político dinamitado
El caso más evidente de dirigente destrozado por la dinamita política es Zapatero, cuya imagen llegó a estar tan desprestigiada que su partido tuvo que obligarle a que abandonara el poder y convocara elecciones anticipadamente. Su "muerte" política fue el producto de sus propios errores, que fueron muchos, y de la hábil utilización de la propaganda para hacerlo picadillo.
Pedro Sánchez, Mariano Rajoy y Pablo Iglesias son también tres ejemplos de políticos demolidos y desprestigiados por sus adversarios. Los tres han sido desacreditados y pateados delante de sus electorados con bastante éxito. A Rajoy se le fabricó la imagen de indolente y corrupto; a Sánchez la de un obsesionado con el poder, torpe y sin principios, capaz de arruinar el futuro del socialismo español; a Pablo Iglesias se le convirtió en un peligroso totalitario que espera llegar al poder para crear una dictadura.
Cuando la política se torna "demoledora" y los partidos prefieren elegir como estrategia para alcanzar el poder la destrucción del adversario, en lugar de presentar al electorado propuestas e ideas atractivas e ilusionantes, la democracia se hace rastrera y dañina.
Si existe en Europa un ejemplo de política "demoledora", ese es España, donde los partidos políticos dedican el grueso de su esfuerzo a dinamitar al adversario, a explotar sus errores por la vía mediática para desacreditarlo, demonizarlo y hundirlo. La española es una política que utiliza la dinamita con profusión con el obsesivo fin de desgastar al adversario, minar su prestigio y conseguir de ese modo que el electorado lo rechace ante las urnas.
Para desarrollar ese trabajo de "demolición" del adversario los partidos políticos necesitan contar con un fuerte apoyo mediático, lo que lleva a los partidos a dominar a los medios de comunicación y a imponer en las redacciones aliadas un estilo y unas reglas de juego que eliminan la independencia, el pensamiento libre y cualquier atisbo de crítica al bando propio. Los periodistas, de ese modo, dejan de ser informadores al servicio de la verdad y de la sociedad para transformarse en "propagandistas" y "agitadores sociales" que emplean toda la materia gris en defender al bando propio y en aniquilar al bando contrario, todo un espectáculo lamentable y dañino para la profesión periodística y para la misma democracia.
La política dinamitera también exige contar con el apoyo "incondicional" y poco ético de grupos y sectores fanatizados, que actuan ciegamente, al dictado de los partidos políticos. Son grupos que se movilizan para "machacar" al adversario, pero que desaparecen de la escena y guardan un vergonzoso silencio cuando los errores son del bando propio. Aunque los hay de todos los bandos y colores, el más elocuente ejemplo para entender el fenómeno es recordar aquellos grupos que se movilizaron contra Aznar en asuntos como la guerra de Irak y el "Prestige", aquellos actores y actrices que se manifestaban contra la guerra y aquellos puntales de "Nunca mais", hoy desaparecidos y sin voz cuando se trata de criticar errores socialistas como la participación en la guerra de Afganistán, el desmembramiento del Estado de Derecho, tras la aprobación del nefasto Statut catalán, las inaceptables concesiones al terrorismo criminal etarra o la crisis de la Justicia.
Ese trabajo de "desgaste" podría ser aceptable en democracia si fuera una estrategia más y se combinara con propuestas al electorado, ideas y eficacia en la gestión, pero es una vileza cuando se convierte en la práctica obsesiva, a la que los partidos políticos dedican su mayor esfuerzo.
La historia de la democracia española demuestra que para un partido político resulta más fácil hacer que el adversario pierda las elecciones que ganarla con propuestas e ideas propias. Todos los últimos gobiernos han sido "dinamitados" por sus adversarios y han caído como consecuencia del desgaste y el descrédito ante la ciudadanía, una estrategia que termina por envilecer la política y por desacreditar a la misma democracia.
Felipe González subio al poder tras "dinamitar" a Adolfo Suárez, a quien desgastó esparciendo su imagen de líder incapaz de unir a su partido, la UCD, que fue infiltrado y dinamitado previamente.
Aznar logró demoler el dominio socialista de Felipe González generándole una imagen de líder currupto y poco respetuoso con el Estado de Derecho, tras explotar electoralmente casos como los asesinatos del GAL y otros muchos de corrupción y nepotismo.
El gobierno de Aznar, por su parte, saltó por los aires tras una cadena de hábiles y, en algunos casos, discutibles campañas de acoso y desprestigio, apoyadas en errores como el "Prestige", la impopular participación en la guerra de Irak y, sobre todo, con la utilización electoral de los atentados del 11 de marzo de 2004, logrando un inesperado vuelco electoral que apartó al Partido Popular del poder contra todo pronóstico.
Es la ley de la dinamita, que se hace dominante y obsesiva en los partidos, que apenas hacen ya esfuerzo alguno en construir y ofrecer a sus electores programas y propuestas atrayentes ante la rentabilidad electoral que demuestra el "acoso y derribo" al adversario.
El PSOE era el gran maestro en desgastar a sus enemigos con grandes campañas, inspiradas en las experiencias históricas del marxismo leninismo, mientras que el PP ha aprendido rápidamente y hoy posee un aparato de demolición altamente eficiente. Su método preferido es la "lluvia fina", que destruye al contrario desacreditándolo en cada error o traspiés, socavando su imagen y prestigio día tras día.
Por desgracia para los españoles, España es un país donde los políticos gastan más en dinamita que en crear ilusión, esperanza o ideas comunes. Como consecuencia de esa estrategia, España se rompe y retrocede.
Francisco Rubiales
Pedro Sánchez, Mariano Rajoy y Pablo Iglesias son también tres ejemplos de políticos demolidos y desprestigiados por sus adversarios. Los tres han sido desacreditados y pateados delante de sus electorados con bastante éxito. A Rajoy se le fabricó la imagen de indolente y corrupto; a Sánchez la de un obsesionado con el poder, torpe y sin principios, capaz de arruinar el futuro del socialismo español; a Pablo Iglesias se le convirtió en un peligroso totalitario que espera llegar al poder para crear una dictadura.
Cuando la política se torna "demoledora" y los partidos prefieren elegir como estrategia para alcanzar el poder la destrucción del adversario, en lugar de presentar al electorado propuestas e ideas atractivas e ilusionantes, la democracia se hace rastrera y dañina.
Si existe en Europa un ejemplo de política "demoledora", ese es España, donde los partidos políticos dedican el grueso de su esfuerzo a dinamitar al adversario, a explotar sus errores por la vía mediática para desacreditarlo, demonizarlo y hundirlo. La española es una política que utiliza la dinamita con profusión con el obsesivo fin de desgastar al adversario, minar su prestigio y conseguir de ese modo que el electorado lo rechace ante las urnas.
Para desarrollar ese trabajo de "demolición" del adversario los partidos políticos necesitan contar con un fuerte apoyo mediático, lo que lleva a los partidos a dominar a los medios de comunicación y a imponer en las redacciones aliadas un estilo y unas reglas de juego que eliminan la independencia, el pensamiento libre y cualquier atisbo de crítica al bando propio. Los periodistas, de ese modo, dejan de ser informadores al servicio de la verdad y de la sociedad para transformarse en "propagandistas" y "agitadores sociales" que emplean toda la materia gris en defender al bando propio y en aniquilar al bando contrario, todo un espectáculo lamentable y dañino para la profesión periodística y para la misma democracia.
La política dinamitera también exige contar con el apoyo "incondicional" y poco ético de grupos y sectores fanatizados, que actuan ciegamente, al dictado de los partidos políticos. Son grupos que se movilizan para "machacar" al adversario, pero que desaparecen de la escena y guardan un vergonzoso silencio cuando los errores son del bando propio. Aunque los hay de todos los bandos y colores, el más elocuente ejemplo para entender el fenómeno es recordar aquellos grupos que se movilizaron contra Aznar en asuntos como la guerra de Irak y el "Prestige", aquellos actores y actrices que se manifestaban contra la guerra y aquellos puntales de "Nunca mais", hoy desaparecidos y sin voz cuando se trata de criticar errores socialistas como la participación en la guerra de Afganistán, el desmembramiento del Estado de Derecho, tras la aprobación del nefasto Statut catalán, las inaceptables concesiones al terrorismo criminal etarra o la crisis de la Justicia.
Ese trabajo de "desgaste" podría ser aceptable en democracia si fuera una estrategia más y se combinara con propuestas al electorado, ideas y eficacia en la gestión, pero es una vileza cuando se convierte en la práctica obsesiva, a la que los partidos políticos dedican su mayor esfuerzo.
La historia de la democracia española demuestra que para un partido político resulta más fácil hacer que el adversario pierda las elecciones que ganarla con propuestas e ideas propias. Todos los últimos gobiernos han sido "dinamitados" por sus adversarios y han caído como consecuencia del desgaste y el descrédito ante la ciudadanía, una estrategia que termina por envilecer la política y por desacreditar a la misma democracia.
Felipe González subio al poder tras "dinamitar" a Adolfo Suárez, a quien desgastó esparciendo su imagen de líder incapaz de unir a su partido, la UCD, que fue infiltrado y dinamitado previamente.
Aznar logró demoler el dominio socialista de Felipe González generándole una imagen de líder currupto y poco respetuoso con el Estado de Derecho, tras explotar electoralmente casos como los asesinatos del GAL y otros muchos de corrupción y nepotismo.
El gobierno de Aznar, por su parte, saltó por los aires tras una cadena de hábiles y, en algunos casos, discutibles campañas de acoso y desprestigio, apoyadas en errores como el "Prestige", la impopular participación en la guerra de Irak y, sobre todo, con la utilización electoral de los atentados del 11 de marzo de 2004, logrando un inesperado vuelco electoral que apartó al Partido Popular del poder contra todo pronóstico.
Es la ley de la dinamita, que se hace dominante y obsesiva en los partidos, que apenas hacen ya esfuerzo alguno en construir y ofrecer a sus electores programas y propuestas atrayentes ante la rentabilidad electoral que demuestra el "acoso y derribo" al adversario.
El PSOE era el gran maestro en desgastar a sus enemigos con grandes campañas, inspiradas en las experiencias históricas del marxismo leninismo, mientras que el PP ha aprendido rápidamente y hoy posee un aparato de demolición altamente eficiente. Su método preferido es la "lluvia fina", que destruye al contrario desacreditándolo en cada error o traspiés, socavando su imagen y prestigio día tras día.
Por desgracia para los españoles, España es un país donde los políticos gastan más en dinamita que en crear ilusión, esperanza o ideas comunes. Como consecuencia de esa estrategia, España se rompe y retrocede.
Francisco Rubiales
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