Hemos entrado en un nuevo año manchados de sangre. La escalada de la violencia en la Franja de Gaza no sólo ha teñido de rojo aquel pequeño país de Palestina, ha manchado a toda la humanidad. Dos países hermanos responden con el odio y la venganza, como si la condición humana estuviera lastrada por el cainismo. Dos pueblos de la misma raza, lenguas de un mismo tronco y religiones de un mismo origen se declaran la guerra total, mientras los niños, los jóvenes y los mayores mueren sin ninguna culpa
Ni un gesto, ni un reproche, ni una llamada de atención ha surgido de los países llamados “libres”. Ni las comunidades llamadas cristianas se atreven a pisar un terreno tan resbaladizo. Estamos demasiado acostumbrados a que los humanos se maten y a que cada mes se origine una nueva guerra con masacres inhumanas. Para unos, Israel sigue marcando la tensión del termómetro bélico. Para otros, Hamas necesita violencia para ganar las próximas elecciones de febrero. Por lo visto, nadie quiere compromisos con ninguno de los dos.
Es más, ni siquiera la Comunidad de Naciones Unidas es oída en sus decisiones. Ni siquiera la ayuda internacional sabe si sus alimentos y medicinas llegan a los palestinos damnificados por la guerra. La guerra siempre es el error, y las muertes que produce, otros tantos errores. Pero nadie se levanta con autoridad para atajar ese cúmulo de errores. Mientras tanto, las personas vamos tomando partido para juzgar al que no es de nuestra ideología. Y vemos que la mayoría de los medios cargan contra el grupo de ideología distinta, sin ninguna imparcialidad.
Los analistas destacan unas nubes tan espesas que parece imposible ver con claridad lo que está sucediendo. A lo sumo, aventuran que Hamas ha tendido una trampa a Israel, utilizando la violencia; es decir, lanzándole cohetes para provocar a los iraelíes, ganar votos y atraer a su favor a la opinión mundial. Israel ha caído en la trampa y ha invadido de nuevo Gaza sin respetar la franja, respondiendo con una acción más violenta aún para desbaratar a Hamas. Al-Fatat no puede aprobar la postura de Hamas ni la de Israel, pero sacará una ventaja, la de la ayuda internacional ayudando al más débil.
En esta situación, todo es posible. Los países árabes del entorno podrían tomar parte apoyando a uno de los dos contendientes, con unas consecuencias imprevisibles. Y todo el mundo mira de reojo a Arabia Saudí que podría determinar la gravedad del conflicto. Israel busca alcanzar sus objetivos antes de que la presión de la comunidad internacional se haga presente en la zona. Y Hamas sabe que cuanto más dolor sea capaz de provocar Israel, mayor importancia cobrará su acción en el mundo.
La postura de Europa es la de siempre, esperar a que la ONU se siente a dialogar y dictamine acciones concretas para detener la escalada bélica. Si la ONU tuviera autoridad en el mundo, sería la postura correcta, pero las grandes potencias se la han quitado apoyando a sus compradores de armas. Precisamente, en los días en que Cristo viene a traer la paz, a cambio del perdón y del amor al enemigo, los hombres se matan en su misma tierra. Y lo dijo: “La única solución es desterrar la violencia y limpiar la sangre con el perdón”. Claro que, para eso, hay que ser libres.
JUAN LEIVA
Ni un gesto, ni un reproche, ni una llamada de atención ha surgido de los países llamados “libres”. Ni las comunidades llamadas cristianas se atreven a pisar un terreno tan resbaladizo. Estamos demasiado acostumbrados a que los humanos se maten y a que cada mes se origine una nueva guerra con masacres inhumanas. Para unos, Israel sigue marcando la tensión del termómetro bélico. Para otros, Hamas necesita violencia para ganar las próximas elecciones de febrero. Por lo visto, nadie quiere compromisos con ninguno de los dos.
Es más, ni siquiera la Comunidad de Naciones Unidas es oída en sus decisiones. Ni siquiera la ayuda internacional sabe si sus alimentos y medicinas llegan a los palestinos damnificados por la guerra. La guerra siempre es el error, y las muertes que produce, otros tantos errores. Pero nadie se levanta con autoridad para atajar ese cúmulo de errores. Mientras tanto, las personas vamos tomando partido para juzgar al que no es de nuestra ideología. Y vemos que la mayoría de los medios cargan contra el grupo de ideología distinta, sin ninguna imparcialidad.
Los analistas destacan unas nubes tan espesas que parece imposible ver con claridad lo que está sucediendo. A lo sumo, aventuran que Hamas ha tendido una trampa a Israel, utilizando la violencia; es decir, lanzándole cohetes para provocar a los iraelíes, ganar votos y atraer a su favor a la opinión mundial. Israel ha caído en la trampa y ha invadido de nuevo Gaza sin respetar la franja, respondiendo con una acción más violenta aún para desbaratar a Hamas. Al-Fatat no puede aprobar la postura de Hamas ni la de Israel, pero sacará una ventaja, la de la ayuda internacional ayudando al más débil.
En esta situación, todo es posible. Los países árabes del entorno podrían tomar parte apoyando a uno de los dos contendientes, con unas consecuencias imprevisibles. Y todo el mundo mira de reojo a Arabia Saudí que podría determinar la gravedad del conflicto. Israel busca alcanzar sus objetivos antes de que la presión de la comunidad internacional se haga presente en la zona. Y Hamas sabe que cuanto más dolor sea capaz de provocar Israel, mayor importancia cobrará su acción en el mundo.
La postura de Europa es la de siempre, esperar a que la ONU se siente a dialogar y dictamine acciones concretas para detener la escalada bélica. Si la ONU tuviera autoridad en el mundo, sería la postura correcta, pero las grandes potencias se la han quitado apoyando a sus compradores de armas. Precisamente, en los días en que Cristo viene a traer la paz, a cambio del perdón y del amor al enemigo, los hombres se matan en su misma tierra. Y lo dijo: “La única solución es desterrar la violencia y limpiar la sangre con el perdón”. Claro que, para eso, hay que ser libres.
JUAN LEIVA
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