La Santa Sede ha tomado la palabra ante la comunidad internacional para aclarar que el relativismo, según el cual no hay verdades definitivas, no puede convertirse en el fundamento filosófico de la democracia.
Y es que en la noble promoción de la democracia es decisivo resistir a la tendencia de reivindicar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud básica que corresponde a las formas democráticas de la vida política.
Recordemos que el agnosticismo considera que no es posible conocer la existencia de Dios (de manera que aunque existiera sería irrelevante), mientras que el relativismo considera que todas las opiniones son relativas, pues no es posible conocer la verdad definitiva.
“A veces –decía un representante vaticano-, los convencidos de conocer la verdad y adherir a ella son considerados como gente poco de fiar, desde un punto de vista democrático, pues no aceptan que la verdad esté necesariamente determinada por la mayoría, o que esté sometida a cambios según las diferentes tendencias políticas”.
Ciertamente, estos prejucios son ya claramente antidemocráticos.
Considero que si no hay una verdad última que guíe la actividad política, entonces las ideas y las convicciones pueden ser fácilmente manipuladas por razones de poder. Como demuestra la historia, una democracia sin valores puede convertirse fácilmente en un totalitarismo abierto o encubierto. Desgraciadamente esto ya ha sucedido.
Jesús Domingo Martínez
Y es que en la noble promoción de la democracia es decisivo resistir a la tendencia de reivindicar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son la filosofía y la actitud básica que corresponde a las formas democráticas de la vida política.
Recordemos que el agnosticismo considera que no es posible conocer la existencia de Dios (de manera que aunque existiera sería irrelevante), mientras que el relativismo considera que todas las opiniones son relativas, pues no es posible conocer la verdad definitiva.
“A veces –decía un representante vaticano-, los convencidos de conocer la verdad y adherir a ella son considerados como gente poco de fiar, desde un punto de vista democrático, pues no aceptan que la verdad esté necesariamente determinada por la mayoría, o que esté sometida a cambios según las diferentes tendencias políticas”.
Ciertamente, estos prejucios son ya claramente antidemocráticos.
Considero que si no hay una verdad última que guíe la actividad política, entonces las ideas y las convicciones pueden ser fácilmente manipuladas por razones de poder. Como demuestra la historia, una democracia sin valores puede convertirse fácilmente en un totalitarismo abierto o encubierto. Desgraciadamente esto ya ha sucedido.
Jesús Domingo Martínez