Ciertamente, la España de Zapatero no es un país para cobardes. Carece de sentido esconderse mientras están en juego demasiadas cosas importantes para nosotros y nuestros hijos. La única actitud digna de un demócrata es plantar cara al abuso y al desatino y luchar por los derechos, las libertades y la democracia, al menos con la palabra, porque nunca antes estuvieron tan en peligro desde la muerte del dictador.
Zapatero y los suyos, conscientes de que el enriquecimiento rápido y la opulencia han convertido en cobardes a los en otros tiempos irreductibles españoles, quieren imponer un tipo de régimen contrario a la democracia, en el que la opinión de los ciudadanos carece de valor, en el que los derechos individuales ceden siempre ante los derechos del Estado, un país desigual e injusto en el que la distancia entre los rricos y los pobres se agranda cada día, dividido en dos bandos, el de los que mandan, donde están los políticos, sus aliados y esclavos mantenidos, y el de los que obedecen, donde quieren colocarnos a todos los demás..
Los grandes partidos españoles afincados en el poder, incluyendo a un PP decepcionante y cómplice de vergüenzas y abusos, quieren hacer de España un país para cobardes donde la "casta" de los que mandan pueda controlarlo todo sin temer disidencias, resistencias o rebeldías, pero olvidan lo que la Historia de España ha enseñado muchas veces (en Numancia, en las libertades ganadas a los reyes del Medioevo, en la rebelión de 1808 contra el francés, etc.) que "España no es un país para cobardes" y que, aunque sea cierto que la riqueza nos ha hecho más miedosos y conservadores, ese cambio solo podrá retardar la rebeldía contra la ignominia y la indecencia, pero nunca evitarla.
El drama de los demócratas españoles es especialmente angustioso porque sabemos que no podemos esperar la solución de una derecha que no se distingue demasiado de la izquierda. La enfermedad de España es su casta política, de una aterradora baja calidad humana, política y moral.
La conciencia de que vivimos rodeados de injusticia está avanzando imparable y el problema es que el gobierno, los partidos políticos y nuestros representantes elegidos quedan dentro del bando de los injustos. Las subidas injustificadas de sus sueldos, los coches de lujo de los políticos, la impunidad de los Albertos y otros muchos amigos del poder, la corrupción de los políticos, la mentira utilizada como método de gobierno y otros muchos desatinos y abusos están actuando como el ácido, diluyendo poco a poco el respeto por la política y la autoridad.
Hay decenas de razones que justificarían la resistencia civil: están alimentando la crisis y la postración de España con sus desaciertos y arrogancia; son incapaces de prescindir de sus lujos y privilegios, incluso cuando cada día miles de españoles se incorporan al paro y a la pobreza; han asesinado la democracia, a traición y a oscuras, convirtiéndola en una sucia oligocracia de partidos; han eliminado la separación y la independencia de los poderes básicos del Estado, sometiendo desde los partidos al Ejecutivo, al Legislativo y al Judicial; han comprado a gran parte de los medios de comunicación para impedir que denuncien, como es su deber, la indecencia general y la subversión de la democracia; han patrocinado desde el poder la caída de la ética y los valores; han devaluado la enseñanza en las escuelas, institutos y universidades; han dispuesto de nuestro dinero sin controles ni rendición de cuentas; suben los impuestos cuando deberían bajarlos para estimular la economía; quieren convertir al Estado en empresario, como hicieron en el pasado Lenin, Stalin, Mao, Hitler, Fidel Castro y otros fracasados manchados de sangre, perpetrando así un error que pagaremos todos con pobreza y opresión; han convertido a los partidos políticos en fortalezas inexpugnables de poder, desde las que se reparte el dinero, los favores y la arbitrariedad; trucan los concursos públicos, conviven con la corrupción y, en algunos casos, hasta la amparan; están convirtiendo a España en una cloaca y lo hacen a oscuras, desinformando y aplastando la verdad.
Recuerdo tiempos no muy lejanos en los que pagar impuestos era un orgullo para los demócratas porque, como ciudadano consciente y sensible, creías que contribuías al bienestar colectivo, dotabas al Estado de recursos y sufragabas actuaciones orientadas a eliminar el sufrimiento y las hirientes diferencias entre ricos y pobres. Pero si hoy se hiciera una encuesta seria sobre la fiscalidad en España, descubriríamos con terror que la gente paga ahora los impuestos solo porque teme ser sancionado, sin ilusión alguna, sin la más mínima fe de que los recursos que el Estado reclama sean gestionados con justicia, temiendo que sean utilizados por sátrapas sin ética en comprar coches de lujo, en cualquier tipo de despilfarro o en colocar y premiar a sus familiares, correligionarios y amigos.
