Hace 30 años, cuando fue derribado el Muro de Berlín, todos lo interpretamos como un triunfo de la democracia frente a la tiranía comunista, pero pronto descubrimos que aquella democracia vencedora que parecía ser nuestra aliada era un espejismo que escondía casi tantos vicios y carencias como el derrotado régimen soviético: demasiado poder para las élites políticas, desprecio al pueblo, impunidad de los que mandan, injusticia, corrupción, desigualdad, etc..
Hoy, a 30 años de distancia del muro berlinés derribado, somos ya muchos los que estamos convencidos de que la democracia, tras haber sido envilecida y trucada por los políticos, nos es hostil y que los partidos y sus miembros son más el problema que la solución. Tan sólo hay una delgada línea que nos separa de la barbarie y la democracia, en manos de sátrapas e indeseables, no es capaz de guardar esa frontera. Los dirigentes de los pueblos se deslizan fácilmente hacia la tiranía y el abuso. Ahí están para demostrarlo Nicolás Maduro, Raul Castro, Donald Trump, Daniel Ortega, Evo Morales, Pedro Sánchez y el enano gordo de Corea del Norte, entre otros muchos.
La democracia dista mucho de ser una bendición. Fue diseñada como un sistema lleno de cautelas, frenos, leyes y contrapesos para limitar y contener los poderes de los gobiernos, que siempre tienden a crecer desmesura y desordenadamente, pero los políticos se han encargado de dinamitar todos los frenos, controles y límites del sistema, permitiendo que la caza sea libre y que el sistema soporte la corrupción, el expolio, la arbitrariedad, la injusticia, el saqueo, la explotación de los ciudadanos, la impunidad del poder y hasta la violencia.
La democracia fracasa en casi todo el mundo. La libertad política siempre está en riesgo y la violencia está presente en nuestras vidas, sin que el sistema sepa defendernos y menos empujarnos hacia la concordia y la convivencia en armonía. Los políticos están asesinando el paraíso y España es una buena prueba de ello.
Los españoles votamos hoy en una España amenazada por la desmembración y la ruina económica, dos catástrofes que debemos a los malos gobernantes. Es probable que gane un partido con un historial que se asemeja más al de una organización para delinquir que al de una herramienta para el buen gobierno. Su balance es sobrecogedor, desde haber provocado la guerra civil de 1936 a haber saqueado las reservas de oro del bando de España, sin olvidar decenas de miles de millones de euros robados al erario público, saqueo de cajas de ahorros, estafas, cesiones cobardes ante el independentismo, una corrupción escalofriante, clientelismo y un mal gobierno que ha conducido a España hasta el borde de la ruptura como nación, la ruina y el fracaso.
No se trata de demonizar a la izquierda porque la vieja derecha, representada por el PP, no es mejor y su historia es también un verdadero drama para España.
Si conseguir que nos gobiernen unos tipos peligrosos y cargados de fracasos y abusos es el fruto de la democracia en España, entonces está claro que la democracia es hostil y merece que el muro que ha construido entre las élites que mandan y el pueblo que soporta el yugo sea derribado como también lo fue, hace 30 años, el Muro de Berlín.
Algunos teóricos afirman que el drama de la democracia prostituida tiene salida cuando se abren las urnas, si el pueblo votara por los mejores en lugar de por los peores, pero eso es una falacia porque el pueblo ha sido previamente adoctrinado, comprado, engañado, desinformado y envilecido, hasta hacerlo incapaz de saber distinguir entre los canallas y los que no lo son. La clase política, borracha de privilegios y siempre sedienta de poder, se ha encargado de envilecer el sistema, hasta el punto de que los medios de comunicación, en gran parte comprados y sometidos al poder, son máquinas sectarias de manipular y ya no cumplen su vital misión de informar a los ciudadanos con verdad y decencia.
La democracia, cuando está envilecida, como ocurre en España, se convierte en una terrible y siniestra fábrica de injusticia, abuso e imbéciles corrompidos.
Francisco Rubiales
Hoy, a 30 años de distancia del muro berlinés derribado, somos ya muchos los que estamos convencidos de que la democracia, tras haber sido envilecida y trucada por los políticos, nos es hostil y que los partidos y sus miembros son más el problema que la solución. Tan sólo hay una delgada línea que nos separa de la barbarie y la democracia, en manos de sátrapas e indeseables, no es capaz de guardar esa frontera. Los dirigentes de los pueblos se deslizan fácilmente hacia la tiranía y el abuso. Ahí están para demostrarlo Nicolás Maduro, Raul Castro, Donald Trump, Daniel Ortega, Evo Morales, Pedro Sánchez y el enano gordo de Corea del Norte, entre otros muchos.
La democracia dista mucho de ser una bendición. Fue diseñada como un sistema lleno de cautelas, frenos, leyes y contrapesos para limitar y contener los poderes de los gobiernos, que siempre tienden a crecer desmesura y desordenadamente, pero los políticos se han encargado de dinamitar todos los frenos, controles y límites del sistema, permitiendo que la caza sea libre y que el sistema soporte la corrupción, el expolio, la arbitrariedad, la injusticia, el saqueo, la explotación de los ciudadanos, la impunidad del poder y hasta la violencia.
La democracia fracasa en casi todo el mundo. La libertad política siempre está en riesgo y la violencia está presente en nuestras vidas, sin que el sistema sepa defendernos y menos empujarnos hacia la concordia y la convivencia en armonía. Los políticos están asesinando el paraíso y España es una buena prueba de ello.
Los españoles votamos hoy en una España amenazada por la desmembración y la ruina económica, dos catástrofes que debemos a los malos gobernantes. Es probable que gane un partido con un historial que se asemeja más al de una organización para delinquir que al de una herramienta para el buen gobierno. Su balance es sobrecogedor, desde haber provocado la guerra civil de 1936 a haber saqueado las reservas de oro del bando de España, sin olvidar decenas de miles de millones de euros robados al erario público, saqueo de cajas de ahorros, estafas, cesiones cobardes ante el independentismo, una corrupción escalofriante, clientelismo y un mal gobierno que ha conducido a España hasta el borde de la ruptura como nación, la ruina y el fracaso.
No se trata de demonizar a la izquierda porque la vieja derecha, representada por el PP, no es mejor y su historia es también un verdadero drama para España.
Si conseguir que nos gobiernen unos tipos peligrosos y cargados de fracasos y abusos es el fruto de la democracia en España, entonces está claro que la democracia es hostil y merece que el muro que ha construido entre las élites que mandan y el pueblo que soporta el yugo sea derribado como también lo fue, hace 30 años, el Muro de Berlín.
Algunos teóricos afirman que el drama de la democracia prostituida tiene salida cuando se abren las urnas, si el pueblo votara por los mejores en lugar de por los peores, pero eso es una falacia porque el pueblo ha sido previamente adoctrinado, comprado, engañado, desinformado y envilecido, hasta hacerlo incapaz de saber distinguir entre los canallas y los que no lo son. La clase política, borracha de privilegios y siempre sedienta de poder, se ha encargado de envilecer el sistema, hasta el punto de que los medios de comunicación, en gran parte comprados y sometidos al poder, son máquinas sectarias de manipular y ya no cumplen su vital misión de informar a los ciudadanos con verdad y decencia.
La democracia, cuando está envilecida, como ocurre en España, se convierte en una terrible y siniestra fábrica de injusticia, abuso e imbéciles corrompidos.
Francisco Rubiales
Comentarios: