Cuando el sentimiento de culpa se apodera de la gestualidad y del discurso el resultado es demoledor
La gestualidad, esa mandíbula contraída, traicionó a Sánchez. El decisivo debate cara a cara de esta campaña electoral lo ha perdido Pedro Sánchez por goleada porque, sabedor de su mala conciencia, sus asesores no se lo advirtieron ni le enseñaron a gestionarla ante las cámaras. De pronto se vino a la cabeza del presidente la conciencia de sus múltiples mentiras y transgresiones, y esa culpa asomó a su rostro sin que él pudiese evitarlo en cuanto Feijóo se las nombró.
No es el único que padece ante las cámaras “el síndrome de la mala conciencia”. Antes que él, y por causas diversas, lo padecieron también González, Aznar, Zapatero y Rajoy. El problema para Sánchez es que él lo ha hecho visible en una campaña electoral trascendental.
Un niño cogido en falta siempre dirá “yo no he sido” o “es mentira”. Pero su lenguaje corporal y la vehemencia y el tono de sus palabras serán siempre la prueba evidente de que es el responsable de la tropelía. Es el “síndrome de la mala conciencia” que, de manera involuntaria y tengamos la edad que tengamos, altera nuestras facciones y nuestro discurso cuando, desde la convicción de la propia culpa, pretendemos justificar lo injustificable. Eso es lo que le pasó a Pedro Sánchez en el debate con Feijóo.
He estado analizando por qué un político tan experimentado en la dialéctica parlamentaria y mediática, tanto que incluso se había atrevido a retar a su oponente nada menos que a seis debates, tuvo un resultado tan pobre en un debate que parecía pan comido y al que él creía llegar más que sobrado.
Y la conclusión es que el “síndrome de la mala conciencia” se apoderó, atenazándolo, del presidente, algo que sus asesores no habían previsto y que, por tanto, se vio incapaz de gestionar con un mínimo de soltura.
CULPAS Y CONCIENCIA
Desde el minuto uno del debate, antes incluso de que Feijóo abriera la boca, y sabedor de la que le iba a caer, a Sánchez se le vinieron a la cabeza, entre otras cuestiones que han merecido el reproche de la mayor parte de la ciudadanía, las siguientes:
1.- Las numerosas cesiones a ERC y a Bildu, y el regalo de la ley de Vivienda que les fue permitido presentar como si ellos fuesen sus autores.
2.- La ley del “sí es sí” que ha puesto anticipadamente en la calle a más de 100 delincuentes sexuales y ha rebajado las penas a más de 1.000.
3.- La ley trans que permite cambiar de identidad de género a niños desde los 12 años sin el conocimiento de sus padres, “transfiriendo” la patria potestad a los jueces, y cambiar de sexo sin ningún requisito desde los 16.
4.- La ley del aborto que permite a una menor de 16 años abortar sin conocimiento de sus padres.
5.- La supresión del delito de sedición, la atenuación del de malversación y las cesiones e indultos a los golpistas del procés.
6.- La falta a su palabra de que no gobernaría con Podemos ni pactaría con los separatistas catalanes y vascos.
7.- La colonización nepotista de numerosas instituciones a cuyo frente ha puesto a sus amigos y de cuyo abuso son claros ejemplos RTVE y el CIS de Tezanos.
8.- La utilización personal y partidista de los medios materiales atribuidos a la Presidencia del Gobierno.
DIFÍCIL, CASI IMPOSIBLE, DEFENSA
Todo esto y más, cuestiones que están en la mente de la ciudadanía y que tienen difícil defensa, por no decir imposible para una mayoría moderada, adulta y razonable, vino de golpe a la cabeza de Pedro Sánchez desde el inicio del debate, transfigurando su rostro, habitualmente impasible y encantador, en un muestrario de tensiones musculares y nerviosas, y convirtiendo sus argumentos en los del niño pillado en falta: “eso es mentira”, y “yo no he sido”.
Fue tal el vapuleo, que el presidente ni siquiera fue capaz de poner en valor los principales logros de su mandato en materia social y económica, aplastado por la losa de la mala conciencia, cuyas expresiones faciales más notorias eran la mirada huidiza, la risa forzada y esa mandíbula contraída, como de boxeador que recibe un castigo que no se esperaba.
Para desgracia suya, esto fue lo que vimos los ciudadanos y las ciudadanas, mientras, enfrente, un Feijóo más que tranquilo avanzaba en su táctica de poner de relieve las contradicciones injustificables del presidente, tanto que, como dijo al final el aspirante, “me lo he pasado muy bien”.
El “síndrome de la mala conciencia” no es exclusivo de Pedro Sánchez, aunque a él le haya sobrevenido en el peor momento. Recordemos la gestualidad de sus antecesores cuando hicieron lo contrario de lo que dijeron o cuando cometieron tremendas tropelías que están en la mente de todas.
Recuerdo perfectamente los visajes de Felipe González con su cambio sobre la OTAN y, sobre todo, cuando trató de explicar -y negar- el terrorismo de Estado y los GAL. Igualmente, las caras de Aznar fueron un poema cuando justificó y participó en la invasión de Irak y luego se empeñó en atribuir los atentados del 11M a ETA. Asimismo, me viene a la memoria el cemento armado convulso de Rajoy cuando dijo aquello de que “todo es mentira salvo alguna cosa”, o cuando quiso justificar su relación con Bárcenas, o se empeñó en negar la corrupción rampante de su partido. Y las transfiguraciones faciales de Zapatero cuando congeló las pensiones y bajó los sueldos de los funcionarios, entre otras lindezas que había asegurado que nunca haría.
No hay un solo gobernante que no haya faltado a su palabra o no haya transgredido alguna vez la ley o las normas éticas. Lo que ocurre con Pedro Sánchez es que pocos gobernantes han incumplido tantas cosas en tan corto período de tiempo. Y esto es lo que aplastó su conciencia en el debate con Feijóo, mostrándole como un niño pillado en falta. Lo asombroso es que dedicase varios días a preparar semejante desastre y nadie, entre sus incontables y bien pagados asesores, le preparase para gestionar su mala conciencia. Ese fallo va a determinar del todo para Sánchez, si es que no estaba determinada ya, la pérdida de las elecciones y por abultada diferencia.
José María Pagador
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La gestualidad, esa mandíbula contraída, traicionó a Sánchez. El decisivo debate cara a cara de esta campaña electoral lo ha perdido Pedro Sánchez por goleada porque, sabedor de su mala conciencia, sus asesores no se lo advirtieron ni le enseñaron a gestionarla ante las cámaras. De pronto se vino a la cabeza del presidente la conciencia de sus múltiples mentiras y transgresiones, y esa culpa asomó a su rostro sin que él pudiese evitarlo en cuanto Feijóo se las nombró.
No es el único que padece ante las cámaras “el síndrome de la mala conciencia”. Antes que él, y por causas diversas, lo padecieron también González, Aznar, Zapatero y Rajoy. El problema para Sánchez es que él lo ha hecho visible en una campaña electoral trascendental.
Un niño cogido en falta siempre dirá “yo no he sido” o “es mentira”. Pero su lenguaje corporal y la vehemencia y el tono de sus palabras serán siempre la prueba evidente de que es el responsable de la tropelía. Es el “síndrome de la mala conciencia” que, de manera involuntaria y tengamos la edad que tengamos, altera nuestras facciones y nuestro discurso cuando, desde la convicción de la propia culpa, pretendemos justificar lo injustificable. Eso es lo que le pasó a Pedro Sánchez en el debate con Feijóo.
He estado analizando por qué un político tan experimentado en la dialéctica parlamentaria y mediática, tanto que incluso se había atrevido a retar a su oponente nada menos que a seis debates, tuvo un resultado tan pobre en un debate que parecía pan comido y al que él creía llegar más que sobrado.
Y la conclusión es que el “síndrome de la mala conciencia” se apoderó, atenazándolo, del presidente, algo que sus asesores no habían previsto y que, por tanto, se vio incapaz de gestionar con un mínimo de soltura.
