"Aunque este diálogo haya sido convocado con el título de 'Periodismo y literatura', yo no vengo a hablar aquí de literatura ni de periodismo. Vengo con el único propósito de defender la vida de un verbo en peligro.
Habiéndome declarado su abogado de oficio, sin que nadie me haya delegado
representación alguna, pido el amparo de este tribunal supremo del lenguaje, el Congreso de la Lengua, para que se proteja la vida de mi cliente, el verbo poner, uno de los más antiguos y útiles de nuestro idioma, atacado con alevosía y a mansalva por el verbo colocar, que lo está extinguiendo sin remedio, como ocurre con ciertas aves, el aire puro y numerosas especies vegetales.
Las primeras noticias sobre la aparición del verbo poner en la lengua castellana aparecen registradas en la gramática de Nebrija, en 1492, pero no fue posible encontrar rastros suyos antes de esa fecha.
Quinientos años después, los colombianos, que se vanaglorian de hablar el español más castizo del mundo, decretaron la ejecución sumaria del verbo poner porque les parece vulgar, indigno de la gente decente, casi obsceno, como si fuera una palabrota. La tragedia empezó el día en que alguna señora remilgada, con ínfulas culteranas, se atrevió a repetir un proverbio catalán del siglo diecinueve: sólo las gallinas ponen.
Desde entonces, y con la fuerza demoledora de una sentencia bíblica, el desdichado aforismo inició su carrera de éxitos hasta extenderse a velocidades supersónicas por todo el cuerpo de la sociedad, de una manera espontánea y expansiva, con la misma resonancia de una bomba de terroristas y con resultados similares.
La plaga está adquiriendo unas proporciones tan apocalípticas que un amable caballero de la ciudad de Cali acaba de enviarme de regalo una totuma de dulce de leche, que en su región bautizaron con el nombre de "manjar blanco" --demostración de que también florece la poesía en los diabéticos territorios de las golosinas-- pero advirtiéndome, eso sí, que lo guarde en la nevera "para que no se coloque rancio".
Los estragos de semejante terremoto son incontables entre la franja lunática del lenguaje. Y, tal como suele suceder con la enfermedades ponzoñosas, la "colocaderitis" rompió ya las fronteras colombianas y está haciendo metástasis en la anatomía completa del idioma, desde la América Española hasta los micrófonos de la propia España.
Un periodista de Radio Nacional, en Madrid, recordaba a sus oyentes que los automovilistas infractores "tienen plazo hasta julio para colocarse al día con el pago de las multas de tránsito".
Mucho me temo que los poetas, buenos y malos, deben prepararse para contemplar, a la hora azul del crepúsculo, una coloca de sol. Reconozco que yo mismo, acoquinado por las presiones de tanto esnobista que anda suelto, tuve vacilaciones para decidir si presentaba ante esta tertulia una ponencia o una coloquencia.
Siguiendo la enseñanza aristotélica, según la cual toda acción produce una reacción, estamos a punto de cumplir cinco años de haber creado la Congregación de Defensa del Verbo Poner, que inventamos en un noticiero de radio. No tiene sede ni sello, ni levanta actas de sus sesiones porque no se reúne nunca ni sus integrantes se conocen entre sí. Pero ahí estamos, incansables, dedicados a velar armas al pie de la cama de hospital de
nuestro amigo moribundo.
La acogida a esa imaginaria fundación ha sido estimulante y reanimadora. Uno de sus cofrades, el profesor Álvaro Enrique Treviño, que ejerce funciones académicas entre los estudiantes pobres de Cartagena de Indias, ciudad avezada en el arte de rechazar a cuanto pirata asome sus naves en el horizonte, trátese de corsarios ingleses o de vocablos intrusos, se tomó el trabajo de rastrear el asunto en las páginas de "Cien años de soledad", nada menos, obra maestra a la que este Congreso rinde tributo en sus cuarenta años.
Treviño encontró en la novela de García Márquez ciento sesenta y siete formas diferentes del verbo poner y sólo ocho variedades de colocar, apropiadas todas ellas, naturalmente, sin atropellarse a codazos, según el empleo correcto en cada caso.
A su turno, el ingeniero José Enrique Rizo Pombo, que en nuestra cofradía tiene a cargo la comisión de asuntos lexicográficos, también hipotética, está preparando la primera edición del novedoso "Diccionario de sustituciones del verbo poner".
