Numerosas asociaciones y ciudadanos han pedido al PP y VOX que investiguen si hubo pucherazo en las elecciones generales de julio, reflejando así las grandes sospechas que existen en España.
En democracia, la opinión pública tiene un peso decisivo y lo que la opinión pública cree siempre es importante. Por eso, lo grave de la polémica sobre si hubo o no pucherazo en las elecciones del 23 de julio de 2023 es que por lo menos media España cree que Pedro Sánchez hizo trampas y con la ayuda de sus amigos colocados en Indra y Correos, falseo los resultados para poder seguir gobernando.
Los indicios de fraude son numerosos. El activista Alvise Pérez ha publicado que los servicios de inteligencia de Francia y Alemania tienen pruebas de que Sánchez hizo fraude en las elecciones generales del 23 de julio.
Los expertos sociólogos afirman que es casi imposible que pocas semanas después de la inmensa derrota sufrida por el socialismo en las elecciones autonómicas y municipales de mayo, obtuviera los resultados del 23 de julio, diametralmente opuestos, en la que un Sánchez acorralado y desprestigiado salvó sorprendentemente los muebles.
Los que investigan el posible fraude centran sus sospechas en los votos por Correo, sin custodia policial y fácilmente alterables, y en los procesos informáticos que controla la empresa INDRA, donde, a través de los algoritmos, pueden asignarse diputados a un partido sin que se note ese fraude.
Otro indicio es que Pedro Sánchez controla de hecho todos los resortes del proceso de escrutinio, tras haber colocado a servidores suyos en los lugares claves. Los que sospechan dicen que cuando se coloca a amigos incondicionales en determinados puestos claves es para que actúen.
Hay expertos que afirman que, aunque no hay pruebas definitivas, es posible y probable que hayan deslizado, desde la derecha a la izquierda, en torno a una veintena de diputados, los suficientes para que la derecha no pudiera gobernar y para que Sánchez pudiera reeditar su gobierno Frankenstein, esa deplorable amalgama de socialistas, comunistas, golpistas y amigos del terrorismo manchados de sangre, todos unidos por la ambición, la codicia y el odio a España.
Quizás nunca sepamos si las elecciones del 23 de julio fueron limpias o envueltas en la suciedad del sanchismo, pero sí podemos constatar que el ambiente en el que se desarrollaron esas elecciones estuvo alterado por la mentira, la sospecha y la desconfianza del pueblo en su máximo dirigente, al que muchas califican de embaucador y personaje insaciable de ambición y falsedad.
Francisco Rubiales
Los indicios de fraude son numerosos. El activista Alvise Pérez ha publicado que los servicios de inteligencia de Francia y Alemania tienen pruebas de que Sánchez hizo fraude en las elecciones generales del 23 de julio.
Los expertos sociólogos afirman que es casi imposible que pocas semanas después de la inmensa derrota sufrida por el socialismo en las elecciones autonómicas y municipales de mayo, obtuviera los resultados del 23 de julio, diametralmente opuestos, en la que un Sánchez acorralado y desprestigiado salvó sorprendentemente los muebles.
Los que investigan el posible fraude centran sus sospechas en los votos por Correo, sin custodia policial y fácilmente alterables, y en los procesos informáticos que controla la empresa INDRA, donde, a través de los algoritmos, pueden asignarse diputados a un partido sin que se note ese fraude.
Otro indicio es que Pedro Sánchez controla de hecho todos los resortes del proceso de escrutinio, tras haber colocado a servidores suyos en los lugares claves. Los que sospechan dicen que cuando se coloca a amigos incondicionales en determinados puestos claves es para que actúen.
Hay expertos que afirman que, aunque no hay pruebas definitivas, es posible y probable que hayan deslizado, desde la derecha a la izquierda, en torno a una veintena de diputados, los suficientes para que la derecha no pudiera gobernar y para que Sánchez pudiera reeditar su gobierno Frankenstein, esa deplorable amalgama de socialistas, comunistas, golpistas y amigos del terrorismo manchados de sangre, todos unidos por la ambición, la codicia y el odio a España.
Quizás nunca sepamos si las elecciones del 23 de julio fueron limpias o envueltas en la suciedad del sanchismo, pero sí podemos constatar que el ambiente en el que se desarrollaron esas elecciones estuvo alterado por la mentira, la sospecha y la desconfianza del pueblo en su máximo dirigente, al que muchas califican de embaucador y personaje insaciable de ambición y falsedad.
Francisco Rubiales
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