Los nacionalismos vasco y catalán son auténticas máquinas de fabricar cobardes. Se presentan ante la ciudadanía como reivindicadoras de la dignidad y de la identidad, pero operan de hecho como una corriente ideológica victimista que intimida y silencia a la sociedad, que envilece a sus miembros y que inclina a grandes sectores de la población a convivir sin resistencia con la injusticia, la opresión y la violencia.
A fuerza de convivir con la ignominia, dia a día, la sociedad española se ha vuelto insensible y ciega, pero los ejemplos que delatan hasta donde ha llegado la cobardía son multitud:
En las trincheras vascas, las universidades matriculan a los etarras manchados de sangre y los profesores, correligionarios o débiles, acobardados, otorgan buenas notas a los estudiantes pistoleros, muchos de ellos ausentes, en las cárceles, sin exigirles a cambio ni siquiera conocimientos aceptables. En ese mismo mundo vasco los empresarios han pagado, a gusto o a la fuerza, pero sin resistirse, esa cuota mafiosa a la que llaman "impuesto revolucionario", durante demasiados años, financiando la muerte y exigiendo al mismo tiempo "comprensión" al gobierno español, que, también cobarde, ha permitido esa felonía sin reprimirla. En ese mismo Euskadi, la sociedad, cómplice y acobardada, permite que un asesino abra una cristalería en la planta baja del mismo edificio donde vive la viuda de su víctima. Allí mismo, las víctimas son muchas veces humilladas por sus verdugos, amparados por una multitud de cobardes tan envilecidos que hasta llegan a admirar a sus humilladores violentos. En ese "país", aquellos pocos que defienden la justicia y la paz son acosados por los hijos de la violencia, éstos protegidos, además, por un gobierno nacionalista que no se ruboriza cuando se autodenomina "democrático". Podrían citarse cientos de ejemplos más, pero el peor de todos es que el envilecimiento y la cobardía se han incrustado tanto el el alma vasca que ya no se percibe y ha llegado a formar parte, al parecer, del ADN cultural de la mayoría de ese pueblo, antaño digno y ejemplar.
La cobardía nacionalista catalana es menos violenta, pero más hipócrita y dañina, si cabe. Allí no matan al adversario, pero lo acosan hasta expulsarlo de tierra catalana sólo porque no hablen el idioma de los catalanes, como han hecho ya con más de 14.000 docentes, o humillan al castellano parlante, al que llaman "pobre", como si la pobreza fuera un delito que "contamina" a los nada menos que 400 millones de seres que se entienden en esa hermosa lengua cervantina. El empresario catalán, acostumbrado al mercado protegido y a exportar con ventaja, ha firmado los llamamientos y proclamas que los políticos nacionalistas les han puesto delante, pero ahora se lamentan porque esa España que desprecian demuestra bizarría al responder al desprecio con el boicot. La historia reicente del nacionalismo extremo catalán es una sorprendente copia de aquella Alemania que ensalzó a Hitler y que se convirtió en el manicomio de Europa con la ayuda de la burguesía, pero nadie lo percibe en Cataluña, ni las legiones de nuevos ricos acobardados son capaces de denunciarlo.
Acostumbrados a utilizar a los políticos en provecho propio, a corromperlos y a pedirles mercedes, los burgueses emprendedores no han tenido el valor de pararles ahora los pies cuando, capitaneados por el Carod Rovira, las cosas han ido demasiado lejos, y ahora se lamentan como plañideras en los foros de Madrid, afirmando que "han sido engañados" y que han sido víctimas de su buena fe. La sociedad catalana, casi en pleno, es culpable, por acción u omisión, de haber roto ya los lazos amistosos con el resto de España, de condenar a sus hijos a despreciar un idioma que es el tercero más hablado del mundo y de haber despreciado y humillado a la España que pactamos en común con la Constitución de 1978, prefiriendo con su Estatuto un "régimen catalán" intervencionista, soberbio, con rasgos totalitarios y tan anticuado que ni siquiera sería imaginable en cualquier otra democracia avanzada de Europa.
Pero lo más grave de la situación nacionalista no es el envilecimiento que soportamos, sino la conciencia de que esas toneladas de cobardía que nos envuelven sólo han sido posibles porque el gobierno de la nación, obligado a impedirla y a defender por la Constitución a las víctimas oprimidas de la injusticia y la marginación, ha sido todavía más cobarde al tolerarla e, incluso, al dialogar y pactar con sus promotores, a cambio de conquistar el gobierno de España y de mantener los privilegios del poder.
Rubén
Leer la columna de Avui Parlar espanyol és de pobres
A fuerza de convivir con la ignominia, dia a día, la sociedad española se ha vuelto insensible y ciega, pero los ejemplos que delatan hasta donde ha llegado la cobardía son multitud:
En las trincheras vascas, las universidades matriculan a los etarras manchados de sangre y los profesores, correligionarios o débiles, acobardados, otorgan buenas notas a los estudiantes pistoleros, muchos de ellos ausentes, en las cárceles, sin exigirles a cambio ni siquiera conocimientos aceptables. En ese mismo mundo vasco los empresarios han pagado, a gusto o a la fuerza, pero sin resistirse, esa cuota mafiosa a la que llaman "impuesto revolucionario", durante demasiados años, financiando la muerte y exigiendo al mismo tiempo "comprensión" al gobierno español, que, también cobarde, ha permitido esa felonía sin reprimirla. En ese mismo Euskadi, la sociedad, cómplice y acobardada, permite que un asesino abra una cristalería en la planta baja del mismo edificio donde vive la viuda de su víctima. Allí mismo, las víctimas son muchas veces humilladas por sus verdugos, amparados por una multitud de cobardes tan envilecidos que hasta llegan a admirar a sus humilladores violentos. En ese "país", aquellos pocos que defienden la justicia y la paz son acosados por los hijos de la violencia, éstos protegidos, además, por un gobierno nacionalista que no se ruboriza cuando se autodenomina "democrático". Podrían citarse cientos de ejemplos más, pero el peor de todos es que el envilecimiento y la cobardía se han incrustado tanto el el alma vasca que ya no se percibe y ha llegado a formar parte, al parecer, del ADN cultural de la mayoría de ese pueblo, antaño digno y ejemplar.
La cobardía nacionalista catalana es menos violenta, pero más hipócrita y dañina, si cabe. Allí no matan al adversario, pero lo acosan hasta expulsarlo de tierra catalana sólo porque no hablen el idioma de los catalanes, como han hecho ya con más de 14.000 docentes, o humillan al castellano parlante, al que llaman "pobre", como si la pobreza fuera un delito que "contamina" a los nada menos que 400 millones de seres que se entienden en esa hermosa lengua cervantina. El empresario catalán, acostumbrado al mercado protegido y a exportar con ventaja, ha firmado los llamamientos y proclamas que los políticos nacionalistas les han puesto delante, pero ahora se lamentan porque esa España que desprecian demuestra bizarría al responder al desprecio con el boicot. La historia reicente del nacionalismo extremo catalán es una sorprendente copia de aquella Alemania que ensalzó a Hitler y que se convirtió en el manicomio de Europa con la ayuda de la burguesía, pero nadie lo percibe en Cataluña, ni las legiones de nuevos ricos acobardados son capaces de denunciarlo.
Acostumbrados a utilizar a los políticos en provecho propio, a corromperlos y a pedirles mercedes, los burgueses emprendedores no han tenido el valor de pararles ahora los pies cuando, capitaneados por el Carod Rovira, las cosas han ido demasiado lejos, y ahora se lamentan como plañideras en los foros de Madrid, afirmando que "han sido engañados" y que han sido víctimas de su buena fe. La sociedad catalana, casi en pleno, es culpable, por acción u omisión, de haber roto ya los lazos amistosos con el resto de España, de condenar a sus hijos a despreciar un idioma que es el tercero más hablado del mundo y de haber despreciado y humillado a la España que pactamos en común con la Constitución de 1978, prefiriendo con su Estatuto un "régimen catalán" intervencionista, soberbio, con rasgos totalitarios y tan anticuado que ni siquiera sería imaginable en cualquier otra democracia avanzada de Europa.
Pero lo más grave de la situación nacionalista no es el envilecimiento que soportamos, sino la conciencia de que esas toneladas de cobardía que nos envuelven sólo han sido posibles porque el gobierno de la nación, obligado a impedirla y a defender por la Constitución a las víctimas oprimidas de la injusticia y la marginación, ha sido todavía más cobarde al tolerarla e, incluso, al dialogar y pactar con sus promotores, a cambio de conquistar el gobierno de España y de mantener los privilegios del poder.
Rubén
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