CULPAS Y CONCIENCIA
Desde el minuto uno del debate, antes incluso de que Feijóo abriera la boca, y sabedor de la que le iba a caer, a Sánchez se le vinieron a la cabeza, entre otras cuestiones que han merecido el reproche de la mayor parte de la ciudadanía, las siguientes:
1.- Las numerosas cesiones a ERC y a Bildu, y el regalo de la ley de Vivienda que les fue permitido presentar como si ellos fuesen sus autores.
2.- La ley del “sí es sí” que ha puesto anticipadamente en la calle a más de 100 delincuentes sexuales y ha rebajado las penas a más de 1.000.
3.- La ley trans que permite cambiar de identidad de género a niños desde los 12 años sin el conocimiento de sus padres, “transfiriendo” la patria potestad a los jueces, y cambiar de sexo sin ningún requisito desde los 16.
4.- La ley del aborto que permite a una menor de 16 años abortar sin conocimiento de sus padres.
5.- La supresión del delito de sedición, la atenuación del de malversación y las cesiones e indultos a los golpistas del procés.
6.- La falta a su palabra de que no gobernaría con Podemos ni pactaría con los separatistas catalanes y vascos.
7.- La colonización nepotista de numerosas instituciones a cuyo frente ha puesto a sus amigos y de cuyo abuso son claros ejemplos RTVE y el CIS de Tezanos.
8.- La utilización personal y partidista de los medios materiales atribuidos a la Presidencia del Gobierno.
DIFÍCIL, CASI IMPOSIBLE, DEFENSA
Todo esto y más, cuestiones que están en la mente de la ciudadanía y que tienen difícil defensa, por no decir imposible para una mayoría moderada, adulta y razonable, vino de golpe a la cabeza de Pedro Sánchez desde el inicio del debate, transfigurando su rostro, habitualmente impasible y encantador, en un muestrario de tensiones musculares y nerviosas, y convirtiendo sus argumentos en los del niño pillado en falta: “eso es mentira”, y “yo no he sido”.
Fue tal el vapuleo, que el presidente ni siquiera fue capaz de poner en valor los principales logros de su mandato en materia social y económica, aplastado por la losa de la mala conciencia, cuyas expresiones faciales más notorias eran la mirada huidiza, la risa forzada y esa mandíbula contraída, como de boxeador que recibe un castigo que no se esperaba.
Para desgracia suya, esto fue lo que vimos los ciudadanos y las ciudadanas, mientras, enfrente, un Feijóo más que tranquilo avanzaba en su táctica de poner de relieve las contradicciones injustificables del presidente, tanto que, como dijo al final el aspirante, “me lo he pasado muy bien”.
El “síndrome de la mala conciencia” no es exclusivo de Pedro Sánchez, aunque a él le haya sobrevenido en el peor momento. Recordemos la gestualidad de sus antecesores cuando hicieron lo contrario de lo que dijeron o cuando cometieron tremendas tropelías que están en la mente de todas.
Recuerdo perfectamente los visajes de Felipe González con su cambio sobre la OTAN y, sobre todo, cuando trató de explicar -y negar- el terrorismo de Estado y los GAL. Igualmente, las caras de Aznar fueron un poema cuando justificó y participó en la invasión de Irak y luego se empeñó en atribuir los atentados del 11M a ETA. Asimismo, me viene a la memoria el cemento armado convulso de Rajoy cuando dijo aquello de que “todo es mentira salvo alguna cosa”, o cuando quiso justificar su relación con Bárcenas, o se empeñó en negar la corrupción rampante de su partido. Y las transfiguraciones faciales de Zapatero cuando congeló las pensiones y bajó los sueldos de los funcionarios, entre otras lindezas que había asegurado que nunca haría.
No hay un solo gobernante que no haya faltado a su palabra o no haya transgredido alguna vez la ley o las normas éticas. Lo que ocurre con Pedro Sánchez es que pocos gobernantes han incumplido tantas cosas en tan corto período de tiempo. Y esto es lo que aplastó su conciencia en el debate con Feijóo, mostrándole como un niño pillado en falta. Lo asombroso es que dedicase varios días a preparar semejante desastre y nadie, entre sus incontables y bien pagados asesores, le preparase para gestionar su mala conciencia. Ese fallo va a determinar del todo para Sánchez, si es que no estaba determinada ya, la pérdida de las elecciones y por abultada diferencia.
José María Pagador
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