España es uno de los ejemplos mundiales mas elocuentes de que un mal gobierno puede acabar en pocos años con la prosperidad, la cohesión, los valores y el futuro de una nación.
Pero el problema de España no se limita al de haber elegido en las urnas a unos gobiernos sin calidad, sino que su sistema ha llegado a deteriorarse tanto que ya solo produce políticos y gobiernos desastrosos y dañinos.
España no necesita elegir bien a sus representantes, sino cambiar un sistema que le conduce inexorablemente hasta la tumba.
En las circunstancias presentes, cualquier voto a cualquier partido puede resultar decepcionante, como lo están demostrando los pactos que se fraguan después de las elecciones de 24 de mayo, en los que las derechas y las izquierdas, los teóricos regeneradores y los corruptos de siempre, los viejos y los nuevos partidos se reparten el poder para colocar parches y apuntalar un sistema herido de muerte porque no es democrático ni justo ni decente.
El Franquismo no fue enterrado con el general Franco sino que perduró hasta el presente incrustado en el Estado. El sistema político español instaurado con la Constitución de 1978 es un sistema perverso y antidemocrático que, además de pésimos gobiernos, genera injusticia, desigualdad, opresión, mentira, disgregación, marginación del ciudadano, que ha sido expulsado de la política, y un exterminio continuado de los grandes valores que sostienen la convivencia y el progreso.
Sin ciudadanos vigilantes y exigentes y sin leyes capaces de atemorizar a los delincuentes con poder, el sistema político español ha convertido a España en una gran cloaca donde la corrupción ha campeado a sus anchas, acompañada del abuso de poder y de casi todos los vicios que destruyen la democracia, desde la falta de controles al poder hasta la impunidad de los poderosos, la desigualdad ante la ley, el uso delictivo del dinero, la compra de votos y de voluntades, el despilfarro, el endeudamiento excesivo, la estafa, el engaño institucionalizado, la corrupción institucional y el crecimiento desordenado de un Estado monstruoso e incosteable, construido por los políticos para colocar a cargo del erario a familiares y amigos con carné de partido.
Los resultados del mal gobierno endémico y del abuso permanente de poder han sido el desprestigio de la política y de los políticos, el descrédito de los partidos políticos, el rechazo al sistema, la desconfianza en la democracia, la ruptura de la cohesión, la entronización de la injusticia y del abuso y el hundimiento de los valores básicos, imprescindibles para que la nación subsista.
El deterioro de la política ha alcanzado un nivel tan alto que muchos españoles ya contemplan con admiración los logros y rasgos del régimen de Franco, autoritario, sanguinario y pobre en libertades y derechos.
Como consecuencia del mal gobierno y del creciente rechazo a los políticos y a sus partidos, España se ha llenado de desempleados, de nuevos pobres y de gente triste y sin esperanza, víctima de los abusos y arbitrariedades de un poder que ha gobernado para los poderosos, ha marginado a los débiles, ha expulsado al ciudadano de los procesos de toma de decisiones, se ha negado a ser austero y ha tolerado y hasta patrocinado, desde la cúspide del Estado, estafas, saqueos, robos, abusos y todo tipo de impunidades corruptas y vergonzantes.
El pueblo que ha tolerado toda esa inmensa lluvia de suciedad y desvergüenza institucionalizadas, si es cierta la sentencia de Winston Churchil de que los pueblos tienen los gobiernos que merecen, debe ser un pueblo miserable, cobarde y depravado.
Pero el problema de España no se limita al de haber elegido en las urnas a unos gobiernos sin calidad, sino que su sistema ha llegado a deteriorarse tanto que ya solo produce políticos y gobiernos desastrosos y dañinos.
España no necesita elegir bien a sus representantes, sino cambiar un sistema que le conduce inexorablemente hasta la tumba.
En las circunstancias presentes, cualquier voto a cualquier partido puede resultar decepcionante, como lo están demostrando los pactos que se fraguan después de las elecciones de 24 de mayo, en los que las derechas y las izquierdas, los teóricos regeneradores y los corruptos de siempre, los viejos y los nuevos partidos se reparten el poder para colocar parches y apuntalar un sistema herido de muerte porque no es democrático ni justo ni decente.
El Franquismo no fue enterrado con el general Franco sino que perduró hasta el presente incrustado en el Estado. El sistema político español instaurado con la Constitución de 1978 es un sistema perverso y antidemocrático que, además de pésimos gobiernos, genera injusticia, desigualdad, opresión, mentira, disgregación, marginación del ciudadano, que ha sido expulsado de la política, y un exterminio continuado de los grandes valores que sostienen la convivencia y el progreso.
Sin ciudadanos vigilantes y exigentes y sin leyes capaces de atemorizar a los delincuentes con poder, el sistema político español ha convertido a España en una gran cloaca donde la corrupción ha campeado a sus anchas, acompañada del abuso de poder y de casi todos los vicios que destruyen la democracia, desde la falta de controles al poder hasta la impunidad de los poderosos, la desigualdad ante la ley, el uso delictivo del dinero, la compra de votos y de voluntades, el despilfarro, el endeudamiento excesivo, la estafa, el engaño institucionalizado, la corrupción institucional y el crecimiento desordenado de un Estado monstruoso e incosteable, construido por los políticos para colocar a cargo del erario a familiares y amigos con carné de partido.
Los resultados del mal gobierno endémico y del abuso permanente de poder han sido el desprestigio de la política y de los políticos, el descrédito de los partidos políticos, el rechazo al sistema, la desconfianza en la democracia, la ruptura de la cohesión, la entronización de la injusticia y del abuso y el hundimiento de los valores básicos, imprescindibles para que la nación subsista.
El deterioro de la política ha alcanzado un nivel tan alto que muchos españoles ya contemplan con admiración los logros y rasgos del régimen de Franco, autoritario, sanguinario y pobre en libertades y derechos.
Como consecuencia del mal gobierno y del creciente rechazo a los políticos y a sus partidos, España se ha llenado de desempleados, de nuevos pobres y de gente triste y sin esperanza, víctima de los abusos y arbitrariedades de un poder que ha gobernado para los poderosos, ha marginado a los débiles, ha expulsado al ciudadano de los procesos de toma de decisiones, se ha negado a ser austero y ha tolerado y hasta patrocinado, desde la cúspide del Estado, estafas, saqueos, robos, abusos y todo tipo de impunidades corruptas y vergonzantes.
El pueblo que ha tolerado toda esa inmensa lluvia de suciedad y desvergüenza institucionalizadas, si es cierta la sentencia de Winston Churchil de que los pueblos tienen los gobiernos que merecen, debe ser un pueblo miserable, cobarde y depravado.
Comentarios: