Son muchos los pensadores y analistas políticos que se extrañan de que en España no existan partidos políticos extremistas consolidados, ni de extrema izquierda, ni de extrema derecha, un fenómeno más que distingue a España y que la hace "diferente" A otras democracias occidentales, donde esos partidos sí existen.
Es probable que esos mismos analistas sean los que se preguntan constantemente dónde están ahora los fascistas españoles, sin entender por qué extraño milagro los "fascistas", que eran legión en la España de Franco, desaparecieron del mapa en la Transición y hoy no se ven por ninguna parte.
Incapaces de entender el fenómeno, muchos de esos observadores, analizando la crispación creciente de la sociedad española actual, el peligro de ruptura del Estado y el duro enfrentamiento entre partidos y tendencias, alertan ante el temor de que el extremismo fascista esté resucitando en la España de nuestros días, vaticinando, incluso, el nacimiento de un partido como el frances que lidera J. M. Le Pen.
Sin embargo, aunque esas incognitas parezcan profundas y difíciles de desentrañar, tienen en la realidad española una respuesta sencilla y contundente: los fascistas existen en España, son toda una multitud, pero están encuadrados en los grandes partidos políticos, donde encuentran el caldo de cultivo óptimo para progresar.
Los fascistas se sienten a gusto en ambientes autoritarios y verticales, como los que rigen la vida interna de los partidos políticos españoles, donde todo es sometimiento al líder y donde también satisfacen su otra gran pasión: el culto al poder y al dominio del Estado y de sus representantes sobre el individuo y la sociedad.
Tengo un amigo argentino que dice que si rascas en cada español de más de 50 años, siempre encuentras a un fascista. No sé si tiene razón, pero lo que ignora es que el fascismo es una enfermedad del alma y que no tiene color político. Él, quizás porque es admirador del "Che" y de otros fachas rojos sanguinarios como Fidel Castro, cree que el fascismo siempre es de derechas, pero se quivoca porque el color del fascismo no es ni el rojo ni el azul, sino el negro del alma oscura.
El fascismo es una enfermedad cultural y política, lo que hace que haya fascistas de derechas y de izquierdas, porque existe en ellos elementos y rasgos grabados a fuego que están por encima de la filiación política: el afan de poder, su obsesión por anteponer el Estado y el Partido al individuo y la sociedad y, sobre todo, su incapacidad patológica para distinguir entre el bien y el mal. Esos principios y rasgos les unen y les convierten en una tropa perniciosa, estén donde estén, militen donde militen.
Musolini el forjador del "fascismo" procedía cultural y políticamente, del socialismo, al igual que Hitler y otros muchos. Sus raices filosóficas se entroncan con la izquierda hegeliana y son las mismas que las del marxismo leninismo, aunque su recorrido haya sido, en algunos aspectos, diferente.
Los fascistas españoles siempre han sido multitud, en los tiempos de Franco y en la Democracia. Lo que ocurre en los tiempos presentes es que se han adecuado a la democracia y viven a gusto, prosperan y medran en el interior de los partidos políticos españoles, donde han encontrado un hábitat perfecto y un camuflaje envidiable, que los hace pasar por demócratas.
Sin embargo, su labor caústica y dañina está generando estragos en la democracia española. Son ellos los que han impuesto el autoritarismo y el verticalismo en la vida interna de los partidos, los que han radicalizado la vida política española, los que han elevado hasta el rango de "primera obsesión" el culto y la lucha de los partidos por el poder, los culpables del enfrentamiento casi demente entre los dos grandes partidos políticos españoles, el PP y el PSOE, los que han llevado a los nacionalismos vasco y catalán hasta posiciones enfermizas de ruptura y de desprecio a las libertades y al Estado de Derecho, los que han expulsado al ciudadano de la democracia, olvidando que sin ciudadanos la democracia no existe, los que ejercen la política, desde los partidos, como un auténtico monopolio, los que han ocupado y casi iniquilado a la sociedad civil española, los que han empujado a los partidos hacia la corrupción y el pillaje y los culpables de que la política esté hoy tan desprestigiada en España que ha llegado a contaminar y devaluar hasta el mismo concepto de "democracia".
El espíritu "fascista" que anida en los partidos políticos españoles es el que está siempre detrás de acontecimientos tan vergonzantes como los ataques a las sedes del Partido Popular después del 11 M, de la técnica de "demonizar" al adversario, tan querida por el PP, de las mentiras emitidas por cadenas de radio para beneficiar a los "suyos", de los grupos que impiden a Rajoy, Zaplana, Acebes, Arcadi Espada y otros pronunciar conferencias, de los que abuchean e increpan a los políticos en cada esquina, de los que sancionan o marginan a los que no saben hablar catalán, del intento de controlar la libertad de los medios de comunicación a toda costa y hasta de esa política nefasta que se mueve impulsada por el más fascista de todos los principios, el que proclama que "el fin justifica los medios".
La contaminación "fascista" de los partidos políticos españoles es tan grave que se ha convertido ya en una de las prioridades absolutas de la democracia, necesitada, para regenerarse, de una drástica purga interna en los partidos que elimine a los miles de déspotas incapaces de abrazar otra ideología que la del poder, el privilegio y el sujuzgamientos de los administrados.
