En el pasado, la colaboración entre políticos y mafiosos era estrecha y juntos formaban un tándem prácticamente invencible. A cambio de impunidad y permisividad para la realización de sus actividades ilícitas, Al Capone financiaba las campañas electorales de sus candidatos, conseguía votos para ellos, intimidaba a sus rivales, robaba urnas y mataba a unos cuantos opositores.
En las últimas décadas se han producido cambios importantes. Por una parte, los mafiosos han sido sustituidos, como socios y protectores de los políticos corruptos, por grandes magnates y por consorcios financieros de gran potencia, detrás de los cuales se mueven los verdaderos amos del mundo, una élite que dicta ordenes e impone tendencias; por otra parte, algunos políticos han creado sus propias estructuras criminales, utilizando para este fin los recursos y las instituciones del Estado o, en casos extremos, convirtiendo al propio aparato estatal en una estructura criminal.
Muchos políticos, con la ayuda de sus partidos, transformados en organizaciones delictivas con un denso historial de delitos y detenciones, se han vuelto criminales autónomos.
A diferencia del criminal común y corriente y de los capos del crimen organizado, la carrera criminal del político no empieza en las calles, sino en la política, en las sedes de los partidos y en los ministerios y palacios del poder. Se trata, por lo general, de miembros de las clases media y alta, sin antecedentes penales y sin altruismo alguno, que entran en la política para hacerse millonarios. Los partidos, ya previamente corrompidos, son incapaces de filtrar a sus miembros y de parar los pies al futuro político-gánster.
No todos los países han sucumbido a la gansterización y algunos, generalmente democracia avanzadas, están resistiendo con gran mérito, pero esa maldición está lo bastante extendida para considerarla una tendencia y el rasgo más intenso y peligroso de la política del presente. Basta echar un vistazo a los asesinatos que huelen a crímenes de Estado, a los grandes escándalos, a los impuestos abusivos, al despilfarro público, al infierno que sufren los disidentes y al patrimonio velozmente abultado de miles de políticos para descubrir que el ganster se está imponiendo en el corazón del poder mundial
La gansterización de la política se está realizando sin que la mayoría de los ciudadanos lo perciba. Mientras roban los fondos públicos y hacen negocios sucios a través de los impuestos abusivos, concesiones, subvenciones, concursos corruptos, comisiones, compra de medios de comunicación y periodistas destacados y el uso de información privilegiada, logran aparecer ante la opinión pública como guardianes de los valores tradicionales, promotores del desarrollo económico, defensores de la familia y luchadores contra el vicio.
La presión ejercida por Bielorrusia sobre la frontera polaca utilizando a miles de refugiados como carne de cañón es una pura operación gansteril protagonizada por un gobierno tiránico. La invasión rusa que se apoderó por la fuerza de Crimea fue otro acto de gansterismo. Pero hay cientos de ellos, algunos desconocidos por la opinión pública.
La gansterización no se da únicamente en países sin democracia y sometidos a tiranías, como Venezuela, Nicaragua, Bielorrusia y otros países con estados insaciables, sino que se despliega también en algunas democracias débiles, como la española, donde la influencia de políticos de la élite mundial, como Soros, es inmensa. Esa putrefacción y deslizamiento del liderazgo hacia el gansterismo y el abuso intenso sólo es posible realizarlo si previamente los políticos se han adueñado de los principales medios de comunicación y si cuentan con periodistas destacados previamente reclutados, como ocurre en algunos países, especialmente en España. Con esa cobertura, la mentira puede ser presentada como verdad y el delito como virtud ante un pueblo al que se le ha robado su derecho a ser verazmente informado.
Cuando un país cae en poder de los gánster, los partidos se desprenden del grueso de su ideología y se convierten en camufladas organizaciones para delinquir donde todo vale y donde la mentira y el engaño se adoptan como políticas públicas. Suben los impuestos, se impone la opacidad, se distribuye generosamente el miedo, su suprimen subrepticiamente derechos y libertades y se da rienda suelta a una corrupción que, con la ayuda de los medios, queda semioculta a los ojos de los ciudadanos, pero que funciona eficazmente en la censura oculta, la represión de los disidentes, la marginación de las empresas e instituciones rebeldes, las comisiones, los contratos públicos, las subvenciones y el reparto mafioso del dinero público.
En algunos casos, la gansterización incluye colaboración estrecha con el narcotráfico y el crimen organizado.
Que nadie dude que la gansterización de la política es el gran fenómeno de nuestro tiempo y lo que explica que sinvergüenzas, corruptos y mediocres sin valores logren alcanzar la jefatura de algunos estados y gobiernos, incluso en el mundo formalmente regido por la democracia.
Francisco Rubiales
En las últimas décadas se han producido cambios importantes. Por una parte, los mafiosos han sido sustituidos, como socios y protectores de los políticos corruptos, por grandes magnates y por consorcios financieros de gran potencia, detrás de los cuales se mueven los verdaderos amos del mundo, una élite que dicta ordenes e impone tendencias; por otra parte, algunos políticos han creado sus propias estructuras criminales, utilizando para este fin los recursos y las instituciones del Estado o, en casos extremos, convirtiendo al propio aparato estatal en una estructura criminal.
Muchos políticos, con la ayuda de sus partidos, transformados en organizaciones delictivas con un denso historial de delitos y detenciones, se han vuelto criminales autónomos.
A diferencia del criminal común y corriente y de los capos del crimen organizado, la carrera criminal del político no empieza en las calles, sino en la política, en las sedes de los partidos y en los ministerios y palacios del poder. Se trata, por lo general, de miembros de las clases media y alta, sin antecedentes penales y sin altruismo alguno, que entran en la política para hacerse millonarios. Los partidos, ya previamente corrompidos, son incapaces de filtrar a sus miembros y de parar los pies al futuro político-gánster.
No todos los países han sucumbido a la gansterización y algunos, generalmente democracia avanzadas, están resistiendo con gran mérito, pero esa maldición está lo bastante extendida para considerarla una tendencia y el rasgo más intenso y peligroso de la política del presente. Basta echar un vistazo a los asesinatos que huelen a crímenes de Estado, a los grandes escándalos, a los impuestos abusivos, al despilfarro público, al infierno que sufren los disidentes y al patrimonio velozmente abultado de miles de políticos para descubrir que el ganster se está imponiendo en el corazón del poder mundial
La gansterización de la política se está realizando sin que la mayoría de los ciudadanos lo perciba. Mientras roban los fondos públicos y hacen negocios sucios a través de los impuestos abusivos, concesiones, subvenciones, concursos corruptos, comisiones, compra de medios de comunicación y periodistas destacados y el uso de información privilegiada, logran aparecer ante la opinión pública como guardianes de los valores tradicionales, promotores del desarrollo económico, defensores de la familia y luchadores contra el vicio.
La presión ejercida por Bielorrusia sobre la frontera polaca utilizando a miles de refugiados como carne de cañón es una pura operación gansteril protagonizada por un gobierno tiránico. La invasión rusa que se apoderó por la fuerza de Crimea fue otro acto de gansterismo. Pero hay cientos de ellos, algunos desconocidos por la opinión pública.
La gansterización no se da únicamente en países sin democracia y sometidos a tiranías, como Venezuela, Nicaragua, Bielorrusia y otros países con estados insaciables, sino que se despliega también en algunas democracias débiles, como la española, donde la influencia de políticos de la élite mundial, como Soros, es inmensa. Esa putrefacción y deslizamiento del liderazgo hacia el gansterismo y el abuso intenso sólo es posible realizarlo si previamente los políticos se han adueñado de los principales medios de comunicación y si cuentan con periodistas destacados previamente reclutados, como ocurre en algunos países, especialmente en España. Con esa cobertura, la mentira puede ser presentada como verdad y el delito como virtud ante un pueblo al que se le ha robado su derecho a ser verazmente informado.
Cuando un país cae en poder de los gánster, los partidos se desprenden del grueso de su ideología y se convierten en camufladas organizaciones para delinquir donde todo vale y donde la mentira y el engaño se adoptan como políticas públicas. Suben los impuestos, se impone la opacidad, se distribuye generosamente el miedo, su suprimen subrepticiamente derechos y libertades y se da rienda suelta a una corrupción que, con la ayuda de los medios, queda semioculta a los ojos de los ciudadanos, pero que funciona eficazmente en la censura oculta, la represión de los disidentes, la marginación de las empresas e instituciones rebeldes, las comisiones, los contratos públicos, las subvenciones y el reparto mafioso del dinero público.
En algunos casos, la gansterización incluye colaboración estrecha con el narcotráfico y el crimen organizado.
Que nadie dude que la gansterización de la política es el gran fenómeno de nuestro tiempo y lo que explica que sinvergüenzas, corruptos y mediocres sin valores logren alcanzar la jefatura de algunos estados y gobiernos, incluso en el mundo formalmente regido por la democracia.
Francisco Rubiales
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