSOE junto al secretario general de los socialistas valencianos, Joan Ignasi Pla, y la candidata a la alcaldía de Valencia, Carmen Alborch.
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