Es probable que esos mismos analistas sean los que se preguntan constantemente dónde están ahora los fascistas españoles, sin entender por qué extraño milagro los "fascistas", que eran legión en la España de Franco, desaparecieron del mapa en la Transición y hoy no se ven por ninguna parte.
Incapaces de entender el fenómeno, muchos de esos observadores, analizando la crispación creciente de la sociedad española actual, el peligro de ruptura del Estado y el duro enfrentamiento entre partidos y tendencias, alertan ante el temor de que el extremismo fascista esté resucitando en la España de nuestros días, vaticinando, incluso, el nacimiento de un partido como el frances que lidera J. M. Le Pen.
Sin embargo, aunque esas incognitas parezcan profundas y difíciles de desentrañar, tienen en la realidad española una respuesta sencilla y contundente: los fascistas existen en España, son toda una multitud, pero están encuadrados en los grandes partidos políticos, donde encuentran el caldo de cultivo óptimo para progresar.
Los fascistas se sienten a gusto en ambientes autoritarios y verticales, como los que rigen la vida interna de los partidos políticos españoles, donde todo es sometimiento al líder y donde también satisfacen su otra gran pasión: el culto al poder y al dominio del Estado y de sus representantes sobre el individuo y la sociedad.
Tengo un amigo argentino que dice que si rascas en cada español de más de 50 años, siempre encuentras a un fascista. No sé si tiene razón, pero lo que ignora es que el fascismo es una enfermedad del alma y que no tiene color político. Él, quizás porque es admirador del "Che" y de otros fachas rojos sanguinarios como Fidel Castro, cree que el fascismo siempre es de derechas, pero se quivoca porque el color del fascismo no es ni el rojo ni el azul, sino el negro del alma oscura.
El fascismo es una enfermedad cultural y política, lo que hace que haya fascistas de derechas y de izquierdas, porque existe en ellos elementos y rasgos grabados a fuego que están por encima de la filiación política: el afan de poder, su obsesión por anteponer el Estado y el Partido al individuo y la sociedad y, sobre todo, su incapacidad patológica para distinguir entre el bien y el mal. Esos principios y rasgos les unen y les convierten en una tropa perniciosa, estén donde estén, militen donde militen.
Musolini el forjador del "fascismo" procedía cultural y políticamente, del socialismo, al igual que Hitler y otros muchos. Sus raices filosóficas se entroncan con la izquierda hegeliana y son las mismas que las del marxismo leninismo, aunque su recorrido haya sido, en algunos aspectos, diferente.
Los fascistas españoles siempre han sido multitud, en los tiempos de Franco y en la Democracia. Lo que ocurre en los tiempos presentes es que se han adecuado a la democracia y viven a gusto, prosperan y medran en el interior de los partidos políticos españoles, donde han encontrado un hábitat perfecto y un camuflaje envidiable, que los hace pasar por demócratas.
Sin embargo, su labor caústica y dañina está generando estragos en la democracia española. Son ellos los que han impuesto el autoritarismo y el verticalismo en la vida interna de los partidos, los que han radicalizado la vida política española, los que han elevado hasta el rango de "primera obsesión" el culto y la lucha de los partidos por el poder, los culpables del enfrentamiento casi demente entre los dos grandes partidos políticos españoles, el PP y el PSOE, los que han llevado a los nacionalismos vasco y catalán hasta posiciones enfermizas de ruptura y de desprecio a las libertades y al Estado de Derecho, los que han expulsado al ciudadano de la democracia, olvidando que sin ciudadanos la democracia no existe, los que ejercen la política, desde los partidos, como un auténtico monopolio, los que han ocupado y casi iniquilado a la sociedad civil española, los que han empujado a los partidos hacia la corrupción y el pillaje y los culpables de que la política esté hoy tan desprestigiada en España que ha llegado a contaminar y devaluar hasta el mismo concepto de "democracia".
El espíritu "fascista" que anida en los partidos políticos españoles es el que está siempre detrás de acontecimientos tan vergonzantes como los ataques a las sedes del Partido Popular después del 11 M, de la técnica de "demonizar" al adversario, tan querida por el PP, de las mentiras emitidas por cadenas de radio para beneficiar a los "suyos", de los grupos que impiden a Rajoy, Zaplana, Acebes, Arcadi Espada y otros pronunciar conferencias, de los que abuchean e increpan a los políticos en cada esquina, de los que sancionan o marginan a los que no saben hablar catalán, del intento de controlar la libertad de los medios de comunicación a toda costa y hasta de esa política nefasta que se mueve impulsada por el más fascista de todos los principios, el que proclama que "el fin justifica los medios".
La contaminación "fascista" de los partidos políticos españoles es tan grave que se ha convertido ya en una de las prioridades absolutas de la democracia, necesitada, para regenerarse, de una drástica purga interna en los partidos que elimine a los miles de déspotas incapaces de abrazar otra ideología que la del poder, el privilegio y el sujuzgamientos de los administrados.
Comentarios: