" Grandes ideas son aquéllas de las que lo único que nos sorprende es que no se nos hubieran ocurrido antes ".
Noel Clarasó
Hoy en día nadie (bueno, bueno, no nos pasemos; siempre existe alguna excepción -que si a algo viene/n es, precisa y preciosamente, a confirmar la regla-) pone en tela de juicio que hay diversas maneras de amar, distintos tipos de amor. Ahora bien, ¿existe quien, experto o perita en la materia, pueda distinguir entre el mejor amor que es susceptible de brindar a un semejante (sea éste, verbigracia, un niño adoptivo) una pareja heterosexual y el amor inmejorable que es capaz de ofrecerle una pareja homosexual? Pondría la mano en el fuego de que (salvo las archisabidas, consabidas o sabidísimas y raras y contadas excepciones) no.
A pesar de que el poeta es, según sentara cátedra y/o sentenciara el genial literato portugués Fernando Pessoa, un fingidor, tengo para mí que tres de los mejores versos de amor de la poesía española de todos los tiempos los escribió un homosexual, Luis Cernuda Bidón: "Tú justificas mi existencia; / si no te conozco, no he vivido; / si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido" (el menda lerenda, con la clara y acaso también ofuscada pretensión de emularlos o reme(n)darlos, aunque seguramente los empeoró, reescribiólos: "Tú justificas mis días; / si no llego a conocerte, no hubiera vivido; / si llego a morir sin haberte conocido, no hubiese muerto, porque ni siquiera habría nacido"). He aquí la razón por la que no encuentro ningún obstáculo para que las parejas homosexuales, amén de que puedan casarse o contraer matrimonio (y, llegados a este punto, tal vez convendría rememorar este pensamiento de Horacio: "Muchos vocablos que ya murieron renacerán, y caerán otros que ahora están en vigor y honra, si se le antoja al uso, en quien está el arbitrio, el derecho y la norma en el lenguaje"), estén en perfectas condiciones de adoptar. Y es que el ingrediente fundamental, imprescindible y necesario, la conditio sine qua non para que una adopción sea existosa es que en el entorno del adoptivo brille (de manera esplendente, inagotable, indeleble) por su presencia el amor. Hay quienes reivindican de buena fe el derecho del adoptivo a un padre y a una madre. El susomentado lo que de verdad necesita y quiere es el cariño de un buen padre, de una buena madre, de unos buenos padres, de unas buenas madres; en definitiva, que lo quieran. El resto de las objeciones, por el momento, las reputo zarandajas. Sin embargo, soy consciente de que la verdad, como es bien sabido, tiene carácter provisional, pues dura mientras no es contradicha. Así que, hasta que no haya un número apreciable y suficiente de sesudos estudios al respecto, que refuten lo sostenido por el menda lerenda, su álter ego, "Otramotro", seguirá opinando lo mismo que Albert Einstein: "¡Triste época la nuestra!, en la que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio".
Ángel Sáez García
Noel Clarasó
Hoy en día nadie (bueno, bueno, no nos pasemos; siempre existe alguna excepción -que si a algo viene/n es, precisa y preciosamente, a confirmar la regla-) pone en tela de juicio que hay diversas maneras de amar, distintos tipos de amor. Ahora bien, ¿existe quien, experto o perita en la materia, pueda distinguir entre el mejor amor que es susceptible de brindar a un semejante (sea éste, verbigracia, un niño adoptivo) una pareja heterosexual y el amor inmejorable que es capaz de ofrecerle una pareja homosexual? Pondría la mano en el fuego de que (salvo las archisabidas, consabidas o sabidísimas y raras y contadas excepciones) no.
A pesar de que el poeta es, según sentara cátedra y/o sentenciara el genial literato portugués Fernando Pessoa, un fingidor, tengo para mí que tres de los mejores versos de amor de la poesía española de todos los tiempos los escribió un homosexual, Luis Cernuda Bidón: "Tú justificas mi existencia; / si no te conozco, no he vivido; / si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido" (el menda lerenda, con la clara y acaso también ofuscada pretensión de emularlos o reme(n)darlos, aunque seguramente los empeoró, reescribiólos: "Tú justificas mis días; / si no llego a conocerte, no hubiera vivido; / si llego a morir sin haberte conocido, no hubiese muerto, porque ni siquiera habría nacido"). He aquí la razón por la que no encuentro ningún obstáculo para que las parejas homosexuales, amén de que puedan casarse o contraer matrimonio (y, llegados a este punto, tal vez convendría rememorar este pensamiento de Horacio: "Muchos vocablos que ya murieron renacerán, y caerán otros que ahora están en vigor y honra, si se le antoja al uso, en quien está el arbitrio, el derecho y la norma en el lenguaje"), estén en perfectas condiciones de adoptar. Y es que el ingrediente fundamental, imprescindible y necesario, la conditio sine qua non para que una adopción sea existosa es que en el entorno del adoptivo brille (de manera esplendente, inagotable, indeleble) por su presencia el amor. Hay quienes reivindican de buena fe el derecho del adoptivo a un padre y a una madre. El susomentado lo que de verdad necesita y quiere es el cariño de un buen padre, de una buena madre, de unos buenos padres, de unas buenas madres; en definitiva, que lo quieran. El resto de las objeciones, por el momento, las reputo zarandajas. Sin embargo, soy consciente de que la verdad, como es bien sabido, tiene carácter provisional, pues dura mientras no es contradicha. Así que, hasta que no haya un número apreciable y suficiente de sesudos estudios al respecto, que refuten lo sostenido por el menda lerenda, su álter ego, "Otramotro", seguirá opinando lo mismo que Albert Einstein: "¡Triste época la nuestra!, en la que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio".
Ángel Sáez García