Una de las grandes incognitas políticas y sociológicas de la España actual es averiguar por qué razón, a pesar de los errores reiterados del actual gobierno y del rechazo que la política de José Luis Rodríguez Zapatero provoca entre los demócratas, los católicos y los millones de españoles que no militan en partidos políticos, el Partido Popular no consigue despegar en las encuestas y sigue sin superar al desgastado PSOE en intención de voto.
Es cierto que el electorado español es bastante inamovible y que tanto el PSOE como el PP cuentan con sendos bloques de ciudadanos, cada uno del 33 por ciento, aproximadamente, del electorado, que más que simpatizantes son "hooligans" fanatizados, fieles "hasta la muerte", hagan lo que hagan sus respectivos partidos, de manera servil y descerebrada.
Pero tambien es cierto que existe otro 33 por ciento de electores libres, que todavía conservan la libertad de elegir, que es el que quita y pone gobiernos en España, que, contra todo pronóstico y a pesar de los terribles errores del PSOE, no termina de decidirse a apoyar al PP.
Aunque los "think tanks" de la derecha se están devanando los sesos para desvelar el misterio, quizás también por servilismo son incapaces de ver que la respuesta es fácil, aunque también compleja: los ciudadanos no terminan de fiarse del PP y están cambiando su forma de afrontar la política. Antes, esa masa de votantes libres castigaba el mal gobierno votando a la oposición, pero ahora, convencidos cada vez más de que todos los políticos son parecidos y que el problema no se soluciona eligiendo un gobierno u otro, sino regenerando el sistema, podrido, corrupto e ineficiente, los ciudadanos analizan otras opciones como nuevos partidos (¿Ciudadanos?), el voto en blanco o la abstención y se resisten a caer en la trampa de votar siempre cabreados, castigando a los que gobiernan y entregando un cheque en blanco a otros partidos de oposición que, probablemente, no sean mejores.
En el caso del Partido Popular, la resistencia de los ciudadanos libres a entregarles el voto, a pesar de la nefasta gestión del gobierno socialista, se agrava por dos factores concretos: el primero es que los rostros que ofrece el PP de Rajoy (Zaplana, Acebes, Arenas...) están terriblemente desgastados y son los mismos que perdieron ya el favor de los electores en los comicios de marzo de 2004; el segundo es que lo mismo ocurre con el programa de la derecha, que no incorpora novedad improtante alguna, ni siquiera aquellas que demanda a gritos la sociedad, como una regeneración democrática o una moralización de la vida política que erradique la corrupción y los sucios privilegios y ventajas de la casta de los políticos profesionales.
La situación está llevando a que se asuma como cierto el triste, desesperanzador y democráticamente nocivo grito de "todos los políticos son iguales", altamente corrosivo para el sistema.
Algunos expertos politólogos y sociólogos consideran esas nuevas actitudes del electorado como un signo de madurez democrática, ya que las exigencias ciudadanas a los políticos se están incrementando notablemente. Pero advierten que también representan un peligroso retroceso en la democracia, basado en el deterioro del prestigio de los dirigentes y de los partidos políticos.
Es cierto que el electorado español es bastante inamovible y que tanto el PSOE como el PP cuentan con sendos bloques de ciudadanos, cada uno del 33 por ciento, aproximadamente, del electorado, que más que simpatizantes son "hooligans" fanatizados, fieles "hasta la muerte", hagan lo que hagan sus respectivos partidos, de manera servil y descerebrada.
Pero tambien es cierto que existe otro 33 por ciento de electores libres, que todavía conservan la libertad de elegir, que es el que quita y pone gobiernos en España, que, contra todo pronóstico y a pesar de los terribles errores del PSOE, no termina de decidirse a apoyar al PP.
Aunque los "think tanks" de la derecha se están devanando los sesos para desvelar el misterio, quizás también por servilismo son incapaces de ver que la respuesta es fácil, aunque también compleja: los ciudadanos no terminan de fiarse del PP y están cambiando su forma de afrontar la política. Antes, esa masa de votantes libres castigaba el mal gobierno votando a la oposición, pero ahora, convencidos cada vez más de que todos los políticos son parecidos y que el problema no se soluciona eligiendo un gobierno u otro, sino regenerando el sistema, podrido, corrupto e ineficiente, los ciudadanos analizan otras opciones como nuevos partidos (¿Ciudadanos?), el voto en blanco o la abstención y se resisten a caer en la trampa de votar siempre cabreados, castigando a los que gobiernan y entregando un cheque en blanco a otros partidos de oposición que, probablemente, no sean mejores.
En el caso del Partido Popular, la resistencia de los ciudadanos libres a entregarles el voto, a pesar de la nefasta gestión del gobierno socialista, se agrava por dos factores concretos: el primero es que los rostros que ofrece el PP de Rajoy (Zaplana, Acebes, Arenas...) están terriblemente desgastados y son los mismos que perdieron ya el favor de los electores en los comicios de marzo de 2004; el segundo es que lo mismo ocurre con el programa de la derecha, que no incorpora novedad improtante alguna, ni siquiera aquellas que demanda a gritos la sociedad, como una regeneración democrática o una moralización de la vida política que erradique la corrupción y los sucios privilegios y ventajas de la casta de los políticos profesionales.
La situación está llevando a que se asuma como cierto el triste, desesperanzador y democráticamente nocivo grito de "todos los políticos son iguales", altamente corrosivo para el sistema.
Algunos expertos politólogos y sociólogos consideran esas nuevas actitudes del electorado como un signo de madurez democrática, ya que las exigencias ciudadanas a los políticos se están incrementando notablemente. Pero advierten que también representan un peligroso retroceso en la democracia, basado en el deterioro del prestigio de los dirigentes y de los partidos políticos.
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