La vieja tolerancia de la izquierda socialdemócrata la hacía atractiva, civilizada y compatible con la democracia, un sistema que requiere la convivencia en paz de diferentes pensamientos, opiniones y partidos, todos en armonía y con capacidad de avanzar incluso en la discrepancia.
Pero a medida que la izquierda quedaba derrotada en el mundo y retrocedía, sobre todo porque su sistema económico de impuestos altos y de un Estado intervencionista y todopoderoso que pretendía solucionarlo todo y no solucionaba nada, fracasaba en todas partes, ha ido evolucionando hacia posturas cada día más intransigentes y hasta violentas.
Algunos creen que la violencia creciente en las izquierdas se debe a que los comunistas, derrotados, se han infiltrado en las viejas izquierdas tolerantes y las han convertido en aquelarres totalitarios que disimulan en lo posible su brutalidad, pero no es esa la única explicación del inquietante fenómeno.
La izquierda, al fracasar en la economía, un asunto prioritario para el mundo, ha evolucionado en busca de nuevos argumentos y banderas y los ha encontrado en ámbitos como los nuevos movimientos sociales, que domina y controla hasta convertirlos en instrumentos de poder: el feminismo, el movimiento LGTBI, el ecologismo, el animalismo, el globalismo (que no la globalización), y cualquier otra ideología que suponga una mayor capacidad para controlar a los ciudadanos, encuadrados en movimientos y grupos polítizados y dominados por ellos.
Han perdido la batalla de la economía, que es casi decisiva, pero la izquierda se ha planteado cambiar el mundo para que lo decisivo sean las personas reeducadas, a las que quiere controlar desde sus escuelas y con sus ideologías "progres", para que valoren, sobre todo, la primacía del Estado fuerte sobre el ciudadano, las libertades individuales y el mercado.
Todo el poderoso aparato de propaganda de la vieja socialdemocracia derrotada está en movimiento para adornar como políticas salvadoras y liberadoras lo que no son más que movimientos cargados de intolerancia, enfrentamiento y división: feministas radicales, ecologistas, animalistas, LGTBI y otras banderas que sirven para demoler el sistema social vigente e imponer la visión de las cosas que conviene a la izquierda. Más que cambiar el mundo, esas corrientes patrocinadas por las viejas izquierdas "imponen" un mundo distinto, en una especie de movimiento que se parece más a una religión, la de lo políticamente correcto, adoradora del Estado, que a una verdadera opción política.
El objetivo es el de siempre, desde Marx y Lenin, dominar a las masas, y el método también sigue siendo el mismo, destruir el mundo existente para poder construir, sobre sus ruinas, el mundo nuevo de la izquierda.
El problema, para el mundo, es que su destrucción avanza como avanzaban las legiones romanas, conquistando, destruyendo e imponiendo un nuevo orden, sin apenas resistencia porque la derecha, que debía defender sus baluartes, apenas existe porque previamente se ha contaminado también de leninismo y adora, como la izquierda, el intervencionismo del Estado fuerte. Los castillos del liberalismo, aquellos que defendían la preponderancia del individuo sobre l sociedad y el Estado y concebían la democracia como un sistema en cuya cumbre estaban las libertades del ciudadano, han sido abandonados por la derecha, que sin ellos se ha quedado sin trincheras ni defensas.
La intolerancia y brutalidad de la nueva izquierda, disfrazada de civismo, falsas conquistas y cambio, llama "fascistas" a todos los partidos que se encuentren en su derecha y no tiene pudor a la hora de mentir sobre ellos, demonizarlos y estigmatizarlos para liquidarlos y conseguir la malévola "uniformidad política,, una pura dictadura dominante en un mundo nuevo en el que quien no está con la izquierda, está fuera del sistema, destrozado y convertido en basura.
Francisco Rubiales
Pero a medida que la izquierda quedaba derrotada en el mundo y retrocedía, sobre todo porque su sistema económico de impuestos altos y de un Estado intervencionista y todopoderoso que pretendía solucionarlo todo y no solucionaba nada, fracasaba en todas partes, ha ido evolucionando hacia posturas cada día más intransigentes y hasta violentas.
Algunos creen que la violencia creciente en las izquierdas se debe a que los comunistas, derrotados, se han infiltrado en las viejas izquierdas tolerantes y las han convertido en aquelarres totalitarios que disimulan en lo posible su brutalidad, pero no es esa la única explicación del inquietante fenómeno.
La izquierda, al fracasar en la economía, un asunto prioritario para el mundo, ha evolucionado en busca de nuevos argumentos y banderas y los ha encontrado en ámbitos como los nuevos movimientos sociales, que domina y controla hasta convertirlos en instrumentos de poder: el feminismo, el movimiento LGTBI, el ecologismo, el animalismo, el globalismo (que no la globalización), y cualquier otra ideología que suponga una mayor capacidad para controlar a los ciudadanos, encuadrados en movimientos y grupos polítizados y dominados por ellos.
Han perdido la batalla de la economía, que es casi decisiva, pero la izquierda se ha planteado cambiar el mundo para que lo decisivo sean las personas reeducadas, a las que quiere controlar desde sus escuelas y con sus ideologías "progres", para que valoren, sobre todo, la primacía del Estado fuerte sobre el ciudadano, las libertades individuales y el mercado.
Todo el poderoso aparato de propaganda de la vieja socialdemocracia derrotada está en movimiento para adornar como políticas salvadoras y liberadoras lo que no son más que movimientos cargados de intolerancia, enfrentamiento y división: feministas radicales, ecologistas, animalistas, LGTBI y otras banderas que sirven para demoler el sistema social vigente e imponer la visión de las cosas que conviene a la izquierda. Más que cambiar el mundo, esas corrientes patrocinadas por las viejas izquierdas "imponen" un mundo distinto, en una especie de movimiento que se parece más a una religión, la de lo políticamente correcto, adoradora del Estado, que a una verdadera opción política.
El objetivo es el de siempre, desde Marx y Lenin, dominar a las masas, y el método también sigue siendo el mismo, destruir el mundo existente para poder construir, sobre sus ruinas, el mundo nuevo de la izquierda.
El problema, para el mundo, es que su destrucción avanza como avanzaban las legiones romanas, conquistando, destruyendo e imponiendo un nuevo orden, sin apenas resistencia porque la derecha, que debía defender sus baluartes, apenas existe porque previamente se ha contaminado también de leninismo y adora, como la izquierda, el intervencionismo del Estado fuerte. Los castillos del liberalismo, aquellos que defendían la preponderancia del individuo sobre l sociedad y el Estado y concebían la democracia como un sistema en cuya cumbre estaban las libertades del ciudadano, han sido abandonados por la derecha, que sin ellos se ha quedado sin trincheras ni defensas.
La intolerancia y brutalidad de la nueva izquierda, disfrazada de civismo, falsas conquistas y cambio, llama "fascistas" a todos los partidos que se encuentren en su derecha y no tiene pudor a la hora de mentir sobre ellos, demonizarlos y estigmatizarlos para liquidarlos y conseguir la malévola "uniformidad política,, una pura dictadura dominante en un mundo nuevo en el que quien no está con la izquierda, está fuera del sistema, destrozado y convertido en basura.
Francisco Rubiales
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