Es propósito inconcuso del menda lerenda urdir todos sus escritos no sólo de forma impecable, sino de modo implacable. Como siempre (casi siempre), independientemente de las lecturas (tres o treinta tres) que haga del texto, suele deslizársele, de manera indefectible, algún error u horror (cuando se percata de él), acostumbra a pregonar la añagaza que sigue. Él, que no es supersticioso (porque –es vaya de zumbón- dicen que da mala suerte), reconoce ser heredero indirecto y aun portador seguro de esta manía: como los indios navajos, que habían adquirido el hábito de tejer sus alfombras y tapices con alguna imperfección, para que sus respectivos espíritus no quedaran cautivos de ninguna de las confecciones que manufacturaban, él trenza sus urdiduras o urdiblandas con (alg)una tara, para que su estro no quede preso de ninguna de sus prosas.
Cuando a "Otramotro" su falta de memoria (suceso apodíctico y esporádico) suele jugarle o procurarle alguna mala pasada, para salir del mal trago o atolladero, acostumbra a recordar y repetir lo que respondió en cierta ocasión el general Ros de Olano. Otrora, al susodicho militar, que dio nombre al gorro o a la prenda que antes aparecía tanto en los crucigramas, ros, le preguntaron qué tesis quería defender, mantener o sostener en su obra “El doctor Lañuela”, novela de carácter esotérico, y él, poco más o menos, contestó: “Cuando la escribí, sólo dos, Dios y yo, lo sabíamos. Hoy sólo lo sabe uno, Dios”.
Ángel Sáez García
Cuando a "Otramotro" su falta de memoria (suceso apodíctico y esporádico) suele jugarle o procurarle alguna mala pasada, para salir del mal trago o atolladero, acostumbra a recordar y repetir lo que respondió en cierta ocasión el general Ros de Olano. Otrora, al susodicho militar, que dio nombre al gorro o a la prenda que antes aparecía tanto en los crucigramas, ros, le preguntaron qué tesis quería defender, mantener o sostener en su obra “El doctor Lañuela”, novela de carácter esotérico, y él, poco más o menos, contestó: “Cuando la escribí, sólo dos, Dios y yo, lo sabíamos. Hoy sólo lo sabe uno, Dios”.
Ángel Sáez García