El rey Felipe VI en el acto vergonzoso donde recibe la británica Orden de la Jarretera, con la que los ingleses premian a los que ayudan y sirven a su Imperio
Los británicos impìdieron que la OTAN nos aceptase como nación de pleno derecho y por culpa de Londres tuvimos que aceptar que la OTAN no protegiera nuestras ciudades e islas en el norte de África, reclamadas por Marruecos.
El odio de los ingleses a España es tan profundo que nos atacaron incluso cuando éramos aliados. Cuando las tropas inglesas y portuguesas entraron en España para combatir a Napoleón, su general en jefe, el inglés Wellington, puso casi el mismo interés en destruir las industrias y riquezas de España que en derrotar a los franceses.
En nuestras conversaciones con Inglaterra sobre Gibraltar, cada vez que España se pone dura surge la amenaza de que los españoles pueden perder sus posesiones en el norte de África e, incluso, las Islas Canarias.
Los españoles son poco rencorosos y olvidan que nuestros antepasados nos pidieron mear siempre mirando a Inglaterra (Blas de Lezo) y que se referían a las Islas Británicas como "la Pérfida Albión".
Inglaterra alienta hoy el odio a España donde puede y tiene influencia: en Estados Unidos, en Israel, en Marruecos, en Portugal y en ciertos países de América Latina carcomidos por el odio y la frustración, como México y Venezuela, entre otros.
Una Comunidad Iberoamericana de Naciones tiene sentido y podría lograr un sorprendente peso en el mundo, si los pueblos iberoamericanos tuvieran fe en ellos mismos y si muchos de sus dirigentes fueran realmente líderes representativos, si tuvieran la valentía de unirse para ser fuertes ante el imperio de los anglosajones, si fueran capaces de dotarse de principios y de valores comunes que pudieran ser proclamados y defendidos.
Por desgracia, la España actual, en manos de un pedro Sánchez corrupto, rechazado por gran parte de su propio pueblo y mundialmente devaluado, carece del liderazgo suficiente para empujar el gran proyecto de las naciones iberoamericanas unidas.
Podrían unirse en torno a la idea de crear una democracia auténtica, pero la mayoría de ellos no son demócratas, ni creen en la democracia, sino que encabezan oligocracias y se sirven de ellas para obtener poder y brillo. Podrían defender un frente unido e independiente ante Washington, pero todos tiemblan ante el poder y la fuerza del “gringo” y sueñan en secreto con la amistad y los favores del Imperio. Podrían defender quizás un mercado común y una cooperación económica auténtica, pero ni siquiera reciben con cariño a las empresas españolas, brasileñas o mexicanas que se instalan en la región.
España, gracias a su capacidad económica, podría ejercer cierto liderazgo, pero España está tan subdesarrollada como las demás en valores y principios y el actual gobierno de España, torpe y débil en la escena internacional, ni siquiera puede hoy liderar la unidad de su propio pueblo.
Es tan lamentable como triste, pero sólo les une el idioma. La distancia es enorme en aspectos tan vitales como la concepción del poder, donde se mezclan dictadores con oligarcas y torpes aprendices a demócratas, como la defensa de valores comunes, que nadie encuentra porque unos creen en la dignidad, otros sólo en el desarrollo y la mayoría únicamente en el poder, como la búsqueda y defensa de una identidad común, porque unos se sienten americanos, otros europeos, algunos revolucionarios, otros bolivarianos, otros representantes de la vieja derecha y otros miembros de una izquierda que ha perdido su ideología y la ha cambiado por ambiciones, sentimientos y sensibilidades.
La comunidad Iberoamericana es un precioso y frustrante sueño mal gestionado por gente dominada por el relativismo, que quieren contentar a todos, que sólo creen en las concesiones, expertos en dar marcha atrás, políticos que antes de soñar deberían aprender a ser libres, dignos y auténticos demócratas.
Detrás del fracaso del proyecto de unidad iberoamericana están también los ingleses, en este asunto ayudados por los norteamericanos, que también sienten miedo de un continente unido en torno a la Hispanidad.
Nuestro políticos, cobardes y débiles, nunca dicen la verdad sobre la enemistad enconada de los británicos, entre otras razones porque temen a los conflictos que pongan en peligro su estatus de dominio y placer. Por eso ocultan datos e indicios que reflejan el aliento británico a los procesos de independencia de Cataluña y el País Vasco.
A los políticos españoles en el poder lo único que les interesa de verdad es seguir expoliando a sus ciudadanos y viviendo con privilegios, poder y lujo
Francisco Rubiales
El odio de los ingleses a España es tan profundo que nos atacaron incluso cuando éramos aliados. Cuando las tropas inglesas y portuguesas entraron en España para combatir a Napoleón, su general en jefe, el inglés Wellington, puso casi el mismo interés en destruir las industrias y riquezas de España que en derrotar a los franceses.
En nuestras conversaciones con Inglaterra sobre Gibraltar, cada vez que España se pone dura surge la amenaza de que los españoles pueden perder sus posesiones en el norte de África e, incluso, las Islas Canarias.
Los españoles son poco rencorosos y olvidan que nuestros antepasados nos pidieron mear siempre mirando a Inglaterra (Blas de Lezo) y que se referían a las Islas Británicas como "la Pérfida Albión".
Inglaterra alienta hoy el odio a España donde puede y tiene influencia: en Estados Unidos, en Israel, en Marruecos, en Portugal y en ciertos países de América Latina carcomidos por el odio y la frustración, como México y Venezuela, entre otros.
Una Comunidad Iberoamericana de Naciones tiene sentido y podría lograr un sorprendente peso en el mundo, si los pueblos iberoamericanos tuvieran fe en ellos mismos y si muchos de sus dirigentes fueran realmente líderes representativos, si tuvieran la valentía de unirse para ser fuertes ante el imperio de los anglosajones, si fueran capaces de dotarse de principios y de valores comunes que pudieran ser proclamados y defendidos.
Por desgracia, la España actual, en manos de un pedro Sánchez corrupto, rechazado por gran parte de su propio pueblo y mundialmente devaluado, carece del liderazgo suficiente para empujar el gran proyecto de las naciones iberoamericanas unidas.
Podrían unirse en torno a la idea de crear una democracia auténtica, pero la mayoría de ellos no son demócratas, ni creen en la democracia, sino que encabezan oligocracias y se sirven de ellas para obtener poder y brillo. Podrían defender un frente unido e independiente ante Washington, pero todos tiemblan ante el poder y la fuerza del “gringo” y sueñan en secreto con la amistad y los favores del Imperio. Podrían defender quizás un mercado común y una cooperación económica auténtica, pero ni siquiera reciben con cariño a las empresas españolas, brasileñas o mexicanas que se instalan en la región.
España, gracias a su capacidad económica, podría ejercer cierto liderazgo, pero España está tan subdesarrollada como las demás en valores y principios y el actual gobierno de España, torpe y débil en la escena internacional, ni siquiera puede hoy liderar la unidad de su propio pueblo.
Es tan lamentable como triste, pero sólo les une el idioma. La distancia es enorme en aspectos tan vitales como la concepción del poder, donde se mezclan dictadores con oligarcas y torpes aprendices a demócratas, como la defensa de valores comunes, que nadie encuentra porque unos creen en la dignidad, otros sólo en el desarrollo y la mayoría únicamente en el poder, como la búsqueda y defensa de una identidad común, porque unos se sienten americanos, otros europeos, algunos revolucionarios, otros bolivarianos, otros representantes de la vieja derecha y otros miembros de una izquierda que ha perdido su ideología y la ha cambiado por ambiciones, sentimientos y sensibilidades.
La comunidad Iberoamericana es un precioso y frustrante sueño mal gestionado por gente dominada por el relativismo, que quieren contentar a todos, que sólo creen en las concesiones, expertos en dar marcha atrás, políticos que antes de soñar deberían aprender a ser libres, dignos y auténticos demócratas.
Detrás del fracaso del proyecto de unidad iberoamericana están también los ingleses, en este asunto ayudados por los norteamericanos, que también sienten miedo de un continente unido en torno a la Hispanidad.
Nuestro políticos, cobardes y débiles, nunca dicen la verdad sobre la enemistad enconada de los británicos, entre otras razones porque temen a los conflictos que pongan en peligro su estatus de dominio y placer. Por eso ocultan datos e indicios que reflejan el aliento británico a los procesos de independencia de Cataluña y el País Vasco.
A los políticos españoles en el poder lo único que les interesa de verdad es seguir expoliando a sus ciudadanos y viviendo con privilegios, poder y lujo
Francisco Rubiales
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