Esa roca pelada, emergida de las entrañas del Estrecho, sigue siendo el testimonio más bochornoso del fracaso de los sucesivos gobiernos españoles, durantes los tres últimos siglos de la historia de España. Cuando el Reino Unido parecía dispuesto a devolver sus latrocinios en todo el mundo, los 30.000 habitantes de etnias distintas que lo ocupan no quieren ser españoles. Y reivindican, como morada propia, los aproximadamente 7 kilómetros cuadrados de la Roca. España, por el “Tratado de Utrech”, sólo cedió el castillo y el recinto murado, pero los ingleses se fueron adueñando poco a poco del Peñón y de la “tierra neutral”, donde construyeron un aeropuerto militar. Nadie protestó, ni siquiera el valiente Caudillo español, que lo único que hizo fue cerrar la verja a los linenses.
Y continúa la última colonia de Europa en pleno siglo XXI. El argumento que aducen estos moradores es que Gibraltar ha estado más tiempo bajo soberanía británica -1704 a 2009- que bajo soberanía española -1462 a 1704-. Es decir, que si robo su casa recién hecha, al año tengo más derecho que usted, porque he permanecido más tiempo en ella. El argumento es cavernícola, porque España, antes de 1462, no existía; existía Castilla, que incorporó Gibraltar a principios del siglo XVI. Con esa vara de medir, habría que devolver medio mundo a los imperialismos históricos.
Gibraltar está en la mente de los andaluces como algo propio. A pesar de los avatares históricos y de los errores políticos, los habitantes del sur del Sur -Cádiz y Málaga- seguimos vinculados a ese apéndice calcáreo, lo visitamos, lo vivimos y lo fotografiamos como algo nuestro. Y, para más INRI, cada cierto tiempo, un representante de la Corona inglesa nos visita para recordarnos que aquello sigue siendo británico. Ahora han ganado al mar varias millas de aguas españolas y los “yanitos” aspiran a ser soberanos, porque los políticos de la España del siglo XXI parecen accesibles al compadreo de tratantes dispuestos a repartir la piel de toro.
Cuando vivía en el Campo de Gibraltar, un amigo me habló de una novela que estaba escribiendo, en la que los “yanitos”, con ayuda de los ingleses, trataron de llevarse el Peñón a los mares del Norte. Cuando casi lo habían conseguido, la Roca se escapó y se vino de nuevo a la bahía de Algeciras. Las añoranzas del Sur pudieron más que las osadías “yanitas”, pero la Roca sigue soportando todas las fantasías.
El Peñón no es tan macizo como aparenta. Lo ahuecaron los hombres prehistóricos para habitarlo: cavernas, túneles y galerías se suceden en un enmarañado laberinto. Más de 300 cuevas, muchas de ellas naturales, fueron utilizadas por los neanderthales que huían de las glaciaciones y se venían a invernar. Después hubo un cambio climático, subieron las temperaturas y llegaron los de Cromagnon para veranear. Siguieron horadando el monte y nos dejaron sus esqueletos para constancia de su presencia en el Peñón. Fenicios, griegos, romanos, visigodos y árabes llegaron más tarde, con la acogida espléndida de los andaluces. Los últimos fueron los “yanitos” (con “y” griega tal como lo pronuncian ellos), que, sin raíces, quieren hacerse fuertes en la Roca con la protección militar inglesa. Los andaluces siempre hemos practicado la política de la generosa hospitalidad. De ahí que recibiéramos todas las culturas y razas, asumiéndolas y enriqueciéndolas con “lo andaluz”. Pero tenemos claro el contorno de España, aunque los nubarrones que bajan de las autonomías del Norte tratan de desdibujarlo.
JUAN LEIVA
Y continúa la última colonia de Europa en pleno siglo XXI. El argumento que aducen estos moradores es que Gibraltar ha estado más tiempo bajo soberanía británica -1704 a 2009- que bajo soberanía española -1462 a 1704-. Es decir, que si robo su casa recién hecha, al año tengo más derecho que usted, porque he permanecido más tiempo en ella. El argumento es cavernícola, porque España, antes de 1462, no existía; existía Castilla, que incorporó Gibraltar a principios del siglo XVI. Con esa vara de medir, habría que devolver medio mundo a los imperialismos históricos.
Gibraltar está en la mente de los andaluces como algo propio. A pesar de los avatares históricos y de los errores políticos, los habitantes del sur del Sur -Cádiz y Málaga- seguimos vinculados a ese apéndice calcáreo, lo visitamos, lo vivimos y lo fotografiamos como algo nuestro. Y, para más INRI, cada cierto tiempo, un representante de la Corona inglesa nos visita para recordarnos que aquello sigue siendo británico. Ahora han ganado al mar varias millas de aguas españolas y los “yanitos” aspiran a ser soberanos, porque los políticos de la España del siglo XXI parecen accesibles al compadreo de tratantes dispuestos a repartir la piel de toro.
Cuando vivía en el Campo de Gibraltar, un amigo me habló de una novela que estaba escribiendo, en la que los “yanitos”, con ayuda de los ingleses, trataron de llevarse el Peñón a los mares del Norte. Cuando casi lo habían conseguido, la Roca se escapó y se vino de nuevo a la bahía de Algeciras. Las añoranzas del Sur pudieron más que las osadías “yanitas”, pero la Roca sigue soportando todas las fantasías.
El Peñón no es tan macizo como aparenta. Lo ahuecaron los hombres prehistóricos para habitarlo: cavernas, túneles y galerías se suceden en un enmarañado laberinto. Más de 300 cuevas, muchas de ellas naturales, fueron utilizadas por los neanderthales que huían de las glaciaciones y se venían a invernar. Después hubo un cambio climático, subieron las temperaturas y llegaron los de Cromagnon para veranear. Siguieron horadando el monte y nos dejaron sus esqueletos para constancia de su presencia en el Peñón. Fenicios, griegos, romanos, visigodos y árabes llegaron más tarde, con la acogida espléndida de los andaluces. Los últimos fueron los “yanitos” (con “y” griega tal como lo pronuncian ellos), que, sin raíces, quieren hacerse fuertes en la Roca con la protección militar inglesa. Los andaluces siempre hemos practicado la política de la generosa hospitalidad. De ahí que recibiéramos todas las culturas y razas, asumiéndolas y enriqueciéndolas con “lo andaluz”. Pero tenemos claro el contorno de España, aunque los nubarrones que bajan de las autonomías del Norte tratan de desdibujarlo.
JUAN LEIVA
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