Por Francisco Rubiales
Hace medio siglo, los intelectuales denunciaban que sólo algunos tenían acceso a la información y que ese factor condicionaba el futuro del mundo y perpetuaba a los poderosos en el poder. Hoy, gracias al desarrollo de las modernas tecnologías de la información, la situación es muy diferente: el acceso a la información se ha democratizado y existe tanta información al alcance de los ciudadanos que el verdadero problema consiste en asimilarla.
Un ser humano inteligente puede asimilar unas 220 palabras por minuto, pero no podrá mantener ese ritmo de esfuerzo cerebral por mucho tiempo. Después de tres horas, estará confuso y tan agotado que sus neuronas no serán capaces de asimilar sin garantías más de 100 palabras por minuto. Ese ritmo de asimilación, esa capacidad de proceso, es tan reducida que, comparado con el inmenso océano de información existente, resulta ridícula.
Ante el enorme problema de la limitada capacidad humana para procesar la información se abren dos vías de solución: por un lado es necesario seleccionar previamente la información y procesar sólo la más importante; por otro lado hay que incrementar, como sea, la capacidad de proceso.
Conscientes de que el cuello de botella está en esas 220 palabras por minuto que el ser humano puede asimilar, en algunos centros de investigación de Estados Unidos, Gran Bretaña y Japón se está experimentando con la transmisión no de palabras sino de conceptos y utilizando otra vía de entrada a cerebro que sea más eficiente que el ojo humano. De lo que se trata, en lenguaje comprensible, es de transmitir no palabras sino pensamientos completos y de llegar con ellos al cerebro, no a través de la vista sino en paquetes trasvasados por algún tipo de telepatía o por haces de ondas alfa.
Pero, mientras llega el futuro, el presente está imponiendo sus leyes y conclusiones. Desde la óptica de los medios de comunicación, una de ellas es la agonía del periódico tradicional, que fue ideado como transmisor perfecto para unos tiempos pasados en los que la información era escasa, y que no sirve ya para estos nuevos tiempos de saturación informativa.
Leer un peródico en este siglo XXI puede resultar agradable y relajante pero también puede ser el mas ineficiente de los sistemas para asimilar información. Quizás por eso el ser humano dedica cada día menos tiempo a leer un periódico (en la actualidad unos 25 minutos), mientras que incrementa el tiempo que dedica a captar información a través de la televisión o de Internet, donde encuentra sistemas más eficientes y modernos de transmisión de información.
Aunque muchos no lo sepan, ahí está la verdadera razón del triunfo y auge de las tertulias y de la opinión en general. Los tertulianos no transmiten solo palabras a la audiencia, sino también conceptos, y lo hacen con gran eficiencia, quizás amparados en la autoridad que el receptor les reconoce y en su capacidad para seleccionar y sintetizar. De alguna manera, el tertuliano y el columnista transmiten a sus audiencias información ya seleccionada y procesada, permitiéndoles incrementar ocho o diez veces su capacidad global de proceso.
Claro que el nuevo sistema trae consigo riesgos y problemas, todos derivados de que el receptor pierde gran parte de su libertad, ya que no recibe información pura sino informes y criterios previamente seleccionados, procesados, digeridos y mediatizados por otros.
El mismo argumento sirve para explicar el auge de la televisión, cuya capacidad de transmitir información, vía imágenes, que son ya conceptos, es muy superior a la del periódico tradicional.
Pero donde el problema de la capacidad de proceso alcanza su dimensión decisiva es en el discurso del poder. Si es cierto que información equivale a poder, en el futuro el más poderoso será quien sea capaz de seleccionar y procesar más información. Aparentemente, el Estado, con sus legiones de funcionarios, servidores, espías, analistas y servicios de inteligencia, tiene garantizada la victoria una vez más frente a la sociedad civil, pero eso no está tan claro porque los ciudadanos están demostrando una capacidad sorprendente para adaptarse a las nuevas tecnologías y para extraerles un rendimiento que sorprende y asusta a los poderosos.
Pero de ese tema hablaremos en otro artículo.
