A Ayuso se la ama o se la odia, y la razón de que la derecha la ame es que la izquierda la odia. En una España deforestada por la apisonadora de Sánchez, con la oposición reducida a objeto de condescendencia cuando no de mofa, el instinto de supervivencia liberal o conservador corre a cobijarse bajo la única figura que desquicia al sanchismo.
La máquina que ha triturado sucesivamente al PSOE, a Rajoy, a Rivera, a Iglesias y a Arrimadas topa con una inexperta actriz de cine mudo, según el pincel de Raúl del Pozo, y no logra arrollarla. Primero la ignoraban, después se burlaban y por último la cubren de insultos. Sería más inteligente disimular su aversión, porque son los golpes de la izquierda los que están esculpiendo la estatua de Ayuso, pero no pueden contenerse. ¿Por qué? Agotado el suspense catalán en su bucle de reflujos amarillos, el gran psicodrama político se traslada a Madrid.
La izquierda plurinacional se afana en nombrar a Ayuso fundadora del supremacismo madrileño. La caricatura que sus enemigos trazan de ella oscurece sus rasgos genuinos, que ella misma ni siquiera sospecha: el don intransferible de haberle robado la bandera del pueblo a la izquierda. Basta con salir de las moquetas de la élite y poner la oreja en los bares que Ayuso ha dejado abiertos para constatar su natural conexión con eso que Podemos llamaba la gente. Gente jodida que ve a una presidenta como una igual en plena crisis.
Veamos. Ayuso no encaja en el vestido de pija pepera ni en el hábito de monja voxera. Ni es una meapilas ni viene de familia bien, y su último novio conocido fue un peluquero. Madruga mucho y se acuesta tarde, lo que amplía la probabilidad de que a lo largo de una jornada incurra en más aciertos que errores por puro estajanovismo. Aprende rápido porque sabe que no sabe, pero ha renunciado a la gloria que reparten los árbitros de lo correcto y los críticos de lo aparente. Igual que los columnistas que triunfan escriben para los lectores y no para el gremio de columnistas, Ayuso hace política para los madrileños y no para el gremio de tertulianos.
Cuando uno se sienta a comer con Ayuso y la escucha, experimenta tres sensaciones. La primera, que parece que va a quebrarse en cada frase que inicia. La segunda, que cree ciegamente en las ideas que acierta a concluir y que las defenderá con su cargo, no al revés: no es posible imaginarla cambiando de ideas para seguir en el cargo. Y la tercera, que su quebradizo discurso nos engaña, porque no es precisamente una mujer débil. Isabel Díaz Ayuso tiene como mínimo las mismas pelotas que Pedro Sánchez, solo que las tiene rellenas de convicciones. Quiere el poder para algo, no el poder por el poder.
Si saca la absoluta, yo desde luego no me sorprenderé.
Tela marinera ...
Por Jorge Bustos
Publicado en el Mundo
La máquina que ha triturado sucesivamente al PSOE, a Rajoy, a Rivera, a Iglesias y a Arrimadas topa con una inexperta actriz de cine mudo, según el pincel de Raúl del Pozo, y no logra arrollarla. Primero la ignoraban, después se burlaban y por último la cubren de insultos. Sería más inteligente disimular su aversión, porque son los golpes de la izquierda los que están esculpiendo la estatua de Ayuso, pero no pueden contenerse. ¿Por qué? Agotado el suspense catalán en su bucle de reflujos amarillos, el gran psicodrama político se traslada a Madrid.
La izquierda plurinacional se afana en nombrar a Ayuso fundadora del supremacismo madrileño. La caricatura que sus enemigos trazan de ella oscurece sus rasgos genuinos, que ella misma ni siquiera sospecha: el don intransferible de haberle robado la bandera del pueblo a la izquierda. Basta con salir de las moquetas de la élite y poner la oreja en los bares que Ayuso ha dejado abiertos para constatar su natural conexión con eso que Podemos llamaba la gente. Gente jodida que ve a una presidenta como una igual en plena crisis.
Veamos. Ayuso no encaja en el vestido de pija pepera ni en el hábito de monja voxera. Ni es una meapilas ni viene de familia bien, y su último novio conocido fue un peluquero. Madruga mucho y se acuesta tarde, lo que amplía la probabilidad de que a lo largo de una jornada incurra en más aciertos que errores por puro estajanovismo. Aprende rápido porque sabe que no sabe, pero ha renunciado a la gloria que reparten los árbitros de lo correcto y los críticos de lo aparente. Igual que los columnistas que triunfan escriben para los lectores y no para el gremio de columnistas, Ayuso hace política para los madrileños y no para el gremio de tertulianos.
Cuando uno se sienta a comer con Ayuso y la escucha, experimenta tres sensaciones. La primera, que parece que va a quebrarse en cada frase que inicia. La segunda, que cree ciegamente en las ideas que acierta a concluir y que las defenderá con su cargo, no al revés: no es posible imaginarla cambiando de ideas para seguir en el cargo. Y la tercera, que su quebradizo discurso nos engaña, porque no es precisamente una mujer débil. Isabel Díaz Ayuso tiene como mínimo las mismas pelotas que Pedro Sánchez, solo que las tiene rellenas de convicciones. Quiere el poder para algo, no el poder por el poder.
Si saca la absoluta, yo desde luego no me sorprenderé.
Tela marinera ...
Por Jorge Bustos
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