El amor a España fue el mensaje dominante en la campaña de VOX, en lugar de las grandes denuncias
A VOX no lo han derrotado los cinturones sanitarios, ni el boicot mediático, ni las oleadas de mentiras lanzadas por los demás partidos, ni la injusta Ley d’Hont, sino el miedo y el vértigo propios.
La política impuesta por los dirigentes de VOX durante la campaña electoral ha sido la responsable de que se consiguieran 24 escaños, cuando era posible conseguir el doble y quizás hasta el triple. Pasar de cero a 24 no es ninguna derrota, pero es cierto que muchos esperábamos más y a España le habría venido bien una victoria todavía más amplia.
VOX tuvo miedo de ser VOX y quiso ocultar su radicalismo. Es ahí donde está el origen del problema. VOX es un cuchillo y quiso aparentar que era una cuchara, lo que le restó identidad, autenticidad y alcance. Asustado porque le llamaban fascista y sorprendido de su propia fuerza y por la enorme repercusión de sus propuestas en la sociedad española, apretó el freno y en lugar de fortalecer su radicalismo y endurecer sus denuncias, se empeño en demostrar que era un partido moderado, lo que le hizo perder tribuna, mordiente y credibilidad.
VOX creció cuando era duro, cuando hablaba de lo que los demás partidos callaban y cuando arremetía sin miedo contra la bajeza y miseria de la política española, corrupta y antidemocrática. Pero dejó de crecer y hasta retrocedió cuando pretendió demostrar que era un partido moderado y civilizado porque lo que los españoles esperan de VOX es verdad y radicalismo, no lo que tienen en abundancia los restantes partidos: hipocresía y falsedad. Al abrir sus debates sobre las injustas leyes de género y sobre la indefensión de los españoles en sus hogares, cuando eran asaltados y ocupados por delincuentes, VOX crecía como la espuma y ganaba millones de votos, pero sintió vértigo y ahí empezó su declive.
VOX, como cualquier partido político, necesita notoriedad y llegar a la población con sus propuestas. Cuando los demás partidos lo rodearon de silencio y le cerraron el acceso a los medios, la única salida de VOX era decir las verdades que los demás ocultan, recurrir al radicalismo y a la verdad, que eran sus únicas armas.
Es evidente que fue un error querer aparentar moderación cuando se ha nacido para ser radical y remover los cimientos de una política cobarde, corrupta y dañina. Muchos españoles, al comprobar que los miembros de VOX ya no arremetían contra los molinos de viento, como Don Quijote, y se comportaban como monjitas, pensaron que para partidos moderados y acobardados ya tenían en la derecha al PP y a Ciudadanos.
Si VOX no hubiera pisado el freno y se hubiera atrevido a abrir grandes debates pendientes, como los del cáncer de la inmigración y los daños terribles que causan las autonomías, tal vez estaríamos hablando hoy de un VOX victorioso en lugar de un VOX insatisfecho y con sabor agridulce en la boca por sus 24 diputados.
Fue el miedo y la inseguridad los que derrotaron al partido de Abascal y este diagnostico es tan lógico que el partido debería asumirlo e incorporarlo a su análisis para ganar las batallas que nos esperan en el futuro.
Si quiere triunfar en las próximas elecciones, VOX tiene que retornar a sus orígenes y convertirse en piedra de escándalo, como ocurrió con el Cristianismo cuando nació, cuyo radicalismo representaba un desafío tan grande que transformó el mundo.
Hay que reconocer que a veces se siente miedo y que el éxito fulgurante y prematuro producen vértigo y parálisis. Quizás los dirigentes de VOX se sintieron desbordados en un momento de la batalla y pensaron que una victoria como la que se les auguraba, con hasta 80 diputados, no podría ser digerida ni gestionada por un partido recién nacido, sin experiencia, sin estructuras y sin cuadros suficientes para gestionar tanto poder y tanta esperanza depositada en el.
Hubo otros errores, pero menos trascendentes, como que la artillería de VOX apuntaba, durante la campaña, al PP y a CS, dos partidos que, por ser cobardes y volubles, merecían ser rociados con plomo, pero que eran el blanco equivocado porque el verdadero enemigo era la izquierda corrupta de socialistas y podemitas.
El futuro de VOX es brillante, pero sólo si el partido pierde su miedo y sus complejos, si no renuncia al radicalismo, que es lo que los españoles, cansados de pactos, acuerdos, chanchullos, componendas y cobardías, le exigen.
VOX solo triunfará y llegará a gobernar si dice la verdad y tiene el valor de abrir los grandes debates que los españoles de bien exigen y que los demás partidos temen y han convertido en tabú: el de la locura de la inmigración descontrolada, el de unas autonomías que arruinan, corrompen y separan a los españoles, el de los impuestos abusivos que espantan la riqueza, el de la ilegalización de los partidos que quieren romper España, el de una clase política con demasiados privilegios, que nunca rinde cuentas de sus abusos, fracasos y desmanes, el de la corrupción impune, el del asesinato diario de la democracia, el del horror de una España sin hijos, que prefiere criar mascotas en los hogares, el de la desprotección de la familia... y otros muchos.
A través de esos debates, sobre todo los de la inmigración y el error de las autonomías, VOX ganará adeptos también en la izquierda y entre los jóvenes, conquistas imprescindibles para llegar a ser un partido con gran peso y poder en España. Limitarse a arrebatar cuotas al PP y Ciudadanos es poca ambición y ese camino conduce a ser un partido de segunda fila, con un techo que difícilmente superará el 15 o el 20 por ciento de los votos.
Abra usted esos debates, señor Abascal, no se asuste, conecte con la España sana que le está esperando, conviértase en un ariete, que será empujado por millones de españoles decentes, diga siempre la verdad y verá como antes de un lustro está usted en condiciones de participar activamente en el gobierno de una España nueva, resurgida, próspera, decente y libre de los corruptos, ladrones, cobardes y traidores que hoy se atrincheran en el Estado y en sus instituciones.
Francisco Rubiales
La política impuesta por los dirigentes de VOX durante la campaña electoral ha sido la responsable de que se consiguieran 24 escaños, cuando era posible conseguir el doble y quizás hasta el triple. Pasar de cero a 24 no es ninguna derrota, pero es cierto que muchos esperábamos más y a España le habría venido bien una victoria todavía más amplia.
VOX tuvo miedo de ser VOX y quiso ocultar su radicalismo. Es ahí donde está el origen del problema. VOX es un cuchillo y quiso aparentar que era una cuchara, lo que le restó identidad, autenticidad y alcance. Asustado porque le llamaban fascista y sorprendido de su propia fuerza y por la enorme repercusión de sus propuestas en la sociedad española, apretó el freno y en lugar de fortalecer su radicalismo y endurecer sus denuncias, se empeño en demostrar que era un partido moderado, lo que le hizo perder tribuna, mordiente y credibilidad.
VOX creció cuando era duro, cuando hablaba de lo que los demás partidos callaban y cuando arremetía sin miedo contra la bajeza y miseria de la política española, corrupta y antidemocrática. Pero dejó de crecer y hasta retrocedió cuando pretendió demostrar que era un partido moderado y civilizado porque lo que los españoles esperan de VOX es verdad y radicalismo, no lo que tienen en abundancia los restantes partidos: hipocresía y falsedad. Al abrir sus debates sobre las injustas leyes de género y sobre la indefensión de los españoles en sus hogares, cuando eran asaltados y ocupados por delincuentes, VOX crecía como la espuma y ganaba millones de votos, pero sintió vértigo y ahí empezó su declive.
VOX, como cualquier partido político, necesita notoriedad y llegar a la población con sus propuestas. Cuando los demás partidos lo rodearon de silencio y le cerraron el acceso a los medios, la única salida de VOX era decir las verdades que los demás ocultan, recurrir al radicalismo y a la verdad, que eran sus únicas armas.
Es evidente que fue un error querer aparentar moderación cuando se ha nacido para ser radical y remover los cimientos de una política cobarde, corrupta y dañina. Muchos españoles, al comprobar que los miembros de VOX ya no arremetían contra los molinos de viento, como Don Quijote, y se comportaban como monjitas, pensaron que para partidos moderados y acobardados ya tenían en la derecha al PP y a Ciudadanos.
Si VOX no hubiera pisado el freno y se hubiera atrevido a abrir grandes debates pendientes, como los del cáncer de la inmigración y los daños terribles que causan las autonomías, tal vez estaríamos hablando hoy de un VOX victorioso en lugar de un VOX insatisfecho y con sabor agridulce en la boca por sus 24 diputados.
Fue el miedo y la inseguridad los que derrotaron al partido de Abascal y este diagnostico es tan lógico que el partido debería asumirlo e incorporarlo a su análisis para ganar las batallas que nos esperan en el futuro.
Si quiere triunfar en las próximas elecciones, VOX tiene que retornar a sus orígenes y convertirse en piedra de escándalo, como ocurrió con el Cristianismo cuando nació, cuyo radicalismo representaba un desafío tan grande que transformó el mundo.
Hay que reconocer que a veces se siente miedo y que el éxito fulgurante y prematuro producen vértigo y parálisis. Quizás los dirigentes de VOX se sintieron desbordados en un momento de la batalla y pensaron que una victoria como la que se les auguraba, con hasta 80 diputados, no podría ser digerida ni gestionada por un partido recién nacido, sin experiencia, sin estructuras y sin cuadros suficientes para gestionar tanto poder y tanta esperanza depositada en el.
Hubo otros errores, pero menos trascendentes, como que la artillería de VOX apuntaba, durante la campaña, al PP y a CS, dos partidos que, por ser cobardes y volubles, merecían ser rociados con plomo, pero que eran el blanco equivocado porque el verdadero enemigo era la izquierda corrupta de socialistas y podemitas.
El futuro de VOX es brillante, pero sólo si el partido pierde su miedo y sus complejos, si no renuncia al radicalismo, que es lo que los españoles, cansados de pactos, acuerdos, chanchullos, componendas y cobardías, le exigen.
VOX solo triunfará y llegará a gobernar si dice la verdad y tiene el valor de abrir los grandes debates que los españoles de bien exigen y que los demás partidos temen y han convertido en tabú: el de la locura de la inmigración descontrolada, el de unas autonomías que arruinan, corrompen y separan a los españoles, el de los impuestos abusivos que espantan la riqueza, el de la ilegalización de los partidos que quieren romper España, el de una clase política con demasiados privilegios, que nunca rinde cuentas de sus abusos, fracasos y desmanes, el de la corrupción impune, el del asesinato diario de la democracia, el del horror de una España sin hijos, que prefiere criar mascotas en los hogares, el de la desprotección de la familia... y otros muchos.
A través de esos debates, sobre todo los de la inmigración y el error de las autonomías, VOX ganará adeptos también en la izquierda y entre los jóvenes, conquistas imprescindibles para llegar a ser un partido con gran peso y poder en España. Limitarse a arrebatar cuotas al PP y Ciudadanos es poca ambición y ese camino conduce a ser un partido de segunda fila, con un techo que difícilmente superará el 15 o el 20 por ciento de los votos.
Abra usted esos debates, señor Abascal, no se asuste, conecte con la España sana que le está esperando, conviértase en un ariete, que será empujado por millones de españoles decentes, diga siempre la verdad y verá como antes de un lustro está usted en condiciones de participar activamente en el gobierno de una España nueva, resurgida, próspera, decente y libre de los corruptos, ladrones, cobardes y traidores que hoy se atrincheran en el Estado y en sus instituciones.
Francisco Rubiales
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