Hace medio siglo, los intelectuales denunciaban que sólo algunos tenían acceso a la información y que ese factor condicionaba el futuro del mundo y perpetuaba a los poderosos en el poder. Hoy, gracias al desarrollo de las modernas tecnologías de la información, la situación es muy diferente: el acceso a la información se ha democratizado y existe tanta información al alcance de los ciudadanos que el verdadero problema consiste en asimilarla.
Un ser humano inteligente puede asimilar unas 220 palabras por minuto, pero no podrá mantener ese ritmo de esfuerzo cerebral por mucho tiempo. Después de tres horas, estará confuso y tan agotado que sus neuronas no serán capaces de asimilar sin garantías más de 100 palabras por minuto. Ese ritmo de asimilación, esa capacidad de proceso, es tan reducida que, comparado con el inmenso océano de información existente, resulta ridícula.
Ante el enorme problema de la limitada capacidad humana para procesar la información se abren dos vías de solución: por un lado es necesario seleccionar previamente la información y procesar sólo la más importante; por otro lado hay que incrementar, como sea, la capacidad de proceso.
Conscientes de que el cuello de botella está en esas 220 palabras por minuto que el ser humano puede asimilar, en algunos centros de investigación de Estados Unidos, Gran Bretaña y Japón se está experimentando con la transmisión no de palabras sino de conceptos y utilizando otra vía de entrada a cerebro que sea más eficiente que el ojo humano. De lo que se trata, en lenguaje comprensible, es de transmitir no palabras sino pensamientos completos y de llegar con ellos al cerebro, no a través de la vista sino en paquetes trasvasados por algún tipo de telepatía o por haces de ondas alfa.
Pero, mientras llega el futuro, el presente está imponiendo sus leyes y conclusiones. Desde la óptica de los medios de comunicación, una de ellas es la agonía del periódico tradicional, que fue ideado como transmisor perfecto para unos tiempos pasados en los que la información era escasa, y que no sirve ya para estos nuevos tiempos de saturación informativa.
Leer un peródico en este siglo XXI puede resultar agradable y relajante pero también puede ser el mas ineficiente de los sistemas para asimilar información. Quizás por eso el ser humano dedica cada día menos tiempo a leer un periódico (en la actualidad unos 25 minutos), mientras que incrementa el tiempo que dedica a captar información a través de la televisión o de Internet, donde encuentra sistemas más eficientes y modernos de transmisión de información.
Aunque muchos no lo sepan, ahí está la verdadera razón del triunfo y auge de las tertulias y de la opinión en general. Los tertulianos no transmiten solo palabras a la audiencia, sino también conceptos, y lo hacen con gran eficiencia, quizás amparados en la autoridad que el receptor les reconoce y en su capacidad para seleccionar y sintetizar. De alguna manera, el tertuliano y el columnista transmiten a sus audiencias información ya seleccionada y procesada, permitiéndoles incrementar ocho o diez veces su capacidad global de proceso.
Claro que el nuevo sistema trae consigo riesgos y problemas, todos derivados de que el receptor pierde gran parte de su libertad, ya que no recibe información pura sino informes y criterios previamente seleccionados, procesados, digeridos y mediatizados por otros.
El mismo argumento sirve para explicar el auge de la televisión, cuya capacidad de transmitir información, vía imágenes, que son ya conceptos, es muy superior a la del periódico tradicional.
Pero donde el problema de la capacidad de proceso alcanza su dimensión decisiva es en el discurso del poder. Si es cierto que información equivale a poder, en el futuro el más poderoso será quien sea capaz de seleccionar y procesar más información. Aparentemente, el Estado, con sus legiones de funcionarios, servidores, espías, analistas y servicios de inteligencia, tiene garantizada la victoria una vez más frente a la sociedad civil, pero eso no está tan claro porque los ciudadanos están demostrando una capacidad sorprendente para adaptarse a las nuevas tecnologías y para extraerles un rendimiento que sorprende y asusta a los poderosos.
Pero de ese tema hablaremos en otro artículo.
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