Sugiere, a guisa de ejemplo, que en lo sucesivo usemos antecolocar en vez de anteponer; que los músicos digan comcolocar música en lugar de componerla; que en las argucias de los dialécticos no se vuelva a hablar de contraponer argumentos, sino de contracolocarlos, y que admitamos aunque sea a regañadientes que ocolocar es la nueva forma de oponer ideas y razones.
No quiero ni pensar, para mayor abundamiento, en lo que pasará el día que una señorita pacata y distinguida exclame, con el refinamiento que exigen materias tan delicadas, que el baño está hecho para que el organismo pueda decolocar las escorias naturales.
La verdad desoladora es que estamos perdiendo esta nueva batalla de Guadalete contra los impíos y los paganos. El verbo poner ha ido desapareciendo del habla cotidiana y del lenguaje escrito, ya sea en la prensa o en los libros, desterrado, en efecto, al territorio infame del gallinero. A este paso, muy pronto no será más que un anacronismo reservado
a gramáticos casposos, una estantigua, una sombra del pasado, una fantasmagoría.
Sin embargo, nuestra venganza perpetua contra aquel aforismo malvado tendrá lugar el día en que una campesina de los Andes anuncie con sonoro cacareo que su gallina "acaba de colocar un huevo". La hecatombe definitiva sobrevendrá cuando ya ni las gallinas pongan. Entonces habremos recorrido la parábola completa, el óvalo que se cierra, la emboscada que se atrapa a sí misma y el alacrán que se muerde su propia cola.
Invocamos la ayuda autorizada de cada uno de ustedes a fin de preservar la supervivencia del verbo amenazado, en sus cátedras magistrales, en sus libros, en sus conferencias, en las columnas que escriban para la prensa, o en la simple conversación de cada día, pregonándolo de boca en boca, como un bostezo.
Yo sé bien que esta es una propuesta pequeña y modesta, casi insignificante, ante un Congreso que se dispone --o se discoloca-- a estudiar asuntos tan serios y trascendentales como la diversidad del español, o sus relaciones con las ciencias y las tecnologías modernas.
Formulo esa modesta petición de ayuda en mi carácter de creador de la mencionada Congregación Imaginaria de Defensa del Verbo Poner. A ella he dedicado los mejores años de mi vida y no encuentro nada que la justifique más. Anuncio, en consecuencia, que Don Quijote cabalga de nuevo".
Habiéndome declarado su abogado de oficio, sin que nadie me haya delegado
representación alguna, pido el amparo de este tribunal supremo del lenguaje, el Congreso de la Lengua, para que se proteja la vida de mi cliente, el verbo poner, uno de los más antiguos y útiles de nuestro idioma, atacado con alevosía y a mansalva por el verbo colocar, que lo está extinguiendo sin remedio, como ocurre con ciertas aves, el aire puro y numerosas especies vegetales.
Las primeras noticias sobre la aparición del verbo poner en la lengua castellana aparecen registradas en la gramática de Nebrija, en 1492, pero no fue posible encontrar rastros suyos antes de esa fecha.
Quinientos años después, los colombianos, que se vanaglorian de hablar el español más castizo del mundo, decretaron la ejecución sumaria del verbo poner porque les parece vulgar, indigno de la gente decente, casi obsceno, como si fuera una palabrota. La tragedia empezó el día en que alguna señora remilgada, con ínfulas culteranas, se atrevió a repetir un proverbio catalán del siglo diecinueve: sólo las gallinas ponen.
Desde entonces, y con la fuerza demoledora de una sentencia bíblica, el desdichado aforismo inició su carrera de éxitos hasta extenderse a velocidades supersónicas por todo el cuerpo de la sociedad, de una manera espontánea y expansiva, con la misma resonancia de una bomba de terroristas y con resultados similares.
La plaga está adquiriendo unas proporciones tan apocalípticas que un amable caballero de la ciudad de Cali acaba de enviarme de regalo una totuma de dulce de leche, que en su región bautizaron con el nombre de "manjar blanco" --demostración de que también florece la poesía en los diabéticos territorios de las golosinas-- pero advirtiéndome, eso sí, que lo guarde en la nevera "para que no se coloque rancio".
Los estragos de semejante terremoto son incontables entre la franja lunática del lenguaje. Y, tal como suele suceder con la enfermedades ponzoñosas, la "colocaderitis" rompió ya las fronteras colombianas y está haciendo metástasis en la anatomía completa del idioma, desde la América Española hasta los micrófonos de la propia España.
