Había una vez una cigarra que pasaba los días en la rama de un eucalipto leyendo a Saramago, cantando canciones de Paco Ibáñez y fumando petas, en otras palabras, luchando por un mundo más justo. Era un verano muy caluroso, como lo son todos los veranos desde que el cambio climático hizo su aparición por culpa del capitalismo. Muy cerca de allí, una hormiga tenia su casita excavada en la tierra, junto a la raíz más grande del árbol de la cigarra. La hormiga, en una actitud odiosamente egoísta, no hacia nada por cambiar la sociedad, sino que se pasaba los días recogiendo comida y guardándola, en su hormiguero para, según decía, poder alimentarse cuando llegará el crudo invierno.
El verano trascurrió en este estado de cosas: la cigarra concienciando al resto de los insectos de las bondades de la lucha revolucionaria y la hormiga acaparando bienes de consumo ajena a cualquier razonamiento solidario. Llegó el otoño y la hormiga seguía recogiendo comida de sol a sol mientras cantaba para entretenerse el Cara al ídem (esto último es lo que decía la cigarra al resto de animalitos para desprestigiarla, aunque en realidad, la hormiga no había cantado en su vida porque eso le parecía una mariconada). La despensa de la hormiga acaparadora e insolidaria estaba casi repleta, lo que le garantizaba que, por muy duro que fuera el invierno, no tendría que salir de casa a pasar frío para echarse algo a las mandíbulas.
Y llegó el invierno. Y fue mucho más frió que los anteriores, con grandes nevadas y fuertes ventisca. La cigarra se moría de frió y de hambre mientras lo odiosa hormiga pasaba lo días felizmente arrebujada junto al fuego de la chimenea comiendo de lo almacenado de los meses anteriores.
La situación era un ejemplo evidente de injusticia social. ¿Por qué tengo que pasar frío y hambre mientras esa fascista vive rodeada de lujos sin querer compartir sus bienes con los más desfavorecidos?, clamaba la cigarra desde su rama a todo el que la quería oír. Rápidamente, el caso de la cigarra se hizo popular entre los sectores más concienciados de la sociedad. Los movimientos solidarios de vanguardia organizaron manifestaciones a la puerta del hormiguero denunciando el egoísmo de la hormiga y las televisiones invitaron a la cigarra a sus programas para que contara su dura situación, agradada por el hecho de que su vecina la hormiga no se daba por aludida. Los telediarios se habrían con imágenes de la pobre cigarra muerta de hambre y tiritando de frío alternada con otra de la hormiga cómodamente instalada en su casa comiendo opíparamente. La opinión pública estaba escandalizada por el hecho del que capitalismo pudiera provocar situaciones tan injustas.
El gobierno, finalmente, decidió tomar carta en el asunto y elaboró una ley con carácter retroactivo que condenaba a todo aquel que no compartiera con los demás los frutos de su trabajo. A la hormiga le cayó una multa de campeonato y la obligaron a pagar una fuerte indemnización a la cigarra. La hormiga entonces tuvo que vender su casa, despensa incluida, para hacer frente a la multa y, a continuación, emigró a un paraíso fiscal. (Cereal, en este caso) donde tenía un modesto deposito en previsión de que las autoridades descubrieran sus avariciosos manejos.
La casa de la hormiga se convirtió en una comuna de cigarras que en cuestión de un par de semanas acabaron con la reserva alimenticia de la hormiga. Los telediarios dieron cuenta por aquellos días de las feliz noticia, mientras mostraban a la audiencia la felicidad de la cigarra a la que por fin se había tratado con justicia cuando se acabó la comida, la cigarra comenzaron a provocar altercados que producirían graves molestias al vecindario, el hormiguero quedo completamente destrozado por la falta de cuidados y unos días mas tarde la cigarra moría de una sobredosis. Por culpa de la sociedad, naturalmente.
