No es fácil explicar cómo en esta España injusta y mal gobernada no ha estallado todavía la ira de los ciudadanos contra la casta política. Sin embargo, el fenómeno tiene una explicación fácil: en España escasean los ciudadanos y abundan los esclavos.
Decía Aristóteles al comienzo de su Política: “no todos los hombres libres lo son por naturaleza, ni todos los esclavos lo son por naturaleza”. Aristóteles concebía al ciudadano como ejemplo de hombre completo y maduro por su capacidad de ser libre, de vigilar la marcha de la comunidad, de participar en sus decisiones, por su obediencia a las leyes, por la defensa de sus derechos y por su capacidad de juzgar y debatir con parsimonia y y sin juicios preconcebidos, todo lo contrario de lo que hoy es un militante de base radicalizado de uno de nuestros partidos políticos.
Los rígidos criterios aristotélicos nos recuerdan que hay gente en nuestras sociedades a la que le gusta ser esclava, que disfrutan siendo ovejas sometidas y que sienten terror a vivir sin pastores. Esa gente, a la que no podemos llamar "ciudadanos" porque son el lado opuesto de la ciudadanía libre y autónoma, es la que sigue otorgando su voto a partidos políticos que han demostrado hasta el cansancio que son corruptos, indignos e injustos, prolongando la agonía de un sistema basado en el abuso de poder y la constante violación de la democracia. Esos esclavos serán siempre los aliados de los tiranos y la peor rémora para la libertad y el verdadero progreso humano.
Desgraciadamente, cuando hablamos de esclavos en la actualidad no nos referimos a reductos pequeños y aislados, sino a grandes masas, a enormes bolsas de gente que no entiende la política o que la vive como una pasión ciega, apoyando a los suyos contra viento y marea, hagan lo que hagan, y odiando al adversario "hasta la muerte". En España, a juzgar por el resultado de las elecciones, son no menos de 20 millones.
Para ese tipo de esclavos están diseñadas campañas electorales como la que condujo a Rajoy hasta la Moncloa, en la que cumplir las promesas no tiene importancia. Los políticos dan por supuesto que los ciudadanos son imbéciles y que votarán siempre a "los suyos" y realizan las campañas no con el rigor que exigen la ciudadanía y la democracia, sino al gusto de las élites de los partidos políticos, que son las que deciden, las que tienen el poder de incluirlos o excluirlos de las listas electorales, las puertas del poder y del privilegio.
Esos aliados de los tiranos, oligarcas y demás enemigos de la libertad consideran sensatas las actuales campañas políticas, basadas en el engaño y el incumplimiento de las promesas. De tales ciudadanos decía Aristóteles que confunden la casa con la ciudad, y el gobierno doméstico con el gobierno político, pues “el gobierno doméstico es una monarquía ( ya que toda casa es gobernada por uno solo ), mientras que el gobierno político es de libres e iguales”.
En España existe un test infalible para medir si se tiene o no espíritu de ciudadano. Basta con mirar si uno se siente a gusto con la política degenerada que existe. Si te gusta, si militas en un partido y estás a gusto en la gran pocilga, tienes alma de esclavo o, por lo menos, tienes un gran riesgo de llegar a serlo con plenitud. Si no te sientes a gusto y, sobre todo, si sientes asco y estás indignado ante tanto abuso, injusticia, torpeza y arrogancia del poder, todavía hay esperanza y puedes convertirte en un ciudadano exigente, cumplidor, responsable, con capacidad de autogobierno y celoso de su libertad.
Existe otro test, más universal y también infalible: hay que reflexionar y ver si uno se siente incómodo siendo libre, si se experimenta rechazo a la libertad. Si existe alguna aversión, uno está perdido, pero si existe orgullo de ser libres y se asumen con optimismo los indudables riesgos de la libertad, entonces uno puede tener la esperanza de llegar a ser algún día un auténtico ciudadano.
Francisco Rubiales
Decía Aristóteles al comienzo de su Política: “no todos los hombres libres lo son por naturaleza, ni todos los esclavos lo son por naturaleza”. Aristóteles concebía al ciudadano como ejemplo de hombre completo y maduro por su capacidad de ser libre, de vigilar la marcha de la comunidad, de participar en sus decisiones, por su obediencia a las leyes, por la defensa de sus derechos y por su capacidad de juzgar y debatir con parsimonia y y sin juicios preconcebidos, todo lo contrario de lo que hoy es un militante de base radicalizado de uno de nuestros partidos políticos.
Los rígidos criterios aristotélicos nos recuerdan que hay gente en nuestras sociedades a la que le gusta ser esclava, que disfrutan siendo ovejas sometidas y que sienten terror a vivir sin pastores. Esa gente, a la que no podemos llamar "ciudadanos" porque son el lado opuesto de la ciudadanía libre y autónoma, es la que sigue otorgando su voto a partidos políticos que han demostrado hasta el cansancio que son corruptos, indignos e injustos, prolongando la agonía de un sistema basado en el abuso de poder y la constante violación de la democracia. Esos esclavos serán siempre los aliados de los tiranos y la peor rémora para la libertad y el verdadero progreso humano.
Desgraciadamente, cuando hablamos de esclavos en la actualidad no nos referimos a reductos pequeños y aislados, sino a grandes masas, a enormes bolsas de gente que no entiende la política o que la vive como una pasión ciega, apoyando a los suyos contra viento y marea, hagan lo que hagan, y odiando al adversario "hasta la muerte". En España, a juzgar por el resultado de las elecciones, son no menos de 20 millones.
Para ese tipo de esclavos están diseñadas campañas electorales como la que condujo a Rajoy hasta la Moncloa, en la que cumplir las promesas no tiene importancia. Los políticos dan por supuesto que los ciudadanos son imbéciles y que votarán siempre a "los suyos" y realizan las campañas no con el rigor que exigen la ciudadanía y la democracia, sino al gusto de las élites de los partidos políticos, que son las que deciden, las que tienen el poder de incluirlos o excluirlos de las listas electorales, las puertas del poder y del privilegio.
Esos aliados de los tiranos, oligarcas y demás enemigos de la libertad consideran sensatas las actuales campañas políticas, basadas en el engaño y el incumplimiento de las promesas. De tales ciudadanos decía Aristóteles que confunden la casa con la ciudad, y el gobierno doméstico con el gobierno político, pues “el gobierno doméstico es una monarquía ( ya que toda casa es gobernada por uno solo ), mientras que el gobierno político es de libres e iguales”.
En España existe un test infalible para medir si se tiene o no espíritu de ciudadano. Basta con mirar si uno se siente a gusto con la política degenerada que existe. Si te gusta, si militas en un partido y estás a gusto en la gran pocilga, tienes alma de esclavo o, por lo menos, tienes un gran riesgo de llegar a serlo con plenitud. Si no te sientes a gusto y, sobre todo, si sientes asco y estás indignado ante tanto abuso, injusticia, torpeza y arrogancia del poder, todavía hay esperanza y puedes convertirte en un ciudadano exigente, cumplidor, responsable, con capacidad de autogobierno y celoso de su libertad.
Existe otro test, más universal y también infalible: hay que reflexionar y ver si uno se siente incómodo siendo libre, si se experimenta rechazo a la libertad. Si existe alguna aversión, uno está perdido, pero si existe orgullo de ser libres y se asumen con optimismo los indudables riesgos de la libertad, entonces uno puede tener la esperanza de llegar a ser algún día un auténtico ciudadano.
Francisco Rubiales
Comentarios: