¿Qué está moviendo en realidad a Cataluña, el nacionalismo, el interés corporativo o una sofisticada maniobra estratégica?
Sostienen los catalanes que el sentimiento de identidad nacional de Catalunya fragua en el siglo XV por la rivalidad con Castilla. Pero el de Andalucía fragua en el siglo XI, al sentirse un pueblo noble, avanzado y defensor de la cultura tolerante, acosado por los bárbaros cristianos del norte, y también en el siglo XX, cuando es la primera potencia regional exportadora de España y contempla, impotente, como sus plusvalías se invierten en Cataluña y Vasconia. ¿Y Galicia, cuando fraguó su identidad nacional? Seguro que tiene respuestas sólidas, al igual que Aragón, Valencia, Asturias y otros pueblos de España. Es posible que Madrid, la ciudad más universal, abierta y acogedora de España, esté fraguando ahora, en estos momentos, una poderosa identidad nacional como reacción a la ofensiva egoísta e insolidaria de otras regiones de España que aportan al fondo común menos dinero y más desasosiego que los madrileños.
A pesar del revuelo regional-nacional existente, Cataluña es hoy la más virulenta punta de lanza de la disgregación española. Su sentimiento nacionalista no sólo no es criticable, ya que sentirlo y defenderlo es un derecho inalienable de los pueblos libres, pero lo único que puede aducirse es que ese sentimiento, en el caso de Cataluña, quizás no sea un sentimiento tan genuino y sólido como parece.
Muchos observadores creen que el nacionalismo catalán es hoy más una manifestación de la energía comercial y financiera de sus élites, que quieren conseguir más poder y control del mercado español, o tal vez de algo peor, de la utilización sutil de Cataluña como ariete del poder financiero francés, interesado en penetrar en España y en dominar al vecino del sur. Existen evidencias suficientes para defender con base ciéntifica tanto una tesis como la otra. Francis está estratégicamente presente en muchas empresas catalanas y sus relaciones con el empresariado y las élites políticas catalanas son un prodigio de sutileza e influencia solapada.
El recurso a la historia para justificar un “estatuto” catalán privilegiado y más ventajoso que los restantes del Estado español es, por lo menos, históricamente cuestionable. Las naciones son un fenómeno típico del siglo XIX, como establece y acepta con rara unanimidad el pensamiento político internacional, pero los catalanes emprenden la peligrosa aventura de remontarse hasta el siglo XV, provocando que los andaluces hagan lo mismo y demuestren que toda España era Andalucía, antes de que los catalanes ni siquiera conocieran su lengua o supieran leer.
Detrás del sentimiento catalán como nación hay razones auténticas y lógicas, pero mezcladas con una maraña de intereses. El capitalismo catalán siempre ha prosperado porque vendía sus mercancías en España, un mercado casi cautivo que ahora está en peligro por culpa de la globalización. Las mercancías catalanas tienen que competir ahora con las del mundo entero, entre ellas con las chinas, más baratas y de mejor calidad, lo que representa un terrible peligro para la prosperidad catalana.
Todos sabemos que hay dos formas de controlar un mercado: una vendiendo más barato y con mejor calidad y la otra es controlando la demanda. Esta última opción es, probablemente, la que subyace detrás de los movimientos del capitalismo catalán y la que explica la potencia de La Caixa, la OPA a ENDESA y otros muchos movimientos, incluido el vigor del catalanismo político.
Podría extenderme mucho más, pero un comentario en Internet nunca debe ser largo y tedioso.
Sostienen los catalanes que el sentimiento de identidad nacional de Catalunya fragua en el siglo XV por la rivalidad con Castilla. Pero el de Andalucía fragua en el siglo XI, al sentirse un pueblo noble, avanzado y defensor de la cultura tolerante, acosado por los bárbaros cristianos del norte, y también en el siglo XX, cuando es la primera potencia regional exportadora de España y contempla, impotente, como sus plusvalías se invierten en Cataluña y Vasconia. ¿Y Galicia, cuando fraguó su identidad nacional? Seguro que tiene respuestas sólidas, al igual que Aragón, Valencia, Asturias y otros pueblos de España. Es posible que Madrid, la ciudad más universal, abierta y acogedora de España, esté fraguando ahora, en estos momentos, una poderosa identidad nacional como reacción a la ofensiva egoísta e insolidaria de otras regiones de España que aportan al fondo común menos dinero y más desasosiego que los madrileños.
A pesar del revuelo regional-nacional existente, Cataluña es hoy la más virulenta punta de lanza de la disgregación española. Su sentimiento nacionalista no sólo no es criticable, ya que sentirlo y defenderlo es un derecho inalienable de los pueblos libres, pero lo único que puede aducirse es que ese sentimiento, en el caso de Cataluña, quizás no sea un sentimiento tan genuino y sólido como parece.
Muchos observadores creen que el nacionalismo catalán es hoy más una manifestación de la energía comercial y financiera de sus élites, que quieren conseguir más poder y control del mercado español, o tal vez de algo peor, de la utilización sutil de Cataluña como ariete del poder financiero francés, interesado en penetrar en España y en dominar al vecino del sur. Existen evidencias suficientes para defender con base ciéntifica tanto una tesis como la otra. Francis está estratégicamente presente en muchas empresas catalanas y sus relaciones con el empresariado y las élites políticas catalanas son un prodigio de sutileza e influencia solapada.
El recurso a la historia para justificar un “estatuto” catalán privilegiado y más ventajoso que los restantes del Estado español es, por lo menos, históricamente cuestionable. Las naciones son un fenómeno típico del siglo XIX, como establece y acepta con rara unanimidad el pensamiento político internacional, pero los catalanes emprenden la peligrosa aventura de remontarse hasta el siglo XV, provocando que los andaluces hagan lo mismo y demuestren que toda España era Andalucía, antes de que los catalanes ni siquiera conocieran su lengua o supieran leer.
Detrás del sentimiento catalán como nación hay razones auténticas y lógicas, pero mezcladas con una maraña de intereses. El capitalismo catalán siempre ha prosperado porque vendía sus mercancías en España, un mercado casi cautivo que ahora está en peligro por culpa de la globalización. Las mercancías catalanas tienen que competir ahora con las del mundo entero, entre ellas con las chinas, más baratas y de mejor calidad, lo que representa un terrible peligro para la prosperidad catalana.
Todos sabemos que hay dos formas de controlar un mercado: una vendiendo más barato y con mejor calidad y la otra es controlando la demanda. Esta última opción es, probablemente, la que subyace detrás de los movimientos del capitalismo catalán y la que explica la potencia de La Caixa, la OPA a ENDESA y otros muchos movimientos, incluido el vigor del catalanismo político.
Podría extenderme mucho más, pero un comentario en Internet nunca debe ser largo y tedioso.
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