Definitivamente, España no es hoy un país para cobardes (Spain is not a country for cowards)*
(*) Lo del uso del inglés es únicamente para que en el extranjero, a través de los buscadores de Internet, puedan enterarse de este grito de los angustiados españoles demócratas.
Zapatero y los suyos, conscientes de que el enriquecimiento rápido y la opulencia han convertido en cobardes a los en otros tiempos irreductibles españoles, quieren imponer un tipo de régimen contrario a la democracia, en el que la opinión de los ciudadanos carece de valor, en el que los derechos individuales ceden siempre ante los derechos del Estado, un país desigual e injusto en el que la distancia entre los rricos y los pobres se agranda cada día, dividido en dos bandos, el de los que mandan, donde están los políticos, sus aliados y esclavos mantenidos, y el de los que obedecen, donde quieren colocarnos a todos los demás..
Los grandes partidos españoles afincados en el poder, incluyendo a un PP decepcionante y cómplice de vergüenzas y abusos, quieren hacer de España un país para cobardes donde la "casta" de los que mandan pueda controlarlo todo sin temer disidencias, resistencias o rebeldías, pero olvidan lo que la Historia de España ha enseñado muchas veces (en Numancia, en las libertades ganadas a los reyes del Medioevo, en la rebelión de 1808 contra el francés, etc.) que "España no es un país para cobardes" y que, aunque sea cierto que la riqueza nos ha hecho más miedosos y conservadores, ese cambio solo podrá retardar la rebeldía contra la ignominia y la indecencia, pero nunca evitarla.
El drama de los demócratas españoles es especialmente angustioso porque sabemos que no podemos esperar la solución de una derecha que no se distingue demasiado de la izquierda. La enfermedad de España es su casta política, de una aterradora baja calidad humana, política y moral.
La conciencia de que vivimos rodeados de injusticia está avanzando imparable y el problema es que el gobierno, los partidos políticos y nuestros representantes elegidos quedan dentro del bando de los injustos. Las subidas injustificadas de sus sueldos, los coches de lujo de los políticos, la impunidad de los Albertos y otros muchos amigos del poder, la corrupción de los políticos, la mentira utilizada como método de gobierno y otros muchos desatinos y abusos están actuando como el ácido, diluyendo poco a poco el respeto por la política y la autoridad.
Hay decenas de razones que justificarían la resistencia civil: están alimentando la crisis y la postración de España con sus desaciertos y arrogancia; son incapaces de prescindir de sus lujos y privilegios, incluso cuando cada día miles de españoles se incorporan al paro y a la pobreza; han asesinado la democracia, a traición y a oscuras, convirtiéndola en una sucia oligocracia de partidos; han eliminado la separación y la independencia de los poderes básicos del Estado, sometiendo desde los partidos al Ejecutivo, al Legislativo y al Judicial; han comprado a gran parte de los medios de comunicación para impedir que denuncien, como es su deber, la indecencia general y la subversión de la democracia; han patrocinado desde el poder la caída de la ética y los valores; han devaluado la enseñanza en las escuelas, institutos y universidades; han dispuesto de nuestro dinero sin controles ni rendición de cuentas; suben los impuestos cuando deberían bajarlos para estimular la economía; quieren convertir al Estado en empresario, como hicieron en el pasado Lenin, Stalin, Mao, Hitler, Fidel Castro y otros fracasados manchados de sangre, perpetrando así un error que pagaremos todos con pobreza y opresión; han convertido a los partidos políticos en fortalezas inexpugnables de poder, desde las que se reparte el dinero, los favores y la arbitrariedad; trucan los concursos públicos, conviven con la corrupción y, en algunos casos, hasta la amparan; están convirtiendo a España en una cloaca y lo hacen a oscuras, desinformando y aplastando la verdad.
Recuerdo tiempos no muy lejanos en los que pagar impuestos era un orgullo para los demócratas porque, como ciudadano consciente y sensible, creías que contribuías al bienestar colectivo, dotabas al Estado de recursos y sufragabas actuaciones orientadas a eliminar el sufrimiento y las hirientes diferencias entre ricos y pobres. Pero si hoy se hiciera una encuesta seria sobre la fiscalidad en España, descubriríamos con terror que la gente paga ahora los impuestos solo porque teme ser sancionado, sin ilusión alguna, sin la más mínima fe de que los recursos que el Estado reclama sean gestionados con justicia, temiendo que sean utilizados por sátrapas sin ética en comprar coches de lujo, en cualquier tipo de despilfarro o en colocar y premiar a sus familiares, correligionarios y amigos.
Definitivamente, España no es hoy un país para cobardes (Spain is not a country for cowards)*
(*) Lo del uso del inglés es únicamente para que en el extranjero, a través de los buscadores de Internet, puedan enterarse de este grito de los angustiados españoles demócratas.
Comentarios: