La sociedad española está cada día más dividida y crispada. Las izquierdas y las derechas están permanentemente enfrentadas y los ciudadanos, además de estar perdiendo, cada día más, la fe en la democracia y el respeto a la política y a sus líderes, incrementan su temor ante el futuro. El ambiente, según algunos observadores y analistas, se parece peligrosamente al que precedió a la Guerra Civil de 1936.
El último en advertirlo ha sido el obispo de Pamplona, Fernando Sebastián, quien afirma que la Iglesia española vive bajo la "presión" de la “ofensiva laicista” del Gobierno y en un clima donde " vuelven a aparecer barreras de menosprecio y de exclusión que dan lugar a mucho malestar y pueden degenerar en tensiones y conflictos. No podemos permitir que se reproduzcan entre nosotros aquellas posturas radicales y exclusivistas que predicaban la incompatibilidad entre derechas e izquierdas, entre creyentes y no creyentes, y nos llevaron al desastre de la guerra civil ".
De hecho, una de las acusaciones más solventes que el PSOE lanzaba desde la oposición contra el gobierno de Aznar era la de que estaba crispando demasiado a la sociedad española. Es probable que aquella acusación contribuyera a la inesperada derrota electoral del PP en las últimas elecciones.
Hoy, a pesar del talante dialogante y conciliador que exhibe el gobierno socialista de Zapatero, no sólo no ha mejorado el panorama sino que, incluso, se ha incrementado peligrosamente el nivel de crispación y de enfrentamiento, hasta el punto de que son ya numerosas las voces que advierten del peligro de que España entre en una dinámica irreversible de enfrentamientos y luchas fratricidas.
Basta escuchar la radio para advertir el nivel de crispación y de enfrentamiento dominantes. Las emisoras enfrentan en las tertulias a periodistas "con camisa", es decir, alineados con uno u otro partido político, cada día más abundantes en las redacciones, y a representantes de la sociedad vasca y catalana, con lo que el nivel elevado de polémica y de pasión fratricida queda garantizado.
Pero es en el Parlamento, el corazón del sistema democrático español, donde se aprecia con toda su intensidad el frívolo enfrentamiento entre derechas e izquierdas, por una parte, y entre partidarios de la unión nacional y nacionalistas que sueñan con la independencia, por otra. Sin el respeto que la democracia exige hacia hacia el "bien común" y la convivencia, la política española, frívola e insensata, no sólo crispa a los españoles, sino que les contagia la violencia verbal y los enfrenta a unos con otros, a catalanes contra madrileños, a vascos contra todos los demás, a catalanes contra españolistas, a las derechas con las izquierdas y hasta a ciudades y regiones vecinas que nunca antes se habían enfrentado en la Historia.
Algunos de los pocos observadores independientes que quedan en una sociedad cada día más contaminada por la política y el mal gobierno, están asombrados del espectáculo insensato que está ofreciendo a los ciudadanos el liderazgo político español, que no está a la altura de la sociedad y que cada día demuestra con mayor intensidad su insolvencia.
La gente cada vez está más convencida de que los políticos son los culpables del mal ambiente, de la crispación y de los enfrentamientos constantes. Y lo grave es que la reacción ciudadana no se orienta únicamente hacia el desprestigio de los políticos, sino también hacia el descrédito de la democracia como sistema, lo que es mucho más grave.
La división, casi siempre espoleada por una política insensata que antepone los intereses electorales de los partidos al concepto del bien común, ha llegado a niveles tan altos que a veces se manifiesta entre ciudades y provincias de la misma región.
En Andalucía existe un ejemplo sangrante que demuestra que el virus del enfrentamiento, esparcido desde la política, ha llegado hasta los capilares del país: el de la rivalidad entre Málaga y Sevilla. Las dos ciudades mayores de la región eran casi hermanas hace tres décadas, pero cuando Sevilla fue designada capital de Andalucía, algunos políticos malagueños, tanto de la izquierda como de la derecha, alimentaron el enfrentamiento mutuo de manera irresponsable, hasta el punto de que en Málaga llegó a constituirse un partido político “antisevillano” que hasta se presentó a las elecciones municipales. Hoy, sin que nadie pueda exhibir un agravio auténtico o razonable, las dos ciudades “sufren” un enfrentamiento, alimentado por irresponsables políticos locales, sobre todo desde Málaga, que se manifiesta en la denuncia constante de agravios y en manifestaciones violentas como enfrentamientos entre aficionados al fútbol o la rotura sistemática de los cristales de los coches que exhiban matriculas de la ciudad “adversaria”.
Pero el de Málaga no es, ni mucho menos, el capítulo más grave de los muchos que están dañando el país, sino apenas un ejemplo que demuestra el alcance capilar de la contaminación. Más peligroso y grave fue el "boicot" contra el cava catalán que se hizo efectivo el año pasado o el que afecta desde hace años a los electrodomésticos fabricados en el País Vasco, o la reacción crispada de la sociedad española a la OPA lanzada por empresas catalanas de La Caixa contra la eléctrica ENDESA, con sede en Madrid, una operación de mercado que nadie en España cree que no esté politizada y alimentada desde el virus político de la división y el enfrentamiento.