Las organizaciones solidaria pidieron la dimisión del ministro del ramo y exigieron una comisión de investigación parlamentaria que depurara responsabilidades por el fallecimiento de la cigarra, símbolo de la revolución popular a favor de la justicia redistributiva. Hoy, la cigarra tiene un monumento cerca del hormiguero expropiado con un inscripción que reza: A la cigarra, luchadora por la libertad, cuya injusta muerte no pudimos evitar.
Pablo Molina
El verano trascurrió en este estado de cosas: la cigarra concienciando al resto de los insectos de las bondades de la lucha revolucionaria y la hormiga acaparando bienes de consumo ajena a cualquier razonamiento solidario. Llegó el otoño y la hormiga seguía recogiendo comida de sol a sol mientras cantaba para entretenerse el Cara al ídem (esto último es lo que decía la cigarra al resto de animalitos para desprestigiarla, aunque en realidad, la hormiga no había cantado en su vida porque eso le parecía una mariconada). La despensa de la hormiga acaparadora e insolidaria estaba casi repleta, lo que le garantizaba que, por muy duro que fuera el invierno, no tendría que salir de casa a pasar frío para echarse algo a las mandíbulas.
Y llegó el invierno. Y fue mucho más frió que los anteriores, con grandes nevadas y fuertes ventisca. La cigarra se moría de frió y de hambre mientras lo odiosa hormiga pasaba lo días felizmente arrebujada junto al fuego de la chimenea comiendo de lo almacenado de los meses anteriores.
La situación era un ejemplo evidente de injusticia social. ¿Por qué tengo que pasar frío y hambre mientras esa fascista vive rodeada de lujos sin querer compartir sus bienes con los más desfavorecidos?, clamaba la cigarra desde su rama a todo el que la quería oír. Rápidamente, el caso de la cigarra se hizo popular entre los sectores más concienciados de la sociedad. Los movimientos solidarios de vanguardia organizaron manifestaciones a la puerta del hormiguero denunciando el egoísmo de la hormiga y las televisiones invitaron a la cigarra a sus programas para que contara su dura situación, agradada por el hecho de que su vecina la hormiga no se daba por aludida. Los telediarios se habrían con imágenes de la pobre cigarra muerta de hambre y tiritando de frío alternada con otra de la hormiga cómodamente instalada en su casa comiendo opíparamente. La opinión pública estaba escandalizada por el hecho del que capitalismo pudiera provocar situaciones tan injustas.
El gobierno, finalmente, decidió tomar carta en el asunto y elaboró una ley con carácter retroactivo que condenaba a todo aquel que no compartiera con los demás los frutos de su trabajo. A la hormiga le cayó una multa de campeonato y la obligaron a pagar una fuerte indemnización a la cigarra. La hormiga entonces tuvo que vender su casa, despensa incluida, para hacer frente a la multa y, a continuación, emigró a un paraíso fiscal. (Cereal, en este caso) donde tenía un modesto deposito en previsión de que las autoridades descubrieran sus avariciosos manejos.
La casa de la hormiga se convirtió en una comuna de cigarras que en cuestión de un par de semanas acabaron con la reserva alimenticia de la hormiga. Los telediarios dieron cuenta por aquellos días de las feliz noticia, mientras mostraban a la audiencia la felicidad de la cigarra a la que por fin se había tratado con justicia cuando se acabó la comida, la cigarra comenzaron a provocar altercados que producirían graves molestias al vecindario, el hormiguero quedo completamente destrozado por la falta de cuidados y unos días mas tarde la cigarra moría de una sobredosis. Por culpa de la sociedad, naturalmente.
Las organizaciones solidaria pidieron la dimisión del ministro del ramo y exigieron una comisión de investigación parlamentaria que depurara responsabilidades por el fallecimiento de la cigarra, símbolo de la revolución popular a favor de la justicia redistributiva. Hoy, la cigarra tiene un monumento cerca del hormiguero expropiado con un inscripción que reza: A la cigarra, luchadora por la libertad, cuya injusta muerte no pudimos evitar.
Pablo Molina
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