Los malditos botellones forman ya parte del paisaje español y son parte de nuestra desgracia colectiva. Cuatro de cada diez menores españoles acuden a botellones
La mayoría de los contagios de coronavirus están provocados por los jóvenes insensatos que llevan la pandemia hasta los hogares y puestos de trabajo, infectando a sus familias y a sus compañeros. Son letales portadores de la muerte, culpables, junto con los malditos y torpes políticos, de que España, el país más infectado de Europa, parezca un cementerio.
Entre todos, sobre todo entre el Estado y nosotros, padres y abuelos, hemos criado una juventud irresponsable, hedonista, reñida con el esfuerzo, más adicta al subsidio que al trabajo e incapaz de ser rigurosa y disciplinada. No toda la juventud española es un fracaso, pero sí lo es una parte importante de la misma, quizás la mayoría. Esa juventud es la que está realizando dos fechorías de gran calado que marcarán el destino de España y que tal vez la hundan en la pobreza: por una parte sostiene con sus votos el comunismo, el independentismo y el socialismo radical y antidemocrático que hoy está gobernando, y por otra está resucitando, con su indisciplina, botellones y falta de responsabilidad, al coronavirus, convirtiendo la segunda oleada de la pandemia en un infierno de enfermedad y muerte que avanza hacia la parálisis de la economía y la ruina y el fracaso de España como nación.
Sabido es que hemos puesto el Estado, en manos de partidos políticos corruptos y plagados de mediocres y ladrones, pero no es tan conocido que ese Estado tomado por mediocres y ladrones ha procurado, desde hace décadas, embrutecer a las nuevas generaciones, privarlas de la capacidad de pensar y aborregarlas mediante un inmoral y sucio adoctrinamiento televisivo, al mismo tiempo que llenaba las escuelas, institutos y universidades de comisarios políticos que imponían una formación sin esfuerzo, la perdida de autoridad de los maestros y profesores y un ambiente que toleraba todos los excesos y que aprobaba a los alumnos sin exigirles demasiado. El objetivo bastardo y miserable de los gobiernos españoles ha sido criar borregos fáciles de dominar desde el poder, no a ciudadanos responsables capaces de pensar en libertad y de ser exigentes con el poder.
La corrupción de los jóvenes ha sido una de las políticas más eficaces desplegadas por el Estado español en las ultimas décadas. No han conseguido pudrir a toda la juventud, pero lo han conseguido con millones de jóvenes, hoy castrados, disminuidos y sin preparación suficiente para enfrentarse a la vida.
Las familias, por su parte, han colaborado eficientemente en ese profundo deterioro moral de las nuevas generaciones, a las que se ha mimado en exceso y no se les ha sabido inculcar y transmitir valores tan sólidos como la responsabilidad, el esfuerzo, la lealtad, el respeto y la libertad democrática, entendida como respeto a las leyes, exigencia frente a los gobernantes y convivencia en paz.
Esos jóvenes son aquellos hijos y nietos que llegaban a casa en la madrugada, en silencio, para que sus familias no descubrieran que venían borrachos y cargados de drogas. Los padres, colaboraban en ese deterioro, llenos de cobardía y sin enfrentarse a sus hijos, permitiendo que millones de jóvenes vivieran la noche y la madrugada en un ambiente libertino y descontrolado, en el que el alcohol, la droga y el sexo fácil tenían demasiado protagonismo, haciendo de ellos vulgares mediocres sin fortaleza moral.
El resultado de esa gran conspiración de políticos miserables, padres cobardes y permisivos y jóvenes aborregados y sin fortaleza moral ha sido letal. Hemos llenado España de generaciones de jóvenes que poseen títulos universitarios y oficios demasiado fáciles de conseguir, teóricamente preparados para competir en la vida, pero realmente llenos de deficiencias y carencias que los convirtieron en un ejercito de ineptos, inútiles y viciosos, preparados sobre todo para ser esclavos y ser manejados a su antojo por políticos demagogos y corruptos.
Muchos de esos jóvenes son expertos en botellones y trifulcas, otros reparten hamburguesas y hacen de camareros por toda Europa, muchos de ellos con títulos universitarios en el bolsillo, otros que sueñan con ser funcionarios mejor que emprendedores, otros que huyen del esfuerzo y del trabajo competitivo, otros muchos resucitan en estos días el coronavirus porque son incapaces de usar mascarillas, de guardar la distancia de seguridad y de cuidar a la sociedad de una pandemia que, por culpa de sus carencias y escaso valor cívico, vuelve a infectar a España, paralizando de nuevo la economía y conduciendo al país hacia la ruina y la muerte en masa.
Quizás esa cosecha de jóvenes con escaso valor, adictos a las promesas falsas y a las subvenciones, presas fáciles de políticos malvados, sea la peor de las lacras de la España del presente, peor que la corrupción política o que la mentira que los políticos han convertido en pan nuestro de cada día. Esos jóvenes tenían que haber inyectado vigor y horizonte a España, creando un futuro de ilusión, igual que sus padres construyeron una democracia, al menos en teoría, pero sólo están inyectado fracaso y muerte, mientras ejercen como esclavos complacientes de políticos indecentes, manipuladores y corruptos.
Francisco Rubiales
Entre todos, sobre todo entre el Estado y nosotros, padres y abuelos, hemos criado una juventud irresponsable, hedonista, reñida con el esfuerzo, más adicta al subsidio que al trabajo e incapaz de ser rigurosa y disciplinada. No toda la juventud española es un fracaso, pero sí lo es una parte importante de la misma, quizás la mayoría. Esa juventud es la que está realizando dos fechorías de gran calado que marcarán el destino de España y que tal vez la hundan en la pobreza: por una parte sostiene con sus votos el comunismo, el independentismo y el socialismo radical y antidemocrático que hoy está gobernando, y por otra está resucitando, con su indisciplina, botellones y falta de responsabilidad, al coronavirus, convirtiendo la segunda oleada de la pandemia en un infierno de enfermedad y muerte que avanza hacia la parálisis de la economía y la ruina y el fracaso de España como nación.
Sabido es que hemos puesto el Estado, en manos de partidos políticos corruptos y plagados de mediocres y ladrones, pero no es tan conocido que ese Estado tomado por mediocres y ladrones ha procurado, desde hace décadas, embrutecer a las nuevas generaciones, privarlas de la capacidad de pensar y aborregarlas mediante un inmoral y sucio adoctrinamiento televisivo, al mismo tiempo que llenaba las escuelas, institutos y universidades de comisarios políticos que imponían una formación sin esfuerzo, la perdida de autoridad de los maestros y profesores y un ambiente que toleraba todos los excesos y que aprobaba a los alumnos sin exigirles demasiado. El objetivo bastardo y miserable de los gobiernos españoles ha sido criar borregos fáciles de dominar desde el poder, no a ciudadanos responsables capaces de pensar en libertad y de ser exigentes con el poder.
La corrupción de los jóvenes ha sido una de las políticas más eficaces desplegadas por el Estado español en las ultimas décadas. No han conseguido pudrir a toda la juventud, pero lo han conseguido con millones de jóvenes, hoy castrados, disminuidos y sin preparación suficiente para enfrentarse a la vida.
Las familias, por su parte, han colaborado eficientemente en ese profundo deterioro moral de las nuevas generaciones, a las que se ha mimado en exceso y no se les ha sabido inculcar y transmitir valores tan sólidos como la responsabilidad, el esfuerzo, la lealtad, el respeto y la libertad democrática, entendida como respeto a las leyes, exigencia frente a los gobernantes y convivencia en paz.
Esos jóvenes son aquellos hijos y nietos que llegaban a casa en la madrugada, en silencio, para que sus familias no descubrieran que venían borrachos y cargados de drogas. Los padres, colaboraban en ese deterioro, llenos de cobardía y sin enfrentarse a sus hijos, permitiendo que millones de jóvenes vivieran la noche y la madrugada en un ambiente libertino y descontrolado, en el que el alcohol, la droga y el sexo fácil tenían demasiado protagonismo, haciendo de ellos vulgares mediocres sin fortaleza moral.
El resultado de esa gran conspiración de políticos miserables, padres cobardes y permisivos y jóvenes aborregados y sin fortaleza moral ha sido letal. Hemos llenado España de generaciones de jóvenes que poseen títulos universitarios y oficios demasiado fáciles de conseguir, teóricamente preparados para competir en la vida, pero realmente llenos de deficiencias y carencias que los convirtieron en un ejercito de ineptos, inútiles y viciosos, preparados sobre todo para ser esclavos y ser manejados a su antojo por políticos demagogos y corruptos.
Muchos de esos jóvenes son expertos en botellones y trifulcas, otros reparten hamburguesas y hacen de camareros por toda Europa, muchos de ellos con títulos universitarios en el bolsillo, otros que sueñan con ser funcionarios mejor que emprendedores, otros que huyen del esfuerzo y del trabajo competitivo, otros muchos resucitan en estos días el coronavirus porque son incapaces de usar mascarillas, de guardar la distancia de seguridad y de cuidar a la sociedad de una pandemia que, por culpa de sus carencias y escaso valor cívico, vuelve a infectar a España, paralizando de nuevo la economía y conduciendo al país hacia la ruina y la muerte en masa.
Quizás esa cosecha de jóvenes con escaso valor, adictos a las promesas falsas y a las subvenciones, presas fáciles de políticos malvados, sea la peor de las lacras de la España del presente, peor que la corrupción política o que la mentira que los políticos han convertido en pan nuestro de cada día. Esos jóvenes tenían que haber inyectado vigor y horizonte a España, creando un futuro de ilusión, igual que sus padres construyeron una democracia, al menos en teoría, pero sólo están inyectado fracaso y muerte, mientras ejercen como esclavos complacientes de políticos indecentes, manipuladores y corruptos.
Francisco Rubiales
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