Ya sé por qué nuestros políticos, tanto los de derecha como los de izquierda, rechazan a Donald Trump y hasta lo odian. Lo rechazan tanto que numerosos analistas y pensadores de todo el mundo empiezan a temer por la vida del presidente electo.
Él es diferente a los de la casta y el establishment porque, al ser multimillonario, le resbala el dinero, las puertas giratorias, la corrupción, los sobresueldos en negro, su partido y los compromisos adquiridos con sus patrocinadores. Es un hombre libre en la política y eso aterroriza a sus colegas, enlazados a un mundo lleno de compromisos, secretos y deudas que deben pagarse. No tienen que enchufar a sus familiares y amigos en puestos relevantes, a cargo del Estado, ni tiene que recaudar dinero para mantener a su partido.
Es un ser libre de ataduras que no tiene que anteponer sus intereses propios a los intereses del pueblo que le ha votado. Por primera vez en mucho tiempo, un dirigente político de primera fila puede gobernar sin otro interés que el de cambiar la dirección del mundo actual, que va a la deriva.
En sus discursos, Trump se enfrenta a poderes que parecían intocables e invencibles, como los grandes medios de comunicación y el establishment. Tanto el poder establecido como el mediático estuvieron apoyando a Hillary Clinton durante la campaña y fueron sorprendidos por la victoria imprevista de Trump, al que el pueblo americano, contra todo pronóstico, llevó en volandas hasta la Casa Blanca, cansado de esos políticos tradicionales que no hacen otra cosa que estropear cada día más un mundo que ya es insoportablemente injusto, violento, cruel y corrupto.
A finales de 1982, siendo director de la agencia EFE en Roma, organicé en la sede de la agencia una cena de periodistas españoles con Sandro Pertini, presidente de la República Italiana. Entre los mensajes sabios que nos lanzó, destacaba uno que nos sorprendió: "Los políticos deben ser ricos porque se corrompen menos y son más libres".
Ahora, al ver a Trump elevado a la presidencia de Estados Unidos, entiendo todo el alcance de aquella teoría.
Francisco Rubiales
Él es diferente a los de la casta y el establishment porque, al ser multimillonario, le resbala el dinero, las puertas giratorias, la corrupción, los sobresueldos en negro, su partido y los compromisos adquiridos con sus patrocinadores. Es un hombre libre en la política y eso aterroriza a sus colegas, enlazados a un mundo lleno de compromisos, secretos y deudas que deben pagarse. No tienen que enchufar a sus familiares y amigos en puestos relevantes, a cargo del Estado, ni tiene que recaudar dinero para mantener a su partido.
Es un ser libre de ataduras que no tiene que anteponer sus intereses propios a los intereses del pueblo que le ha votado. Por primera vez en mucho tiempo, un dirigente político de primera fila puede gobernar sin otro interés que el de cambiar la dirección del mundo actual, que va a la deriva.
En sus discursos, Trump se enfrenta a poderes que parecían intocables e invencibles, como los grandes medios de comunicación y el establishment. Tanto el poder establecido como el mediático estuvieron apoyando a Hillary Clinton durante la campaña y fueron sorprendidos por la victoria imprevista de Trump, al que el pueblo americano, contra todo pronóstico, llevó en volandas hasta la Casa Blanca, cansado de esos políticos tradicionales que no hacen otra cosa que estropear cada día más un mundo que ya es insoportablemente injusto, violento, cruel y corrupto.
A finales de 1982, siendo director de la agencia EFE en Roma, organicé en la sede de la agencia una cena de periodistas españoles con Sandro Pertini, presidente de la República Italiana. Entre los mensajes sabios que nos lanzó, destacaba uno que nos sorprendió: "Los políticos deben ser ricos porque se corrompen menos y son más libres".
Ahora, al ver a Trump elevado a la presidencia de Estados Unidos, entiendo todo el alcance de aquella teoría.
Francisco Rubiales
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