El desastre del sanchismo ha sido posible porque la España de los valores se ha hecho previamente trizas y la en otro tiempo brava y recia sociedad española es hoy una acumulación deforme de borregos acobardados, dispuestos a sufrir su esclavitud sin rechistar, a pesar de que cada día es más evidente que la única manera de sacudirse esa maldición del sanchismo que puede llevarnos a la extinción como pueblo y nación es mediante una rebelión democrática y decente de la ciudadanía contra el poder degradado y pervertido.
Sánchez y su tribu nunca habrían llegado al poder si la vieja España del honor y del milagro económico de los años sesenta y setenta del pasado siglo, de los conquistadores y de los tercios siguiera viva. El estiércol y bajeza de hoy son incompatibles con la nobleza y el honor de antaño.
La actuación del gobierno ante el drama del cronavirus ha confirmado las peores previsiones: estamos con el peor gobierno posible dentro del mayor drama imaginable.
¿Qué queda del escándalo de los EREs, de la tesis falsa de Sánchez, de los encapuchados piratas enviados a Bolivia, de la chapuza de Ábalos con la narcotirana venezolana en Barajas y de las menores bajo tutela del gobierno, prostituidas en Mallorca? Nada. ¿Acaso va a a pagar el gobierno sus torpezas, cobardías y fallos en la gestión del coronavirus? En la Moncloa, cúspide de la montaña de estiércol española, el deterioro moral y humano es tan profundo que hasta los excrementos pasan inadvertidos.
España está realmente podrida, por la izquierda y por la derecha.
Para los dueños y señores social comunistas todo está permitido, incluso la puesta en libertad de los golpistas catalanes, la ruptura de los valores y normas de la democracia y el sometimiento al partido de los periodistas, los medios, los jueces y la interpretación de la Constitución.
Los social-comunistas parecen fuertes y decididos, pero son un desastre desorganizado y sin otra estrategia que no sea mantenerse en el poder. Sánchez y los suyos no tienen ni idea de cómo gobernar y van dando bandazos e improvisando decisiones según van viendo. Solo tenían claro que querían llegar al poder como fuera y tener el control económico y social para ellos, pero nada más. En sus mentes mediocres no caben las grandes batallas y solo conciben la escaramuza. Si tienen que mentir, ocultar la verdad y expoliar a los ciudadanos lo harán sin temblarles la mano. No importa que se destruya todo porque aman lo que está en ruinas y para ellos es más fácil gobernar sobre la pobreza la esclavitud y la tristeza que sobre ciudadanos libres y prósperos.
La actual juventud española, blandita, desorientada, sin amor al esfuerzo y consentida, tiene mucha culpa en el ascenso de la extrema izquierda al gobierno. España demuestra, una y otra vez, ser un país de extremos y de envidias al que nadie entiende más allá de nuestras fronteras.
Internacionalmente, los gobernantes españoles están insertados en el neocomunismo que quiere resucitar y con el chavismo que reparte entre sus aliados la enorme riqueza de Venezuela, sustraída al pueblo venezolano, al que han condenado a la pobreza extrema. Sus conexiones con el mundo de los globalistas progres y con la masonería son muy intensas. Sueñan con un gobierno mundial único, vertical y sin libertades, como el comunismo más feroz, y en eso coinciden con los grandes poderes ocultos que pugnan por imponer el Nuevo Orden Mundial a través del miedo y la angustia.
Pero al comunismo resucitado les han surgido tres enemigos peligrosos e inesperados: la resistencia de los ciudadanos libres e indomables que quedan sin domesticar, la crisis del coronavitus, que amenaza con diezmar la población y hundir la economía mundial, y Donald Trump, con quien no pueden.
Francisco Rubiales
Sánchez y su tribu nunca habrían llegado al poder si la vieja España del honor y del milagro económico de los años sesenta y setenta del pasado siglo, de los conquistadores y de los tercios siguiera viva. El estiércol y bajeza de hoy son incompatibles con la nobleza y el honor de antaño.
La actuación del gobierno ante el drama del cronavirus ha confirmado las peores previsiones: estamos con el peor gobierno posible dentro del mayor drama imaginable.
¿Qué queda del escándalo de los EREs, de la tesis falsa de Sánchez, de los encapuchados piratas enviados a Bolivia, de la chapuza de Ábalos con la narcotirana venezolana en Barajas y de las menores bajo tutela del gobierno, prostituidas en Mallorca? Nada. ¿Acaso va a a pagar el gobierno sus torpezas, cobardías y fallos en la gestión del coronavirus? En la Moncloa, cúspide de la montaña de estiércol española, el deterioro moral y humano es tan profundo que hasta los excrementos pasan inadvertidos.
España está realmente podrida, por la izquierda y por la derecha.
Para los dueños y señores social comunistas todo está permitido, incluso la puesta en libertad de los golpistas catalanes, la ruptura de los valores y normas de la democracia y el sometimiento al partido de los periodistas, los medios, los jueces y la interpretación de la Constitución.
Los social-comunistas parecen fuertes y decididos, pero son un desastre desorganizado y sin otra estrategia que no sea mantenerse en el poder. Sánchez y los suyos no tienen ni idea de cómo gobernar y van dando bandazos e improvisando decisiones según van viendo. Solo tenían claro que querían llegar al poder como fuera y tener el control económico y social para ellos, pero nada más. En sus mentes mediocres no caben las grandes batallas y solo conciben la escaramuza. Si tienen que mentir, ocultar la verdad y expoliar a los ciudadanos lo harán sin temblarles la mano. No importa que se destruya todo porque aman lo que está en ruinas y para ellos es más fácil gobernar sobre la pobreza la esclavitud y la tristeza que sobre ciudadanos libres y prósperos.
La actual juventud española, blandita, desorientada, sin amor al esfuerzo y consentida, tiene mucha culpa en el ascenso de la extrema izquierda al gobierno. España demuestra, una y otra vez, ser un país de extremos y de envidias al que nadie entiende más allá de nuestras fronteras.
Internacionalmente, los gobernantes españoles están insertados en el neocomunismo que quiere resucitar y con el chavismo que reparte entre sus aliados la enorme riqueza de Venezuela, sustraída al pueblo venezolano, al que han condenado a la pobreza extrema. Sus conexiones con el mundo de los globalistas progres y con la masonería son muy intensas. Sueñan con un gobierno mundial único, vertical y sin libertades, como el comunismo más feroz, y en eso coinciden con los grandes poderes ocultos que pugnan por imponer el Nuevo Orden Mundial a través del miedo y la angustia.
Pero al comunismo resucitado les han surgido tres enemigos peligrosos e inesperados: la resistencia de los ciudadanos libres e indomables que quedan sin domesticar, la crisis del coronavitus, que amenaza con diezmar la población y hundir la economía mundial, y Donald Trump, con quien no pueden.
Francisco Rubiales
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