El papa recibe complacido el regalo de Evo Morales: un Cristo crucificado tallado sobre la hoz y el martillo
El papa Francisco va a recibir hoy a Pedro Sánchez, justo cuando se cumple un año de aquel 24 de octubre de 2019, cuando el gobierno de España profanó la Basílica del Valle de los Caídos ante la indiferencia general de la Jerarquía de la Iglesia, que no movió un dedo para evitarlo. Aquella indiferencia alejó a muchos españoles de la Iglesia, como también alejará a muchos más la recepción del pontífice a un presidente español cuestionado y rechazado por muchos millones de españoles, que no le perdonan los daños profundos que está causando a la nación, a la convivencia, a la salud del pueblo, a la economía, a la moral y al prestigio de España.
El papa Francisco ha dejado entrever en sus declaraciones que no visitará España hasta que Cataluña sea independiente. También ha señalado a España, de manera injusta e imprudente, como un país en guerra. Bajo el mandato de Francisco, parte de la Iglesia española ha intensificado su apoyo al independentismo en Cataluña y el País Vasco y no se ha colocado al lado de los que luchan por olvidar el odio que se propaga recordando la guerra civil, la regeneración de la nación y la limpieza en la corrompida vida política.
Es evidente que el Papa no es amigo de España. Sus amistades tienen otro color. Acaba de felicitar a Evo Morales porque su partido, comunista, acaba de ganar las elecciones en Bolivia y no parece sentirse preocupado en exceso por las brutalidades de la izquierda chilena, dedicada a hacer lo que mejor sabe hacer: quemar templos cristianos y profanar sitios sagrados.
El pontífice, a juzgar por sus preferencias políticas de izquierda, debe sentirse a gusto con el avance evidente del marxismo en el mundo, incluso en España, donde su poder crece de la mano de Pedro Sánchez, logrando victorias que se explican más por la torpeza de los demócratas que por méritos de un comunismo, cuya historia está plagada de opresión, esclavitud, sangre y pobreza.
Basta sumergirse en las redes para descubrir cientos de miles de ataques al pontífice por su proximidad a los partidos y líderes totalitarios y por su aparente desprecio a la democracia. Es difícil saber con certeza metafísica si esos ataques al papa son merecidos, pero los signos visibles son claros.
Tampoco es evidente que el papa, como aseguran muchos expertos y observadores en todo el mundo, es defensor del Nuevo Orden mundial, esa corriente que, apoyada por los poderes más fuertes y secretos del mundo, aboga por eliminar las democracias y sustituirlas por sistemas donde el Estado sea todopoderoso e indestructible, mientras el ciudadano es sometido de manera férrea a un poder reforzado e inalcanzable, capaz de aportar la estabilidad y la disciplina que requiere el capitalismo para dominar más y acumular más poder y riqueza.
Si esa vinculación de la Iglesia Católica con el Nuevo Orden fuera cierta, su apoyo la convertiría en agente de la esclavitud y la antidemocracia.
Cada español es libre para seguir las directrices de la jerarquía católica o no hacerlo, como lo es también de poner o no poner la "X" en la declaración de la renta, pero resulta evidente y probado que muchos españoles regeneracionistas y preocupados por la deriva entiespañola y autoritaria del gobierno y de sus socios, donde figuran comunistas, amigos del terrorismo e independentistas propagadores del odio, se alejarán hoy todavía más de la decadente Iglesia española.
Esos españoles creen que la Iglesia debería colocarse siempre al lado de la Constitución y alejarse de los que la incumplen y violan, apoyar las posturas que defienden las raíces culturales de España, sus libertades, derechos y valores tradicionales, todo en peligro ante la política del gobierno de ese Sánchez al que hoy recibe el papa Francisco dentro de su programa de contacto con los jefes de Estado y de gobiernos que lo solicitan.
Francisco Rubiales
El papa Francisco ha dejado entrever en sus declaraciones que no visitará España hasta que Cataluña sea independiente. También ha señalado a España, de manera injusta e imprudente, como un país en guerra. Bajo el mandato de Francisco, parte de la Iglesia española ha intensificado su apoyo al independentismo en Cataluña y el País Vasco y no se ha colocado al lado de los que luchan por olvidar el odio que se propaga recordando la guerra civil, la regeneración de la nación y la limpieza en la corrompida vida política.
Es evidente que el Papa no es amigo de España. Sus amistades tienen otro color. Acaba de felicitar a Evo Morales porque su partido, comunista, acaba de ganar las elecciones en Bolivia y no parece sentirse preocupado en exceso por las brutalidades de la izquierda chilena, dedicada a hacer lo que mejor sabe hacer: quemar templos cristianos y profanar sitios sagrados.
El pontífice, a juzgar por sus preferencias políticas de izquierda, debe sentirse a gusto con el avance evidente del marxismo en el mundo, incluso en España, donde su poder crece de la mano de Pedro Sánchez, logrando victorias que se explican más por la torpeza de los demócratas que por méritos de un comunismo, cuya historia está plagada de opresión, esclavitud, sangre y pobreza.
Basta sumergirse en las redes para descubrir cientos de miles de ataques al pontífice por su proximidad a los partidos y líderes totalitarios y por su aparente desprecio a la democracia. Es difícil saber con certeza metafísica si esos ataques al papa son merecidos, pero los signos visibles son claros.
Tampoco es evidente que el papa, como aseguran muchos expertos y observadores en todo el mundo, es defensor del Nuevo Orden mundial, esa corriente que, apoyada por los poderes más fuertes y secretos del mundo, aboga por eliminar las democracias y sustituirlas por sistemas donde el Estado sea todopoderoso e indestructible, mientras el ciudadano es sometido de manera férrea a un poder reforzado e inalcanzable, capaz de aportar la estabilidad y la disciplina que requiere el capitalismo para dominar más y acumular más poder y riqueza.
Si esa vinculación de la Iglesia Católica con el Nuevo Orden fuera cierta, su apoyo la convertiría en agente de la esclavitud y la antidemocracia.
Cada español es libre para seguir las directrices de la jerarquía católica o no hacerlo, como lo es también de poner o no poner la "X" en la declaración de la renta, pero resulta evidente y probado que muchos españoles regeneracionistas y preocupados por la deriva entiespañola y autoritaria del gobierno y de sus socios, donde figuran comunistas, amigos del terrorismo e independentistas propagadores del odio, se alejarán hoy todavía más de la decadente Iglesia española.
Esos españoles creen que la Iglesia debería colocarse siempre al lado de la Constitución y alejarse de los que la incumplen y violan, apoyar las posturas que defienden las raíces culturales de España, sus libertades, derechos y valores tradicionales, todo en peligro ante la política del gobierno de ese Sánchez al que hoy recibe el papa Francisco dentro de su programa de contacto con los jefes de Estado y de gobiernos que lo solicitan.
Francisco Rubiales
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