Nada, que este hombrecete que nos ha tocado en la macabra lotería del terrible atentado, no cesa de remover la turbiedad del pasado y su obsesiva fijación en la guerra de los abuelos.
Ahora, resulta que, en su viaje a la asamblea de la ONU, R. Zapatero hace unas declaraciones en las que, a modo de chistecito mugriento, se permite exclamar: "¡Es que soy rojo! Nada me ha enseñado la derecha". Tal autodefinición conduce al recuerdo también de los “azules” y retrotrae a etapas, graciosa y laboriosamente, olvidadas. Y añade orgulloso que en la ONU alguien lo calificó de "justiciero de las mujeres". Al mismo tiempo, un miembro de su equipo afirma que "no ha pedido nunca ver a Bush". Claro, la amistad con los grandes, encumbrando nuestro prestigio, no interesa; andar adulando al enemigo y apuntalando dictaduras furibundas y estrafalarias del Magreb e Iberoamérica, sí nos engrandece.
Ciertamente, ya se ha ido descubriendo que sabe poco y ha aprendido menos. Parece que sólo ha sabido alcanzar el resentimiento y la inconsciencia, anclado en los odios y enfrentamientos pretéritos y que creíamos ya superados. Tal vez, él mismo se sienta un esmerado "feminista" que defiende las "utopías" como el medio apto para lograr "muchas conquistas que parecían imposibles", pero, por el momento, en sus modos y maneras, no se aprecia un espíritu de fino feminismo.
Este ZP, hombrecito torpe, falto de cultura política y del aprendizaje de la historia, marcha peligrosamente por la pendiente. Con su demagogia nostálgica de nuestro fratricidio, está dilapidando todo el esfuerzo ejemplar que puso la izquierda y la derecha, los socialistas y todo el mundo en la Transición y socavando las raíces del Estado con la amenazante reforma estatutaria. Es culpable, activo y pasivo, del desatino constitucional y de la inquietud social que suscita esta situación de España; sus acuerdos y conciertos con los nacionalismos y tripartitos excluyentes y separatistas ponen la nación en vías tan difíciles, como gratuitamente peligrosas, por una cuestión carente de prioridad, que jamás nos hubiera llegado a importar.
Las naciones necesitan estadistas, políticos de altura, que, soslayando el interés personal, se afanen en el servicio público. Han de salvaguardar e identificarse con la Constitución que ha infundido unidad, concordia y éxito a treinta años de Historia. Han de aplicarse, con responsabilidad, a defender la unidad de la nación, como dice Unamuno “el español que se ocupa de España, que habla de ella, le hace un gran servicio; lo malo está en aquel que no quiere tener con su Patria ni el contacto de la negación”. Hay cuestiones de enorme relevancia nacional que merecen cuidadosa atención, lejos de indolencias y vanos flirteos.
Camilo Valverde Mudarra
Ahora, resulta que, en su viaje a la asamblea de la ONU, R. Zapatero hace unas declaraciones en las que, a modo de chistecito mugriento, se permite exclamar: "¡Es que soy rojo! Nada me ha enseñado la derecha". Tal autodefinición conduce al recuerdo también de los “azules” y retrotrae a etapas, graciosa y laboriosamente, olvidadas. Y añade orgulloso que en la ONU alguien lo calificó de "justiciero de las mujeres". Al mismo tiempo, un miembro de su equipo afirma que "no ha pedido nunca ver a Bush". Claro, la amistad con los grandes, encumbrando nuestro prestigio, no interesa; andar adulando al enemigo y apuntalando dictaduras furibundas y estrafalarias del Magreb e Iberoamérica, sí nos engrandece.
Ciertamente, ya se ha ido descubriendo que sabe poco y ha aprendido menos. Parece que sólo ha sabido alcanzar el resentimiento y la inconsciencia, anclado en los odios y enfrentamientos pretéritos y que creíamos ya superados. Tal vez, él mismo se sienta un esmerado "feminista" que defiende las "utopías" como el medio apto para lograr "muchas conquistas que parecían imposibles", pero, por el momento, en sus modos y maneras, no se aprecia un espíritu de fino feminismo.
Este ZP, hombrecito torpe, falto de cultura política y del aprendizaje de la historia, marcha peligrosamente por la pendiente. Con su demagogia nostálgica de nuestro fratricidio, está dilapidando todo el esfuerzo ejemplar que puso la izquierda y la derecha, los socialistas y todo el mundo en la Transición y socavando las raíces del Estado con la amenazante reforma estatutaria. Es culpable, activo y pasivo, del desatino constitucional y de la inquietud social que suscita esta situación de España; sus acuerdos y conciertos con los nacionalismos y tripartitos excluyentes y separatistas ponen la nación en vías tan difíciles, como gratuitamente peligrosas, por una cuestión carente de prioridad, que jamás nos hubiera llegado a importar.
Las naciones necesitan estadistas, políticos de altura, que, soslayando el interés personal, se afanen en el servicio público. Han de salvaguardar e identificarse con la Constitución que ha infundido unidad, concordia y éxito a treinta años de Historia. Han de aplicarse, con responsabilidad, a defender la unidad de la nación, como dice Unamuno “el español que se ocupa de España, que habla de ella, le hace un gran servicio; lo malo está en aquel que no quiere tener con su Patria ni el contacto de la negación”. Hay cuestiones de enorme relevancia nacional que merecen cuidadosa atención, lejos de indolencias y vanos flirteos.
Camilo Valverde Mudarra
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