Por las redes sociales circuló recientemente un texto muy didáctico e impactante, que se convirtió en viral, sobre el trato preferencial que se daba a los inmigrantes. Decía:
Un niño musulmán, refugiado en Birmingham, pregunta a su madre: “Mamá, ¿Cuál es la diferencia entre Democracia y Racismo?”
La madre (desde dentro de su burka): “Democracia es cuando los contribuyentes británicos trabajan duramente, cada día, para que nosotros podamos conseguir todos nuestros beneficios; o sea, como ya sabes, casa gratis, sanidad gratuita, educación gratis y subvenciones y permisos para construir mezquitas y centros comunitarios. Algunas veces recibimos más dinero del que reciben los pensionistas británicos, etc. ¿Entiendes? Eso es Democracia”
“Pero mamá: ¿No se enojan los contribuyentes británicos por eso?”
“Pues claro que sí. Y a eso es a lo que llamamos Racismo”.
La pregunta surge veloz: ¿Por qué el poder se comporta de manera tan generosa con los inmigrantes, incluso a costa de enfurecer a sus votantes? Es evidente que no lo hace por ser misericordioso y respetar los viejos valores de la hospitalidad y el amor al prójimo, sino para abaratar los costes laborales, enfurecer a los ciudadanos y hacerles desear un cambio drástico futuro que acabe con tantas injusticias y abusos.
Todo ese mundo nauseabundo que oculta los delitos de los inmigrantes y califica de fascistas o racistas a los que rechazan la inmigración delictiva está apoyado por muchos gobiernos y medios de comunicación, todos ellos al servicio del stablishment, que lo que quiere es que reine el miedo al delito en la sociedad y mano de obra barata, casi esclava, para incrementar la productividad, todo eso a costa de que la inseguridad ciudadana se incremente y la cultura europea se debilite.
En España, los gobiernos presionan a los medios para que oculten los crímenes de los marroquíes y los argelinos, que son casi la mitad de todos los que se cometen, amparado en el antidemocrático argumento de que esa verdad generaría rechazo y racismo.
Francisco Rubiales
Un niño musulmán, refugiado en Birmingham, pregunta a su madre: “Mamá, ¿Cuál es la diferencia entre Democracia y Racismo?”
La madre (desde dentro de su burka): “Democracia es cuando los contribuyentes británicos trabajan duramente, cada día, para que nosotros podamos conseguir todos nuestros beneficios; o sea, como ya sabes, casa gratis, sanidad gratuita, educación gratis y subvenciones y permisos para construir mezquitas y centros comunitarios. Algunas veces recibimos más dinero del que reciben los pensionistas británicos, etc. ¿Entiendes? Eso es Democracia”
“Pero mamá: ¿No se enojan los contribuyentes británicos por eso?”
“Pues claro que sí. Y a eso es a lo que llamamos Racismo”.
La pregunta surge veloz: ¿Por qué el poder se comporta de manera tan generosa con los inmigrantes, incluso a costa de enfurecer a sus votantes? Es evidente que no lo hace por ser misericordioso y respetar los viejos valores de la hospitalidad y el amor al prójimo, sino para abaratar los costes laborales, enfurecer a los ciudadanos y hacerles desear un cambio drástico futuro que acabe con tantas injusticias y abusos.
Todo ese mundo nauseabundo que oculta los delitos de los inmigrantes y califica de fascistas o racistas a los que rechazan la inmigración delictiva está apoyado por muchos gobiernos y medios de comunicación, todos ellos al servicio del stablishment, que lo que quiere es que reine el miedo al delito en la sociedad y mano de obra barata, casi esclava, para incrementar la productividad, todo eso a costa de que la inseguridad ciudadana se incremente y la cultura europea se debilite.
En España, los gobiernos presionan a los medios para que oculten los crímenes de los marroquíes y los argelinos, que son casi la mitad de todos los que se cometen, amparado en el antidemocrático argumento de que esa verdad generaría rechazo y racismo.
Francisco Rubiales
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