Si Europa estuviera viva, ante el desafío del Brexit habría reaccionado como un resorte y relanzado su proyecto de unidad y colaboración entre países, cautivando a los ciudadanos y diseñando políticas de desarrollo y prosperidad, pero Europa, que es un cadáver sin saberlo, no ha reaccionado y sigue adelante con su decadente danza de poder político abusivo y burocrático, sin respeto alguno hacia los olvidados ciudadanos y las reglas de la democracia verdadera. Europa parece ignorar que si no reacciona con urgencia, su edificio, enfermo de aluminosis, se derrumbará en breve.
El mayor problema de Europa y el mayor error de su inepta y degradada clase política es haber acosado y casi destruido a las clases medias, la sólida base de la sociedad europea sobre la que se asentaba el proyecto de unidad. Lo único que Europa ha potenciado es la burocracia y lo que ha fortalecido no es la ciudadanía, ni la democracia, sino el poder de los gobiernos. En los países más corruptos y con gobiernos más degradados, como España, la clase media y la ilusión por la Unión están devastadas.
Ante el desafío del Brexit, si Europa hubiera estado sana y pujante, habría reaccionado generando ilusión, reforzando su proyecto de unidad, ganándose la voluntad de la ciudadanía y estableciendo objetivos y metas atractivas que hicieran pensar a los británicos que han abandonado un paraíso, pero no ha hecho absolutamente nada de eso y sigue adelante con su política suicida de apoyar y apoyarse en los políticos, despreciando al pueblo.
Por ese camino, con el encefalograma plano y las constantes vitales en ruina, cuando Trump apueste por el proteccionismo y acose a Europa como si fuera un competidor, el camino del Brexit será emprendido también por Francia, Holanda y hasta por Austria y Alemania, entre otros, lo que terminará por dinamitar la Unión y por certificar la defunción del actual cadáver europeo.
El proyecto europeo está tan esclerótico y decaido que necesita con urgencia una reactivación y un relanzamiento, pero los políticos, alienados y atolondrados por el alejamiento de sus ciudadanos, el exceso de poder y la corrupción, ni siquiera se dan cuenta. Políticas como la incorporación de Rusia al proyecto común, la lucha frontal contra la corrupción y la elevación del relegado ciudadano hasta que vuelva a ser el protagonista de la política son urgentes e imprescindibles, como también lo son reducir el poder de los políticos y los burócratas, reforzar la unión política, dotarse de una defensa común y establecer políticas comunes que garanticen la igualdad de oportunidades, la lucha conjunta contra el terror y un desarrollo económico basado en la competitividad, en la satisfacción de los ciudadanos, el apoyo mutuo y en la explotación del mercado único para beneficio de los europeos, algo parecido a lo que va a hacer Trump en Estados Unidos, donde las empresas van a ser forzadas a que prioricen el mercado interior y creen puestos de trabajo para eliminar el paro y la pobreza.
Pero mientras los ciudadanos europeos se sientan divorciados de los políticos, marginados y sin ilusión, el futuro de Europa es más negro que el de Somalia.
Se percibe con claridad que Trump, a pesar de los ataques de la prensa mundial, es un ser humano vivo y lleno de pujanza, que ha triunfado como empresario y que sabe lo que debe hacer, pero los políticos europeas se vé que son cadáveres corrompidos por la endogamia, el egoísmo, la corrupción y las continuas traiciones al ciudadano y a la democracia.
Si, como muchos esperamos, la política de Trump empieza a revitalizar la economía norteamericana, entonces las carencias, errores y miserias de Europa saldrán a la luz, causando bochorno a los europeos y generando una frustración que será difícil de neutralizar desde los cementerios burocráticos de Bruselas y Luxemburgo.
A Europa se le avecinan tormentas y duras crisis, sobre todo de índole política y moral, que pondrán a prueba el valor de sus desgraciados líderes, su estructura y sus músculos, hoy escleróticos y enclenques.
Francisco Rubiales
El mayor problema de Europa y el mayor error de su inepta y degradada clase política es haber acosado y casi destruido a las clases medias, la sólida base de la sociedad europea sobre la que se asentaba el proyecto de unidad. Lo único que Europa ha potenciado es la burocracia y lo que ha fortalecido no es la ciudadanía, ni la democracia, sino el poder de los gobiernos. En los países más corruptos y con gobiernos más degradados, como España, la clase media y la ilusión por la Unión están devastadas.
Ante el desafío del Brexit, si Europa hubiera estado sana y pujante, habría reaccionado generando ilusión, reforzando su proyecto de unidad, ganándose la voluntad de la ciudadanía y estableciendo objetivos y metas atractivas que hicieran pensar a los británicos que han abandonado un paraíso, pero no ha hecho absolutamente nada de eso y sigue adelante con su política suicida de apoyar y apoyarse en los políticos, despreciando al pueblo.
Por ese camino, con el encefalograma plano y las constantes vitales en ruina, cuando Trump apueste por el proteccionismo y acose a Europa como si fuera un competidor, el camino del Brexit será emprendido también por Francia, Holanda y hasta por Austria y Alemania, entre otros, lo que terminará por dinamitar la Unión y por certificar la defunción del actual cadáver europeo.
El proyecto europeo está tan esclerótico y decaido que necesita con urgencia una reactivación y un relanzamiento, pero los políticos, alienados y atolondrados por el alejamiento de sus ciudadanos, el exceso de poder y la corrupción, ni siquiera se dan cuenta. Políticas como la incorporación de Rusia al proyecto común, la lucha frontal contra la corrupción y la elevación del relegado ciudadano hasta que vuelva a ser el protagonista de la política son urgentes e imprescindibles, como también lo son reducir el poder de los políticos y los burócratas, reforzar la unión política, dotarse de una defensa común y establecer políticas comunes que garanticen la igualdad de oportunidades, la lucha conjunta contra el terror y un desarrollo económico basado en la competitividad, en la satisfacción de los ciudadanos, el apoyo mutuo y en la explotación del mercado único para beneficio de los europeos, algo parecido a lo que va a hacer Trump en Estados Unidos, donde las empresas van a ser forzadas a que prioricen el mercado interior y creen puestos de trabajo para eliminar el paro y la pobreza.
Pero mientras los ciudadanos europeos se sientan divorciados de los políticos, marginados y sin ilusión, el futuro de Europa es más negro que el de Somalia.
Se percibe con claridad que Trump, a pesar de los ataques de la prensa mundial, es un ser humano vivo y lleno de pujanza, que ha triunfado como empresario y que sabe lo que debe hacer, pero los políticos europeas se vé que son cadáveres corrompidos por la endogamia, el egoísmo, la corrupción y las continuas traiciones al ciudadano y a la democracia.
Si, como muchos esperamos, la política de Trump empieza a revitalizar la economía norteamericana, entonces las carencias, errores y miserias de Europa saldrán a la luz, causando bochorno a los europeos y generando una frustración que será difícil de neutralizar desde los cementerios burocráticos de Bruselas y Luxemburgo.
A Europa se le avecinan tormentas y duras crisis, sobre todo de índole política y moral, que pondrán a prueba el valor de sus desgraciados líderes, su estructura y sus músculos, hoy escleróticos y enclenques.
Francisco Rubiales
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