No sé si habrá un país que respete menos el ejercicio del diálogo social que el nuestro. Nunca habíamos visto tantos diálogos de sordos como los que presenciamos continuamente en los medios de comunicación; sobre todo en la televisión. Cualquier tema que se presenta a debate acaba a voces sin que se pueda entender lo que se dice. Son los periodistas de la prensa del corazón y los políticos los que rompen con más facilidad las reglas del juego, perdiendo el respeto al contrincante sin concederle el tiempo que le corresponde y el silencio como clave necesaria para entenderse. Precisamente, hoy celebramos “La Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales”.
Lo curioso del caso es que suele haber un coordinador con un cronómetro que concede la palabra e impone silencio al que le corresponde, pero los vociferantes convierten el plató en un corral de vecinos, donde es imposible entenderse. Lo peor es que de las voces pasan a los chillidos, a los rumores falsos, a las insinuaciones de doble sentido y a los insultos. En el mismo Parlamento es raro el día en que los parlamentarios son capaces de utilizar las reglas del juego y los modales de cortesía.
Y está presente un coordinador, pero es incapaz de conseguir establecer el orden. A veces acude a los modos de los dialogantes y acaba dando voces y enmarañando aún más el diálogo. La mayoría de las veces se convierte en un hombre de piedra que está presente como un verdadero mequetrefe. Se aburre y acepta el fracaso, mientras los otros siguen hablando sin oírse, estableciendo el diálogo de sordos. No se dan cuenta que los debates televisivos los perciben los niños, los adolescentes y las familias. Después los emplean en el Colegio y en sus propias casas sin escrúpulo alguno.
Un día tuve la curiosidad de medir el tiempo que dos contrincantes estuvieron hablando sin prestar oído al contrario. Os puedo asegurar que estuvieron más de un cuarto de hora hablando los dos a la vez sin oírse. Por eso, en la mayoría de los casos, los debates no sirven para aclarar nada; todo lo contrario, vienen a confundir aún más al televidente. Muchos acaban apagando el televisor y enganchándose al “Todo Deporte”. Y la mayoría quedan con mal sabor por la falta de educación y el diálogo de sordos. Ojalá la Jornada Mundial de las Comunicaciones sirvan para hacer recapacitar a los protagonistas. Necesitamos menos palabras y más silencios.
JUAN LEIVA
Lo curioso del caso es que suele haber un coordinador con un cronómetro que concede la palabra e impone silencio al que le corresponde, pero los vociferantes convierten el plató en un corral de vecinos, donde es imposible entenderse. Lo peor es que de las voces pasan a los chillidos, a los rumores falsos, a las insinuaciones de doble sentido y a los insultos. En el mismo Parlamento es raro el día en que los parlamentarios son capaces de utilizar las reglas del juego y los modales de cortesía.
Y está presente un coordinador, pero es incapaz de conseguir establecer el orden. A veces acude a los modos de los dialogantes y acaba dando voces y enmarañando aún más el diálogo. La mayoría de las veces se convierte en un hombre de piedra que está presente como un verdadero mequetrefe. Se aburre y acepta el fracaso, mientras los otros siguen hablando sin oírse, estableciendo el diálogo de sordos. No se dan cuenta que los debates televisivos los perciben los niños, los adolescentes y las familias. Después los emplean en el Colegio y en sus propias casas sin escrúpulo alguno.
Un día tuve la curiosidad de medir el tiempo que dos contrincantes estuvieron hablando sin prestar oído al contrario. Os puedo asegurar que estuvieron más de un cuarto de hora hablando los dos a la vez sin oírse. Por eso, en la mayoría de los casos, los debates no sirven para aclarar nada; todo lo contrario, vienen a confundir aún más al televidente. Muchos acaban apagando el televisor y enganchándose al “Todo Deporte”. Y la mayoría quedan con mal sabor por la falta de educación y el diálogo de sordos. Ojalá la Jornada Mundial de las Comunicaciones sirvan para hacer recapacitar a los protagonistas. Necesitamos menos palabras y más silencios.
JUAN LEIVA
Comentarios: