No fue una guerra entre rojos y azules, ni entre la España de los ricos y la de los pobres, ni las derechas contra las izquierdas, sino un enfrentamiento a muerte entre los políticos tradicionales y los que querían acabar con la podredumbre política amparados en las corrientes autoritarias y de limpieza que surgían en Alemania (nacionalsocialismo) e Italia (fascismo).
Hoy, al contemplar la corrupción y la decadencia que dominan la política española es fácil imaginar lo que significó aquella contienda, en la que, ante los abusos de la clase política, unos españoles que querían limpieza y regeneración, se alzaron. Más que un enfrentamiento entre derechas e izquierdas, en 1936 se enfrentaron dos maneras de entender la política y el poder, una dominada por los partidos y sus políticos y otra que rechazaba ese mundo corrupto, ineficaz y plagado de errores y traiciones.
Como en la España actual, el principal rasgo de aquella España que se enfrentó a tiro limpio era el desprecio y hasta el odio de grandes sectores de la población a la clase política tradicional.
Guardando las distancias, la situación de España en el presente tiene suficiente parecido a la del principio de la década de los años treinta del pasado siglo: una España política injusta, sometida a la dictadura de los partidos políticos, desprestigiada, con su clase política corrompida y divorciada de gran parte de la sociedad, sobre todo con las clases medias y con la gente más culta y preparada, que aprendía cada día a odiar a los politicastros y a la democracia, a la que identificaba con el sistema vigente, depredador y corrupto.
Hoy, como en 1936, la verdadera división de España no es entre derechas e izquierdas, ni entre partidarios del PP y del PSOE, sino entre gente que se siente bien dentro del sistema y gente que no lo soporta, con una masa de indecisos en medio que no quiere a los políticos corruptos, pero que tiene miedo a los cambios bruscos y revoluciones. Esa gente es la que en 1936 se vio arrastrada a la guerra, sin quererla, tomando partido por unos o por otros, según en manos de quien estuviera su territorio.
Hoy, como entonces, la sociedad se divorcia cada día un poco más de los políticos y en el seno de esa sociedad descontenta crece la esperanza de que llegue un salvador que se atreva a acabar con el abuso de los partidos y a llenar las cárceles de corruptos y sinvergüenzas.
El gran problema actual de España, como entonces, es el deterioro de la política, consecuencia del fracaso y de la podredumbre de los partidos, a los que el ciudadano cada día desprecia y odia más.
Entonces surgió la Falange; hoy Podemos, siempre dentro de una política que da a luz nuevos partidos y que quiere regenerarse y no puede porque los políticos profesionales se sienten a gusto en la pocilga española.
Francisco Rubiales
Hoy, al contemplar la corrupción y la decadencia que dominan la política española es fácil imaginar lo que significó aquella contienda, en la que, ante los abusos de la clase política, unos españoles que querían limpieza y regeneración, se alzaron. Más que un enfrentamiento entre derechas e izquierdas, en 1936 se enfrentaron dos maneras de entender la política y el poder, una dominada por los partidos y sus políticos y otra que rechazaba ese mundo corrupto, ineficaz y plagado de errores y traiciones.
Como en la España actual, el principal rasgo de aquella España que se enfrentó a tiro limpio era el desprecio y hasta el odio de grandes sectores de la población a la clase política tradicional.
Guardando las distancias, la situación de España en el presente tiene suficiente parecido a la del principio de la década de los años treinta del pasado siglo: una España política injusta, sometida a la dictadura de los partidos políticos, desprestigiada, con su clase política corrompida y divorciada de gran parte de la sociedad, sobre todo con las clases medias y con la gente más culta y preparada, que aprendía cada día a odiar a los politicastros y a la democracia, a la que identificaba con el sistema vigente, depredador y corrupto.
Hoy, como en 1936, la verdadera división de España no es entre derechas e izquierdas, ni entre partidarios del PP y del PSOE, sino entre gente que se siente bien dentro del sistema y gente que no lo soporta, con una masa de indecisos en medio que no quiere a los políticos corruptos, pero que tiene miedo a los cambios bruscos y revoluciones. Esa gente es la que en 1936 se vio arrastrada a la guerra, sin quererla, tomando partido por unos o por otros, según en manos de quien estuviera su territorio.
Hoy, como entonces, la sociedad se divorcia cada día un poco más de los políticos y en el seno de esa sociedad descontenta crece la esperanza de que llegue un salvador que se atreva a acabar con el abuso de los partidos y a llenar las cárceles de corruptos y sinvergüenzas.
El gran problema actual de España, como entonces, es el deterioro de la política, consecuencia del fracaso y de la podredumbre de los partidos, a los que el ciudadano cada día desprecia y odia más.
Entonces surgió la Falange; hoy Podemos, siempre dentro de una política que da a luz nuevos partidos y que quiere regenerarse y no puede porque los políticos profesionales se sienten a gusto en la pocilga española.
Francisco Rubiales
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