Habíamos previsto que el conflicto causaría daños profundos en Cataluña y que los efectos de la fractura social duraran décadas, pero la realidad está superando las previsiones porque el odio ha entrado en escena y eso provoca que los daños sean más intensos de lo esperado y que se produzcan a velocidad de vértigo. El deterioro ha empezado a envenenar la vida de los españoles y a notarse en numerosos escenarios: Europa, Bélgica, donde puede provocar una crisis de gobierno, la política, el fútbol, el turismo, la religión, la vida empresarial, el periodismo, la distribución de la riqueza y el desarrollo de la economía, que se está frenando, mientras el miedo y la desconfianza crecen cada día.
El totalitarismo de corte nazi se abre camino, como un veneno mortal, en las filas independentistas, donde crecen el racismo, el odio, el desprecio, los deseos de venganza y hasta germinan alianzas peligrosas con grupos extremistas e influenciados por el terrorismo, dispuestos a utilizar la violencia y hasta la sangre en la defensa e sus tesis. La batalla verbal se encona y, al menos en el terreno de las palabras y los insultos, se traspasan ya las líneas rojas.
Por la otra parte, entre los catalanes que antes estaban en silencio porque tenían miedo y se sentían aplastados, crecen también peligrosos sentimientos de revancha, odio y violencia, por el momento contenida. La ofensiva nacionalista y la respuesta del Estado han dividido Cataluña en dos bandos y soldarlos de nuevo va a ser muy difícil y obra de generaciones.
La aplicación del artículo 155, el encarcelamiento de parte del gobierno catalán y la fuga de Puigdemont a Bélgica han empujado a los nacionalistas hacia posiciones más radicales y extremistas, mientras la parte de Cataluña que permanecía silenciada por miedo ahora sale a las calles, crecida y envuelta en banderas de España, con ganas de gritar, después de tantos años de represión y acoso.
Puigdemont, con su estrategia de lucha desde el extranjero y de mentiras reiteradas, se ha convertido en una máquina de fabricar odio, de diabólica eficacia.
El ambiente, cada día más marcado por la división irreconciliable, enrarece y envenena el aire y no lo hace propicio para celebrar elecciones. Los ciudadanos, envueltos en miedos, pasiones y furia, irán a las urnas sin la serenidad y el sosiego necesarios para elegir bien y poner cimientos al futuro.
Las empresas siguen huyendo de Cataluña, aunque a un ritmo menor, mientras baja el consumo, se desploma el comercio, desciendo el turismo y aumenta el desempleo. El empobrecimiento de Cataluña, que con la fuga de las empresas ha perdido, en teoría, un tercio de su PIB, ya está en marcha y su ritmo es más rápido de lo previsto.
El drama catalán se ha incrustado en el presente de España alterándolo todo. Ya apenas se habla de corrupción, de partitocracia, de la baja calidad de la democracia, de la bajeza de la clase política, una de las peores del mundo, de los impuestos abusivos, del despilfarro, de la reforma de la Constitución, del enorme tamaño del Estado, un monstruo que asfixia a la sociedad española, con más políticos a sueldo que Francia, Alemania e Inglaterra juntos. Sólo se habla, obsesivamente, de Cataluña. Ni siquiera la denuncia de que Emilio Botín fue asesinado en su despacho ha tomado cuerpo en las conversaciones y preocupaciones. Cataluña es un tema tan obsesivo e invasor que lo domina todo.
Habíamos previsto que el siglo XXI sería para España una etapa con dos dramas dominantes: la resistencia ante los nacionalismos que quieren independizarse y la rebelión de los ciudadanos contra los partidos, el sistema trucado y la clase política española, una de la peores del mundo, pero el tema catalán se ha tornado obsesivo y lo llena todo, amenazando con convertirse en el tema del siglo.
Francisco Rubiales
El totalitarismo de corte nazi se abre camino, como un veneno mortal, en las filas independentistas, donde crecen el racismo, el odio, el desprecio, los deseos de venganza y hasta germinan alianzas peligrosas con grupos extremistas e influenciados por el terrorismo, dispuestos a utilizar la violencia y hasta la sangre en la defensa e sus tesis. La batalla verbal se encona y, al menos en el terreno de las palabras y los insultos, se traspasan ya las líneas rojas.
Por la otra parte, entre los catalanes que antes estaban en silencio porque tenían miedo y se sentían aplastados, crecen también peligrosos sentimientos de revancha, odio y violencia, por el momento contenida. La ofensiva nacionalista y la respuesta del Estado han dividido Cataluña en dos bandos y soldarlos de nuevo va a ser muy difícil y obra de generaciones.
La aplicación del artículo 155, el encarcelamiento de parte del gobierno catalán y la fuga de Puigdemont a Bélgica han empujado a los nacionalistas hacia posiciones más radicales y extremistas, mientras la parte de Cataluña que permanecía silenciada por miedo ahora sale a las calles, crecida y envuelta en banderas de España, con ganas de gritar, después de tantos años de represión y acoso.
Puigdemont, con su estrategia de lucha desde el extranjero y de mentiras reiteradas, se ha convertido en una máquina de fabricar odio, de diabólica eficacia.
El ambiente, cada día más marcado por la división irreconciliable, enrarece y envenena el aire y no lo hace propicio para celebrar elecciones. Los ciudadanos, envueltos en miedos, pasiones y furia, irán a las urnas sin la serenidad y el sosiego necesarios para elegir bien y poner cimientos al futuro.
Las empresas siguen huyendo de Cataluña, aunque a un ritmo menor, mientras baja el consumo, se desploma el comercio, desciendo el turismo y aumenta el desempleo. El empobrecimiento de Cataluña, que con la fuga de las empresas ha perdido, en teoría, un tercio de su PIB, ya está en marcha y su ritmo es más rápido de lo previsto.
El drama catalán se ha incrustado en el presente de España alterándolo todo. Ya apenas se habla de corrupción, de partitocracia, de la baja calidad de la democracia, de la bajeza de la clase política, una de las peores del mundo, de los impuestos abusivos, del despilfarro, de la reforma de la Constitución, del enorme tamaño del Estado, un monstruo que asfixia a la sociedad española, con más políticos a sueldo que Francia, Alemania e Inglaterra juntos. Sólo se habla, obsesivamente, de Cataluña. Ni siquiera la denuncia de que Emilio Botín fue asesinado en su despacho ha tomado cuerpo en las conversaciones y preocupaciones. Cataluña es un tema tan obsesivo e invasor que lo domina todo.
Habíamos previsto que el siglo XXI sería para España una etapa con dos dramas dominantes: la resistencia ante los nacionalismos que quieren independizarse y la rebelión de los ciudadanos contra los partidos, el sistema trucado y la clase política española, una de la peores del mundo, pero el tema catalán se ha tornado obsesivo y lo llena todo, amenazando con convertirse en el tema del siglo.
Francisco Rubiales
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