De los seis candidatos en liza (María Dolores de Cospedal, Soraya Saenz de Santamaría, Pablo Casado, José Manuel García Margallo, José Ramón García Hernández, Elio Cabanes y José Luis Bayo) los que tienen más posibilidades son los cuatro primeros.
Soraya y Cospedal representan el poder del partido y la continuidad de Rajoy, Casado tiene a su lado buena parte de los jóvenes de Nuevas Generaciones y es el símbolo de una tímida renovación más generacional que ideológica, y Margallo es el único que tiene algo de librepensador y que podría aportar cambios reales, a pesar de ser el de más edad.
Lo lamentable del panorama es que ninguno de ellos habla claramente de regeneración y lo más frustrante es que todos emplean un lenguaje antiguo que tiene como referencias conceptos como el poder, la victoria y la unidad del partido, con escasas referencias a los ciudadanos, a España y a los grandes dramas que su partido ha contribuido a crear, como son el separatismo nazi catalán, el despilfarro público, la existencia de una autonomías que no funcionan, la corrupción generalizada, el endeudamiento, el insoportable tamaño del Estado, la sumisión a la socialdemocracia, los impuestos injustos y desproporcionados, el profundo deterioro de la democracia y el alejamiento, cada día mayor, entre la clase política y los ciudadanos.
El PP, como el resto de los partidos españoles, tiene escasa relación con la democracia. Es una organización vertical que hasta ahora ha tenido presidentes que se han comportado como verdaderos amos, sin debate interno, dominada por la sumisión al líder y escasamente relacionada con la ciudadanía y la realidad del país. Es, como muchos otros partidos españoles, una organización alienada.
Algunos observadores creen que el actual proceso de elecciones internas servirá para acercar el partido a la democracia y al debate, un ejercicio que siempre es clarificador y que aporta sabiduría y lucidez a las organizaciones, pero muchos creen que el partido no progresa ni se regenera y que ha llegado a este proceso no como consecuencia de la reflexión interna y la evolución, sino simplemente porque Rajoy, cabreado, ha dado la espantada.
Sea como sea, el debate siempre es bueno y ojalá le sirva al PP para asumir sus grandes errores y culpas, no para exhibir y sacar pecho por sus exiguos logros. El partido debería pensar en recuperar la política de derechas y abandonar vicios impropios adquiridos en el pasado como la socialdemocracia, el leninismo, el caciquismo, el desprecio a la ciudadanía, la arrogancia y esa malvada concepción de la política como un privilegio carente de servicio y atada a los privilegios, la corrupción, la impunidad y el gobierno sin rendir cuentas a nadie, un concepto escalofriante de la democracia que comparte con el PSOE, otro partido que también necesita con urgencia debate, regeneración y una limpieza a fondo con ácido.
Francisco Rubiales
Soraya y Cospedal representan el poder del partido y la continuidad de Rajoy, Casado tiene a su lado buena parte de los jóvenes de Nuevas Generaciones y es el símbolo de una tímida renovación más generacional que ideológica, y Margallo es el único que tiene algo de librepensador y que podría aportar cambios reales, a pesar de ser el de más edad.
Lo lamentable del panorama es que ninguno de ellos habla claramente de regeneración y lo más frustrante es que todos emplean un lenguaje antiguo que tiene como referencias conceptos como el poder, la victoria y la unidad del partido, con escasas referencias a los ciudadanos, a España y a los grandes dramas que su partido ha contribuido a crear, como son el separatismo nazi catalán, el despilfarro público, la existencia de una autonomías que no funcionan, la corrupción generalizada, el endeudamiento, el insoportable tamaño del Estado, la sumisión a la socialdemocracia, los impuestos injustos y desproporcionados, el profundo deterioro de la democracia y el alejamiento, cada día mayor, entre la clase política y los ciudadanos.
El PP, como el resto de los partidos españoles, tiene escasa relación con la democracia. Es una organización vertical que hasta ahora ha tenido presidentes que se han comportado como verdaderos amos, sin debate interno, dominada por la sumisión al líder y escasamente relacionada con la ciudadanía y la realidad del país. Es, como muchos otros partidos españoles, una organización alienada.
Algunos observadores creen que el actual proceso de elecciones internas servirá para acercar el partido a la democracia y al debate, un ejercicio que siempre es clarificador y que aporta sabiduría y lucidez a las organizaciones, pero muchos creen que el partido no progresa ni se regenera y que ha llegado a este proceso no como consecuencia de la reflexión interna y la evolución, sino simplemente porque Rajoy, cabreado, ha dado la espantada.
Sea como sea, el debate siempre es bueno y ojalá le sirva al PP para asumir sus grandes errores y culpas, no para exhibir y sacar pecho por sus exiguos logros. El partido debería pensar en recuperar la política de derechas y abandonar vicios impropios adquiridos en el pasado como la socialdemocracia, el leninismo, el caciquismo, el desprecio a la ciudadanía, la arrogancia y esa malvada concepción de la política como un privilegio carente de servicio y atada a los privilegios, la corrupción, la impunidad y el gobierno sin rendir cuentas a nadie, un concepto escalofriante de la democracia que comparte con el PSOE, otro partido que también necesita con urgencia debate, regeneración y una limpieza a fondo con ácido.
Francisco Rubiales
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