(EL VALLE DE ARÁN)
Si denominamos “sapo” a ese asunto asqueroso que se posa solapadamente, viscoso, en nuestros labios (quienes hayan acabado de leer “La regenta”, de Leopoldo Alas, “Clarín”, sabrán de qué peroro y entenderán el paralelismo) o a esa novedad con bofetada aneja o tortazo incorporado, que asumimos, encajamos e/o ingerimos mientras deglutimos a su vez la sopa, no es de extrañar que la clave del batracio, es decir, la llave de la rana, se halle, precisamente, en el valle de Arán, la “realidad nacional con entidad propia”, según la nombra el propio Estatut, que más se lleva actualmente en esta piel de toro puesta a secar que algunos hemos dado en llamar con maña que no daña ni engaña, sino que, como mucho, empaña la caña que acompaña sin saña a la araña cuando se baña, E(s-x)paña.
Ángel Sáez García
Si denominamos “sapo” a ese asunto asqueroso que se posa solapadamente, viscoso, en nuestros labios (quienes hayan acabado de leer “La regenta”, de Leopoldo Alas, “Clarín”, sabrán de qué peroro y entenderán el paralelismo) o a esa novedad con bofetada aneja o tortazo incorporado, que asumimos, encajamos e/o ingerimos mientras deglutimos a su vez la sopa, no es de extrañar que la clave del batracio, es decir, la llave de la rana, se halle, precisamente, en el valle de Arán, la “realidad nacional con entidad propia”, según la nombra el propio Estatut, que más se lleva actualmente en esta piel de toro puesta a secar que algunos hemos dado en llamar con maña que no daña ni engaña, sino que, como mucho, empaña la caña que acompaña sin saña a la araña cuando se baña, E(s-x)paña.
Ángel Sáez García