Un periodista de Radio Nacional, en Madrid, recordaba a sus oyentes que los automovilistas infractores "tienen plazo hasta julio para colocarse al día con el pago de las multas de tránsito".
Mucho me temo que los poetas, buenos y malos, deben prepararse para contemplar, a la hora azul del crepúsculo, una coloca de sol. Reconozco que yo mismo, acoquinado por las presiones de tanto esnobista que anda suelto, tuve vacilaciones para decidir si presentaba ante esta tertulia una ponencia o una coloquencia.
Siguiendo la enseñanza aristotélica, según la cual toda acción produce una reacción, estamos a punto de cumplir cinco años de haber creado la Congregación de Defensa del Verbo Poner, que inventamos en un noticiero de radio. No tiene sede ni sello, ni levanta actas de sus sesiones porque no se reúne nunca ni sus integrantes se conocen entre sí. Pero ahí estamos, incansables, dedicados a velar armas al pie de la cama de hospital de
nuestro amigo moribundo.
La acogida a esa imaginaria fundación ha sido estimulante y reanimadora. Uno de sus cofrades, el profesor Álvaro Enrique Treviño, que ejerce funciones académicas entre los estudiantes pobres de Cartagena de Indias, ciudad avezada en el arte de rechazar a cuanto pirata asome sus naves en el horizonte, trátese de corsarios ingleses o de vocablos intrusos, se tomó el trabajo de rastrear el asunto en las páginas de "Cien años de soledad", nada menos, obra maestra a la que este Congreso rinde tributo en sus cuarenta años.
Treviño encontró en la novela de García Márquez ciento sesenta y siete formas diferentes del verbo poner y sólo ocho variedades de colocar, apropiadas todas ellas, naturalmente, sin atropellarse a codazos, según el empleo correcto en cada caso.
A su turno, el ingeniero José Enrique Rizo Pombo, que en nuestra cofradía tiene a cargo la comisión de asuntos lexicográficos, también hipotética, está preparando la primera edición del novedoso "Diccionario de sustituciones del verbo poner".
Sugiere, a guisa de ejemplo, que en lo sucesivo usemos antecolocar en vez de anteponer; que los músicos digan comcolocar música en lugar de componerla; que en las argucias de los dialécticos no se vuelva a hablar de contraponer argumentos, sino de contracolocarlos, y que admitamos aunque sea a regañadientes que ocolocar es la nueva forma de oponer ideas y razones.
No quiero ni pensar, para mayor abundamiento, en lo que pasará el día que una señorita pacata y distinguida exclame, con el refinamiento que exigen materias tan delicadas, que el baño está hecho para que el organismo pueda decolocar las escorias naturales.
La verdad desoladora es que estamos perdiendo esta nueva batalla de Guadalete contra los impíos y los paganos. El verbo poner ha ido desapareciendo del habla cotidiana y del lenguaje escrito, ya sea en la prensa o en los libros, desterrado, en efecto, al territorio infame del gallinero. A este paso, muy pronto no será más que un anacronismo reservado
a gramáticos casposos, una estantigua, una sombra del pasado, una fantasmagoría.
Sin embargo, nuestra venganza perpetua contra aquel aforismo malvado tendrá lugar el día en que una campesina de los Andes anuncie con sonoro cacareo que su gallina "acaba de colocar un huevo". La hecatombe definitiva sobrevendrá cuando ya ni las gallinas pongan. Entonces habremos recorrido la parábola completa, el óvalo que se cierra, la emboscada que se atrapa a sí misma y el alacrán que se muerde su propia cola.
Invocamos la ayuda autorizada de cada uno de ustedes a fin de preservar la supervivencia del verbo amenazado, en sus cátedras magistrales, en sus libros, en sus conferencias, en las columnas que escriban para la prensa, o en la simple conversación de cada día, pregonándolo de boca en boca, como un bostezo.
Yo sé bien que esta es una propuesta pequeña y modesta, casi insignificante, ante un Congreso que se dispone --o se discoloca-- a estudiar asuntos tan serios y trascendentales como la diversidad del español, o sus relaciones con las ciencias y las tecnologías modernas.
Formulo esa modesta petición de ayuda en mi carácter de creador de la mencionada Congregación Imaginaria de Defensa del Verbo Poner. A ella he dedicado los mejores años de mi vida y no encuentro nada que la justifique más. Anuncio, en consecuencia, que Don Quijote cabalga de nuevo".
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