Ni la fuga de empresas, ni la salida a las calles de los catalanes contrarios a la independencia, ni siquiera la rendición de los independentistas, si se produjera, podrán solucionar el conflicto de los sentimientos, ese odio profundo que distancia a las comunidades humanas y destroza la convivencia.
La experiencia histórica demuestra que después de un estallido de odio como el que vive Cataluña, siempre quedará un malestar y un rencor difíciles de superar. Erradicar el odio es tan difícil como eliminar los ácaros o limpiar una tierra contaminada por la radiación. Siempre cuesta esfuerzos enormes y la contaminación seguirá impregnando a varias generaciones.
No es solo un asunto de diferencias políticas, económicas, sociales, territoriales o de soberanía porque detrás de esos conflictos visibles están los invisibles: racismo, xenofobia, incluso de odio entre pueblos hermanos que han convivido durante más de 500 años.
Las empresas se irán y la economía entrará en declive, pase lo que pase. La pobreza entrará en escena y sus efectos laborales y anímicos harán más profundos los odios y rencores, en una y otra orilla. Los extremistas culparán del retroceso a los españoles, ignorando que ellos mismos se arrojaron a la hoguera.
La fractura será de sentimientos, mucho más grave que la económica y más difícil de erradicar, y el daño causado por los secesionistas será irreparable y sin precio. No es fácil superar la actual situación. Se ha llegado muy lejos, unos por odio, osadía y ambición y otros por desidia, cobardía e incumplimiento de los deberes de gobierno.
Todos han ignorado la Constitución y lo han hecho durante décadas. Y eso se paga caro.
Los independentistas, situados ya en un callejón sin salida, irán a por todas, sin renunciar a nada. Saben que su única arma es la movilización de sus masas fanatizadas y saben también que soltar a la bestia es siempre peligroso. El gobierno y los partidos constitucionalistas tampoco pueden retroceder porque los ciudadanos los barrerían del mapa si no defienden la nación, como es su deber.
Hoy es el "Dia de la Independencia" para unos y el "Día del mazo" para otros.
Que Dios se apiade de España.
Francisco Rubiales
La experiencia histórica demuestra que después de un estallido de odio como el que vive Cataluña, siempre quedará un malestar y un rencor difíciles de superar. Erradicar el odio es tan difícil como eliminar los ácaros o limpiar una tierra contaminada por la radiación. Siempre cuesta esfuerzos enormes y la contaminación seguirá impregnando a varias generaciones.
No es solo un asunto de diferencias políticas, económicas, sociales, territoriales o de soberanía porque detrás de esos conflictos visibles están los invisibles: racismo, xenofobia, incluso de odio entre pueblos hermanos que han convivido durante más de 500 años.
Las empresas se irán y la economía entrará en declive, pase lo que pase. La pobreza entrará en escena y sus efectos laborales y anímicos harán más profundos los odios y rencores, en una y otra orilla. Los extremistas culparán del retroceso a los españoles, ignorando que ellos mismos se arrojaron a la hoguera.
La fractura será de sentimientos, mucho más grave que la económica y más difícil de erradicar, y el daño causado por los secesionistas será irreparable y sin precio. No es fácil superar la actual situación. Se ha llegado muy lejos, unos por odio, osadía y ambición y otros por desidia, cobardía e incumplimiento de los deberes de gobierno.
Todos han ignorado la Constitución y lo han hecho durante décadas. Y eso se paga caro.
Los independentistas, situados ya en un callejón sin salida, irán a por todas, sin renunciar a nada. Saben que su única arma es la movilización de sus masas fanatizadas y saben también que soltar a la bestia es siempre peligroso. El gobierno y los partidos constitucionalistas tampoco pueden retroceder porque los ciudadanos los barrerían del mapa si no defienden la nación, como es su deber.
Hoy es el "Dia de la Independencia" para unos y el "Día del mazo" para otros.
Que Dios se apiade de España.
Francisco Rubiales
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