La palabra “sors” es latina y con ella se designaba la bola, dado o piedra con que los romanos sorteaban un premio, un trabajo o un servicio especial. En castellano pasó a significar “suerte”, es decir, la buena o mala fortuna que atribuimos a los acontecimientos fortuitos. Y al que echaba la bola, el dado o la suerte se les llamaba “sortero” o “sorteño”. Pasó también a llamarse así a los agoreros, a los echadores de cartas y a los gitanos que echaban la buenaventura.
Los filósofos nunca creyeron seriamente en los agoreros o echadores supersticiosos de buenaventura, porque creen que ninguna cosa sucede por casualidad o de forma gratuita. Si nos detenemos a examinar por qué a una persona le sucede un acontecimiento adverso y a otra uno feliz, veremos que siempre hay una causa que justifica el acontecimiento. Es verdad que muchas veces es difícil averiguar la causa, pero es preferible darle tiempo al tiempo, o dejarla en el misterio, a fundamentar la vida sobre mitos, bolas, bulos o supercherías, porque generalmente encierran la intención de aprovecharse de las personas sencilla o de buena voluntad
En esta sociedad de la tecnología y de los inventos, hay muchas falacias, engañifas y “tocomochos”; es decir, mucho rollo. Los periódicos denuncian diariamente alguno de ellos. El argumento de la mala suerte es el que utilizan los niños cuando pierden algo, los malos estudiantes cuando suspenden y los falsos políticos cuando hay crisis. Es más, hay algunos que garantizan su éxito con la buena estrella con que han nacido y no al trabajo que ha puesto el equipo de gobierno en la gestión de la “cosa pública”. En Sudamérica llaman a éstos “ políticos de repúblicas bananeras”
Otra especie es la de los futurólogos y videntes. Basan sus premoniciones en una fuerza oculta, en los sueños y en los trances. Aducen que algunos de los que se embarcaron en el Titánic habían soñado unos días antes que el barco se hundiría en el polo norte. Ahora dicen que en un lugar del Escorial hay videntes que experimentan “trances” y reciben revelaciones divinas de lo que va a suceder. Y no faltan los que experimentan obsesiones fantasmagóricas, ruidos extraños y agitaciones de muebles e inmuebles sin causa aparente; es decir, películas de terror. Los siquiatras saben mucho de todo esto. Y controlan a muchos de estos obsesionados con simples normas higiénicas y culinarias y algún fármaco.
Otros dicen que existen fuerzas telepáticas, como la de los niños que, antes de comenzar a hablar, se comunican con sus madres sin ningún lenguaje. O los animales que son capaces de detectar acontecimientos a muchos kilómetros de distancia. Los siquiatras saben muy bien que la vida del niño y de la madre siguen unidas, como por el cordón umbilical, en sus primeros años de vida. Y los zoólogos conocen a animales que tienen un instinto tan desarrollado que son capaces de detectar un incendio o un terremoto a muchos kilómetros de distancia. No tenemos que acudir a hechos prodigiosos, milagreros o agoreros para explicar nuestra vida y la de nuestro entorno.
JUAN LEIVA
Los filósofos nunca creyeron seriamente en los agoreros o echadores supersticiosos de buenaventura, porque creen que ninguna cosa sucede por casualidad o de forma gratuita. Si nos detenemos a examinar por qué a una persona le sucede un acontecimiento adverso y a otra uno feliz, veremos que siempre hay una causa que justifica el acontecimiento. Es verdad que muchas veces es difícil averiguar la causa, pero es preferible darle tiempo al tiempo, o dejarla en el misterio, a fundamentar la vida sobre mitos, bolas, bulos o supercherías, porque generalmente encierran la intención de aprovecharse de las personas sencilla o de buena voluntad
En esta sociedad de la tecnología y de los inventos, hay muchas falacias, engañifas y “tocomochos”; es decir, mucho rollo. Los periódicos denuncian diariamente alguno de ellos. El argumento de la mala suerte es el que utilizan los niños cuando pierden algo, los malos estudiantes cuando suspenden y los falsos políticos cuando hay crisis. Es más, hay algunos que garantizan su éxito con la buena estrella con que han nacido y no al trabajo que ha puesto el equipo de gobierno en la gestión de la “cosa pública”. En Sudamérica llaman a éstos “ políticos de repúblicas bananeras”
Otra especie es la de los futurólogos y videntes. Basan sus premoniciones en una fuerza oculta, en los sueños y en los trances. Aducen que algunos de los que se embarcaron en el Titánic habían soñado unos días antes que el barco se hundiría en el polo norte. Ahora dicen que en un lugar del Escorial hay videntes que experimentan “trances” y reciben revelaciones divinas de lo que va a suceder. Y no faltan los que experimentan obsesiones fantasmagóricas, ruidos extraños y agitaciones de muebles e inmuebles sin causa aparente; es decir, películas de terror. Los siquiatras saben mucho de todo esto. Y controlan a muchos de estos obsesionados con simples normas higiénicas y culinarias y algún fármaco.
Otros dicen que existen fuerzas telepáticas, como la de los niños que, antes de comenzar a hablar, se comunican con sus madres sin ningún lenguaje. O los animales que son capaces de detectar acontecimientos a muchos kilómetros de distancia. Los siquiatras saben muy bien que la vida del niño y de la madre siguen unidas, como por el cordón umbilical, en sus primeros años de vida. Y los zoólogos conocen a animales que tienen un instinto tan desarrollado que son capaces de detectar un incendio o un terremoto a muchos kilómetros de distancia. No tenemos que acudir a hechos prodigiosos, milagreros o agoreros para explicar nuestra vida y la de nuestro entorno.
JUAN LEIVA