“Quien pregunta con mala intención no merece conocer la verdad”.
San Ambrosio
Nadie sabe a ciencia cierta dónde brotan, se cocinan, perfilan o pulen y, por fin, estrenan, convocan y dan su primera rueda de prensa los chistes (repare usted, amable, atento, dilecto, discreto y selecto lector, en que he urdido chistes y no chismes, pues estos últimos -todo el mundo lo sabe- surgen y transcurren -generalmente, con más pena que gloria y más asiduidad y urgencia de las debidas, deseadas y esperadas- por cualesquiera cenáculos, mentideros o tertulias). He escuchado y leído varias hipótesis al respecto: que si en la biblioteca de un convento de clausura; que si en un despacho vacío del Centro Nacional de Inteligencia (CNI); que si en un laberinto o laboratorio (nunca conseguí deshacer el nudo gordiano o malentendido) del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), donde el índice o nivel de protóxido de nitrógeno, sustancia hilarante, se sube por las paredes hasta instalarse en el mismísimo techo; que si... Todas ellas (unas más que otras; es verdad) gozan de cierto grado de verosimilitud.
Hoy, verbigracia, me ha llegado por la vía acostumbrada y ordinaria del “pásalo”, es decir, del teléfono móvil, o sea, vía invento de Bell, el más reciente. Un grupo de prohombres, homólogos y colegas europeos se juntaron el viernes pasado en Bruselas para celebrar la amistosa y preceptiva cena de la empresa UE, previa a la familiar y, asimismo, sine qua non de Nochebuena. De vuelta a sus casas o sedes, cada quien, quisque o uno de los comensales contó lo sucedido en la reunión a su manera. “Un éxito” concluyó el representante español (seguramente recordaba, quiero decir que aún tenía presente en su mente la definición que de tal vocablo diera Winston Churchill: “el éxito es aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse”). Cabe preguntarse de quién y para quiénes. ¿Para la patria polaca, acaso? Porque los conmilitones de Alemania, Francia y Gran Bretaña opinaron básicamente lo contrario de lo que sostuvo el dignatario español: una derrota sin paliativos para toda la piel de toro puesta a secar.
Abundando en el recochineo o para más inri, los tres representantes aludidos se jactaron de ser unos expertos y no meros iniciados en el judío (con perdón) o jodido (sobre todo, para el que pierde -con semejante ingrediente indulgente-) juego de los chinos, o sea, de haberle hecho pagar al pagano español, otro victorioso Pirro redivivo, la cena.
Ángel Sáez García
San Ambrosio
Nadie sabe a ciencia cierta dónde brotan, se cocinan, perfilan o pulen y, por fin, estrenan, convocan y dan su primera rueda de prensa los chistes (repare usted, amable, atento, dilecto, discreto y selecto lector, en que he urdido chistes y no chismes, pues estos últimos -todo el mundo lo sabe- surgen y transcurren -generalmente, con más pena que gloria y más asiduidad y urgencia de las debidas, deseadas y esperadas- por cualesquiera cenáculos, mentideros o tertulias). He escuchado y leído varias hipótesis al respecto: que si en la biblioteca de un convento de clausura; que si en un despacho vacío del Centro Nacional de Inteligencia (CNI); que si en un laberinto o laboratorio (nunca conseguí deshacer el nudo gordiano o malentendido) del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), donde el índice o nivel de protóxido de nitrógeno, sustancia hilarante, se sube por las paredes hasta instalarse en el mismísimo techo; que si... Todas ellas (unas más que otras; es verdad) gozan de cierto grado de verosimilitud.
Hoy, verbigracia, me ha llegado por la vía acostumbrada y ordinaria del “pásalo”, es decir, del teléfono móvil, o sea, vía invento de Bell, el más reciente. Un grupo de prohombres, homólogos y colegas europeos se juntaron el viernes pasado en Bruselas para celebrar la amistosa y preceptiva cena de la empresa UE, previa a la familiar y, asimismo, sine qua non de Nochebuena. De vuelta a sus casas o sedes, cada quien, quisque o uno de los comensales contó lo sucedido en la reunión a su manera. “Un éxito” concluyó el representante español (seguramente recordaba, quiero decir que aún tenía presente en su mente la definición que de tal vocablo diera Winston Churchill: “el éxito es aprender a ir de fracaso en fracaso sin desesperarse”). Cabe preguntarse de quién y para quiénes. ¿Para la patria polaca, acaso? Porque los conmilitones de Alemania, Francia y Gran Bretaña opinaron básicamente lo contrario de lo que sostuvo el dignatario español: una derrota sin paliativos para toda la piel de toro puesta a secar.
Abundando en el recochineo o para más inri, los tres representantes aludidos se jactaron de ser unos expertos y no meros iniciados en el judío (con perdón) o jodido (sobre todo, para el que pierde -con semejante ingrediente indulgente-) juego de los chinos, o sea, de haberle hecho pagar al pagano español, otro victorioso Pirro redivivo, la cena.
Ángel Sáez García
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