Corrupción made in Spain
Comparar España con Francia es una "afición" vieja, casi una obsesión, al menos para los españoles, que, por desgracia, suelen salir perdiendo en nueve de cada diez capítulos comparados.
Uno de los capítulos comparados con más insistencia es el de la política, en el que España, sobre todo ahora, pierde por goleada.
Comparemos algunos rasgos políticos para constatar nuestra derrota: aunque cada país posee sus peculiaridades, resulta evidente que Francia camina hacia la homogeneización, mientras que España va hacia la disgragación. Francia es celosa e intransigente en lo que afecta a su unidad nacional, mientras que España, de la mano de Zapatero, ha dinamitado la columna vertebral de la unidad con el Estatuto de Cataluña, que reconoce privilegios para una región rica y asume el principio de la desigualdad, contrario a la igualdad que proclama la Constitución. Otro aspecto clave entre las diferencias es que los líderes políticos franceses creen en la nación y en sus símbolos y la aman, mientras que en España, con excepción de algunos del PP, se averguenzan de la realidad nacional y ceden ante los nacionalismos separatistas, a los que han otorgado un poder desproporcionado. Francia es un ejemplo en capacidad para integrar a los inmigrantes, mientras que España avanza poco en ese sentido. Los políticos españoles están perdiendo prestigio y agrandando el foso que les separa de los ciudadanos, mientras que en Francia se avanza en sentido contrario y tanto la derecha como la izquierda luchan por recuperar el prestigio del sistema, muy dañado, y de la clase política, otorgando a los ciudadanos un protagonismo creciente que los políticos españoles escatiman al pueblo.
Francia aparece ante los ojos del mundo como un país serio y sensato, fuerte en sus tradiciones y signos de identidad, mientras que España aparece como un país alocado, enfrentado a nivel interno, en proceso de descomposición y rompiendo sus tradiciones, valores heredados del pasado y hasta sus alianzas internacionales.
Nada indica con mayor contundencia las diferencias que el tratamiento de los símbolos: mientras que la socialista francesa Ségolene Royal pide a los franceses que tengan la bandera de Francia en casa y aprendan la letra de "la Marsellesa", el insólito socialista español Zapatero reniega de España y considera la bandera y el himno como reliquias casi fascistas.
Pero hay más signos franceses que despiertan la sana envidia de los atormentados y frustrados demócratas españoles. Citemos sólo dos que contrastan de manera rotunda con la realidad española: Sarkozy ha dicho que quiere una Francia donde los alumnos se pongan de pie cuando entre el maestro en las escuelas, mientras que Ségolene promete que creará consejos de ciudadanos para que vigilen y controlen a los políticos. En España, donde las escuelas son reinos de la vagancia y nidos del irrespeto, las palabras de Sarkozy hacen derramar lágrimas de envidia a miles de maestros vejados, y las promesas de la socialista Royal de regenerar la democracia hacen soñar de emoción y envidia a los miles de verdaderos demócratas que se sienten diariamente humillados por la insolencia, la arrogancia y el elitismo del insaciable e insano poder polítiico español.
Uno de los capítulos comparados con más insistencia es el de la política, en el que España, sobre todo ahora, pierde por goleada.
Comparemos algunos rasgos políticos para constatar nuestra derrota: aunque cada país posee sus peculiaridades, resulta evidente que Francia camina hacia la homogeneización, mientras que España va hacia la disgragación. Francia es celosa e intransigente en lo que afecta a su unidad nacional, mientras que España, de la mano de Zapatero, ha dinamitado la columna vertebral de la unidad con el Estatuto de Cataluña, que reconoce privilegios para una región rica y asume el principio de la desigualdad, contrario a la igualdad que proclama la Constitución. Otro aspecto clave entre las diferencias es que los líderes políticos franceses creen en la nación y en sus símbolos y la aman, mientras que en España, con excepción de algunos del PP, se averguenzan de la realidad nacional y ceden ante los nacionalismos separatistas, a los que han otorgado un poder desproporcionado. Francia es un ejemplo en capacidad para integrar a los inmigrantes, mientras que España avanza poco en ese sentido. Los políticos españoles están perdiendo prestigio y agrandando el foso que les separa de los ciudadanos, mientras que en Francia se avanza en sentido contrario y tanto la derecha como la izquierda luchan por recuperar el prestigio del sistema, muy dañado, y de la clase política, otorgando a los ciudadanos un protagonismo creciente que los políticos españoles escatiman al pueblo.
Francia aparece ante los ojos del mundo como un país serio y sensato, fuerte en sus tradiciones y signos de identidad, mientras que España aparece como un país alocado, enfrentado a nivel interno, en proceso de descomposición y rompiendo sus tradiciones, valores heredados del pasado y hasta sus alianzas internacionales.
Nada indica con mayor contundencia las diferencias que el tratamiento de los símbolos: mientras que la socialista francesa Ségolene Royal pide a los franceses que tengan la bandera de Francia en casa y aprendan la letra de "la Marsellesa", el insólito socialista español Zapatero reniega de España y considera la bandera y el himno como reliquias casi fascistas.
Pero hay más signos franceses que despiertan la sana envidia de los atormentados y frustrados demócratas españoles. Citemos sólo dos que contrastan de manera rotunda con la realidad española: Sarkozy ha dicho que quiere una Francia donde los alumnos se pongan de pie cuando entre el maestro en las escuelas, mientras que Ségolene promete que creará consejos de ciudadanos para que vigilen y controlen a los políticos. En España, donde las escuelas son reinos de la vagancia y nidos del irrespeto, las palabras de Sarkozy hacen derramar lágrimas de envidia a miles de maestros vejados, y las promesas de la socialista Royal de regenerar la democracia hacen soñar de emoción y envidia a los miles de verdaderos demócratas que se sienten diariamente humillados por la insolencia, la arrogancia y el elitismo del insaciable e insano poder polítiico español.
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