Todos esos enfrentamientos y otros muchos son consecuencia directa del mal gobierno, de la irresponsabilidad de una política que no ha aprendido a anteponer, como establece la democracia, la convivencia y el bien común a cualquier otro interés del poder.
El último en advertirlo ha sido el obispo de Pamplona, Fernando Sebastián, quien afirma que la Iglesia española vive bajo la "presión" de la “ofensiva laicista” del Gobierno y en un clima donde " vuelven a aparecer barreras de menosprecio y de exclusión que dan lugar a mucho malestar y pueden degenerar en tensiones y conflictos. No podemos permitir que se reproduzcan entre nosotros aquellas posturas radicales y exclusivistas que predicaban la incompatibilidad entre derechas e izquierdas, entre creyentes y no creyentes, y nos llevaron al desastre de la guerra civil ".
De hecho, una de las acusaciones más solventes que el PSOE lanzaba desde la oposición contra el gobierno de Aznar era la de que estaba crispando demasiado a la sociedad española. Es probable que aquella acusación contribuyera a la inesperada derrota electoral del PP en las últimas elecciones.
Hoy, a pesar del talante dialogante y conciliador que exhibe el gobierno socialista de Zapatero, no sólo no ha mejorado el panorama sino que, incluso, se ha incrementado peligrosamente el nivel de crispación y de enfrentamiento, hasta el punto de que son ya numerosas las voces que advierten del peligro de que España entre en una dinámica irreversible de enfrentamientos y luchas fratricidas.
Basta escuchar la radio para advertir el nivel de crispación y de enfrentamiento dominantes. Las emisoras enfrentan en las tertulias a periodistas "con camisa", es decir, alineados con uno u otro partido político, cada día más abundantes en las redacciones, y a representantes de la sociedad vasca y catalana, con lo que el nivel elevado de polémica y de pasión fratricida queda garantizado.
Pero es en el Parlamento, el corazón del sistema democrático español, donde se aprecia con toda su intensidad el frívolo enfrentamiento entre derechas e izquierdas, por una parte, y entre partidarios de la unión nacional y nacionalistas que sueñan con la independencia, por otra. Sin el respeto que la democracia exige hacia hacia el "bien común" y la convivencia, la política española, frívola e insensata, no sólo crispa a los españoles, sino que les contagia la violencia verbal y los enfrenta a unos con otros, a catalanes contra madrileños, a vascos contra todos los demás, a catalanes contra españolistas, a las derechas con las izquierdas y hasta a ciudades y regiones vecinas que nunca antes se habían enfrentado en la Historia.
Algunos de los pocos observadores independientes que quedan en una sociedad cada día más contaminada por la política y el mal gobierno, están asombrados del espectáculo insensato que está ofreciendo a los ciudadanos el liderazgo político español, que no está a la altura de la sociedad y que cada día demuestra con mayor intensidad su insolvencia.
La gente cada vez está más convencida de que los políticos son los culpables del mal ambiente, de la crispación y de los enfrentamientos constantes. Y lo grave es que la reacción ciudadana no se orienta únicamente hacia el desprestigio de los políticos, sino también hacia el descrédito de la democracia como sistema, lo que es mucho más grave.
La división, casi siempre espoleada por una política insensata que antepone los intereses electorales de los partidos al concepto del bien común, ha llegado a niveles tan altos que a veces se manifiesta entre ciudades y provincias de la misma región.
En Andalucía existe un ejemplo sangrante que demuestra que el virus del enfrentamiento, esparcido desde la política, ha llegado hasta los capilares del país: el de la rivalidad entre Málaga y Sevilla. Las dos ciudades mayores de la región eran casi hermanas hace tres décadas, pero cuando Sevilla fue designada capital de Andalucía, algunos políticos malagueños, tanto de la izquierda como de la derecha, alimentaron el enfrentamiento mutuo de manera irresponsable, hasta el punto de que en Málaga llegó a constituirse un partido político “antisevillano” que hasta se presentó a las elecciones municipales. Hoy, sin que nadie pueda exhibir un agravio auténtico o razonable, las dos ciudades “sufren” un enfrentamiento, alimentado por irresponsables políticos locales, sobre todo desde Málaga, que se manifiesta en la denuncia constante de agravios y en manifestaciones violentas como enfrentamientos entre aficionados al fútbol o la rotura sistemática de los cristales de los coches que exhiban matriculas de la ciudad “adversaria”.
Pero el de Málaga no es, ni mucho menos, el capítulo más grave de los muchos que están dañando el país, sino apenas un ejemplo que demuestra el alcance capilar de la contaminación. Más peligroso y grave fue el "boicot" contra el cava catalán que se hizo efectivo el año pasado o el que afecta desde hace años a los electrodomésticos fabricados en el País Vasco, o la reacción crispada de la sociedad española a la OPA lanzada por empresas catalanas de La Caixa contra la eléctrica ENDESA, con sede en Madrid, una operación de mercado que nadie en España cree que no esté politizada y alimentada desde el virus político de la división y el enfrentamiento.
Todos esos enfrentamientos y otros muchos son consecuencia directa del mal gobierno, de la irresponsabilidad de una política que no ha aprendido a anteponer, como establece la democracia, la convivencia y el bien común a cualquier otro interés del poder.
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