En España ya no amanece porque los nubarrones cubren la luz del sol y la oscuridad empieza en la mañana, no en el atardecer, como en el pasado.
Aquella estrofa del "Cara al sol" que decía "En España empieza a amanecer" encandiló a muchos jóvenes de aquella generación desgraciada de los años treinta del pasado siglo que derramó su sangre en las trincheras de la guerra civil. Es probable que el sueño de que en España volviera a amanecer le diera la victoria a los nacionales, tanto o más que la ayuda que recibieron de Alemania e Italia. Como hoy, aquellas generaciones de españoles estaban asqueados de la política degradada, del odio que se respiraba en el Congreso, de la incapacidad para ponerse de acuerdo entre los partidos, del egoísmo canalla de las clase política y de la utilización del pueblo como rehén de un bando y otro.
Las urnas son necesarias, pero no suficientes en democracia. En el mundo occidental se mitifica la palabra «elecciones». Es cierto que sin ellas no hay sociedad libre ni democracia posible, pero celebrarlas tampoco garantiza nada y la España actual es uno de los mejores ejemplos de que cuando una democracia se reduce a elegir a los que mandan, el país se pudre y muere.
Además de urnas, la democracia necesita ilusión de los ciudadanos, solvencia y prestigio en el liderazgo, una fuerte armadura moral de la sociedad, leyes justas e iguales para todos y mucha generosidad y ejemplaridad en las clases dirigentes, valores y rasgos que en España están ausentes, lo que genera nubarrones de la corrupción, división, odio y la bajeza que pudre la nación.
He escuchado a muchos criticar al pueblo norteamericano por haber elegido como presidente al energúmeno Donal Trump, pero aquella elección fue un acto de valentía rebelde y de reacción ciudadana de rebeldía contra una forma corrupta, decadente y mentirosa de hacer política, representada por el dúo Obama-Hillary Clinton, donde se hacían muchas promesas que jamas se cumplían.
En España es difícil que ocurra algo semejante porque los poderosos partidos han logrado hacer de los ciudadanos una masa amorfa de borregos que votan a sus partidos siempre, aunque hayan demostrado que son indignos, torpes y corruptos.
A España la están pudriendo sus políticos, que han dejado de ser ejemplares y de cultivar los valores para convertirse en fuente de corrupción, degeneración y podredumbre. Son partidos que han atravesado tantas veces la línea roja, anteponiendo sus propios intereses al bien común, que ya no encuentran el camino de retorno y se han convertido en irrecuperables para la decencia y la democracia. Son partidos que si existiera una Justicia independiente y valiente, habrían sido ya precintados por acumulación de delitos y por comportarse como asociaciones de malhechores que burlan al fisco, roban, protegen a sus delincuentes, acaparan privilegios, olvidan a los ciudadanos, acaparan poder y se olvidan de que la política es servicio, ejemplaridad y generosidad.
Las nubes de las puertas giratorias, las comisiones, los cohechos, la corrupción en todas sus facetas, el amiguismo, el nepotismo, el despilfarro, el gigantismo del Estado, el desprecio al ciudadano, la antidemocracia, la manipulación de la información y otras muchas lacras oscurecen el cielo, impiden que el sol oree la nación e introducen los gérmenes que aceleran la podredumbre de España.
Los españoles, enfermos de cobardía y ceguera, no se dan cuenta de la tragedia que padecen, pero eligen cada vez que se abren las urnas a sus verdugos y a los que están destruyendo su nación.
En España necesitamos un amanecer, pero nuestra tragedia es que para que amanezca habrá que lograr una verdadera revolución, no necesariamente violenta y sangrientamente, aunque sí drástica y tan profunda que acabe con la actual político e inaugure una verdadera democracia de hombres y mujeres libres y de líderes que apuesten por el servicio y el valor en lugar de abrazar la corrupción, el añoso y la más brutal injusticia.
Francisco Rubiales
Aquella estrofa del "Cara al sol" que decía "En España empieza a amanecer" encandiló a muchos jóvenes de aquella generación desgraciada de los años treinta del pasado siglo que derramó su sangre en las trincheras de la guerra civil. Es probable que el sueño de que en España volviera a amanecer le diera la victoria a los nacionales, tanto o más que la ayuda que recibieron de Alemania e Italia. Como hoy, aquellas generaciones de españoles estaban asqueados de la política degradada, del odio que se respiraba en el Congreso, de la incapacidad para ponerse de acuerdo entre los partidos, del egoísmo canalla de las clase política y de la utilización del pueblo como rehén de un bando y otro.
Las urnas son necesarias, pero no suficientes en democracia. En el mundo occidental se mitifica la palabra «elecciones». Es cierto que sin ellas no hay sociedad libre ni democracia posible, pero celebrarlas tampoco garantiza nada y la España actual es uno de los mejores ejemplos de que cuando una democracia se reduce a elegir a los que mandan, el país se pudre y muere.
Además de urnas, la democracia necesita ilusión de los ciudadanos, solvencia y prestigio en el liderazgo, una fuerte armadura moral de la sociedad, leyes justas e iguales para todos y mucha generosidad y ejemplaridad en las clases dirigentes, valores y rasgos que en España están ausentes, lo que genera nubarrones de la corrupción, división, odio y la bajeza que pudre la nación.
He escuchado a muchos criticar al pueblo norteamericano por haber elegido como presidente al energúmeno Donal Trump, pero aquella elección fue un acto de valentía rebelde y de reacción ciudadana de rebeldía contra una forma corrupta, decadente y mentirosa de hacer política, representada por el dúo Obama-Hillary Clinton, donde se hacían muchas promesas que jamas se cumplían.
En España es difícil que ocurra algo semejante porque los poderosos partidos han logrado hacer de los ciudadanos una masa amorfa de borregos que votan a sus partidos siempre, aunque hayan demostrado que son indignos, torpes y corruptos.
A España la están pudriendo sus políticos, que han dejado de ser ejemplares y de cultivar los valores para convertirse en fuente de corrupción, degeneración y podredumbre. Son partidos que han atravesado tantas veces la línea roja, anteponiendo sus propios intereses al bien común, que ya no encuentran el camino de retorno y se han convertido en irrecuperables para la decencia y la democracia. Son partidos que si existiera una Justicia independiente y valiente, habrían sido ya precintados por acumulación de delitos y por comportarse como asociaciones de malhechores que burlan al fisco, roban, protegen a sus delincuentes, acaparan privilegios, olvidan a los ciudadanos, acaparan poder y se olvidan de que la política es servicio, ejemplaridad y generosidad.
Las nubes de las puertas giratorias, las comisiones, los cohechos, la corrupción en todas sus facetas, el amiguismo, el nepotismo, el despilfarro, el gigantismo del Estado, el desprecio al ciudadano, la antidemocracia, la manipulación de la información y otras muchas lacras oscurecen el cielo, impiden que el sol oree la nación e introducen los gérmenes que aceleran la podredumbre de España.
Los españoles, enfermos de cobardía y ceguera, no se dan cuenta de la tragedia que padecen, pero eligen cada vez que se abren las urnas a sus verdugos y a los que están destruyendo su nación.
En España necesitamos un amanecer, pero nuestra tragedia es que para que amanezca habrá que lograr una verdadera revolución, no necesariamente violenta y sangrientamente, aunque sí drástica y tan profunda que acabe con la actual político e inaugure una verdadera democracia de hombres y mujeres libres y de líderes que apuesten por el servicio y el valor en lugar de abrazar la corrupción, el añoso y la más brutal injusticia.
Francisco Rubiales
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