Esos "charnegos colonizados" son exhibidos por el núcleo de poder del independentismo, integrado por la gran burguesía empresarial y parte del alto funcionariado, como su gran conquista y el principal argumento que sostiene la lucha por la independencia, ya que dicen que Cataluña ha sido capaz de cautivar y conquistar a sus huéspedes, convirtiéndolos en la primera línea de combate del independentismo.
Andalucía, la tierra que encarna el tipismo y la españolidad por excelencia, es la principal proveedora de fanáticos charnegos, traidores a sus orígenes. Casi un millón de andaluces emigraron entre 1940 y 1960 a Cataluña, una emigración dura, provocada por el hambre y la necesidad, que hizo sufrir a aquella pobre gente humillaciones y un trato indigno. Muchos de ellos fueron víctimas de redadas que se hacían en las chabolas y eran conducidos hasta los famosos pabellones de clasificación de indigentes, donde se les trataba como animales, incluyendo duchas desinfectantes y raciones mínimas de comida, hasta que eran expulsados de Cataluña entre aplausos de la prensa y la burguesía catalana. Los que sobrevivieron a aquel infierno y lograron establecerse en Cataluña, tuvieron hijos con el síndrome de Estocolmo, empeñados en hacer méritos para parecer más catalanes que los propios nativos.
De esos ejércitos de colonizados se ha nutrido el independentismo para irradiar el odio hacia España que hoy exhiben como gran sostén de su lucha.
El diputado de ERC Gabriel Rufián, famoso por sus expresiones de dureza y odio en el Congreso, es señalado por muchos como el ejemplo más elocuente de lo que es un charnego colonizado con evidente síndrome de Estocolmo.
Recuperar a esa gente va a ser imposible, según los expertos, que creen que es mucho más fácil reconvertir a los catalanes independentistas que a los charnegos colonizados.
La única esperanza es que los hijos de los rabiosos antiespañoles de hoy no hereden ese sentimiento y opten por adaptarse a la amplia autonomía que disfruta Cataluña y a una mejora general de la convivencia y la paz.
La prueba de que los padres seguían siendo españoles y que fueron los hijos de los inmigrantes los que se arrojaron en brazos de los "amos" catalanes fue el resultado de las elecciones de 1980, en las que el PSA, el partido nacionalista andaluz de la época, obtuvo dos diputados, que consiguieron formar grupo propio en el Parlamento Catalá,, gracias a los votos "amigos" de Convergencia.
La conversión en furiosos independentistas de los hijos de la inmigración fue consecuencia más del Síndrome de Estocolmo que del adoctrinamiento catalanista en las escuelas. Fue una migración voluntaria hacia el odio a la tierra de sus padres, digna de ser estudiada como fenómeno sociológico.
El adoctrinamiento catalanista en los centros de enseñanza es una política posterior del independentismo, ideada para evitar que los hijos de los padres radicales dejen de odiar a España y ese odio siga funcionando como combustible de la rebelión antiespañola que desea gran parte de la clase alta catalana, que nunca, desde la Edad Media, ha abandonado su sueño de controlar ellos el poder para acumular dinero y perpetuar sus privilegios, ventajas.
Francisco Rubiales
Andalucía, la tierra que encarna el tipismo y la españolidad por excelencia, es la principal proveedora de fanáticos charnegos, traidores a sus orígenes. Casi un millón de andaluces emigraron entre 1940 y 1960 a Cataluña, una emigración dura, provocada por el hambre y la necesidad, que hizo sufrir a aquella pobre gente humillaciones y un trato indigno. Muchos de ellos fueron víctimas de redadas que se hacían en las chabolas y eran conducidos hasta los famosos pabellones de clasificación de indigentes, donde se les trataba como animales, incluyendo duchas desinfectantes y raciones mínimas de comida, hasta que eran expulsados de Cataluña entre aplausos de la prensa y la burguesía catalana. Los que sobrevivieron a aquel infierno y lograron establecerse en Cataluña, tuvieron hijos con el síndrome de Estocolmo, empeñados en hacer méritos para parecer más catalanes que los propios nativos.
De esos ejércitos de colonizados se ha nutrido el independentismo para irradiar el odio hacia España que hoy exhiben como gran sostén de su lucha.
El diputado de ERC Gabriel Rufián, famoso por sus expresiones de dureza y odio en el Congreso, es señalado por muchos como el ejemplo más elocuente de lo que es un charnego colonizado con evidente síndrome de Estocolmo.
Recuperar a esa gente va a ser imposible, según los expertos, que creen que es mucho más fácil reconvertir a los catalanes independentistas que a los charnegos colonizados.
La única esperanza es que los hijos de los rabiosos antiespañoles de hoy no hereden ese sentimiento y opten por adaptarse a la amplia autonomía que disfruta Cataluña y a una mejora general de la convivencia y la paz.
La prueba de que los padres seguían siendo españoles y que fueron los hijos de los inmigrantes los que se arrojaron en brazos de los "amos" catalanes fue el resultado de las elecciones de 1980, en las que el PSA, el partido nacionalista andaluz de la época, obtuvo dos diputados, que consiguieron formar grupo propio en el Parlamento Catalá,, gracias a los votos "amigos" de Convergencia.
La conversión en furiosos independentistas de los hijos de la inmigración fue consecuencia más del Síndrome de Estocolmo que del adoctrinamiento catalanista en las escuelas. Fue una migración voluntaria hacia el odio a la tierra de sus padres, digna de ser estudiada como fenómeno sociológico.
El adoctrinamiento catalanista en los centros de enseñanza es una política posterior del independentismo, ideada para evitar que los hijos de los padres radicales dejen de odiar a España y ese odio siga funcionando como combustible de la rebelión antiespañola que desea gran parte de la clase alta catalana, que nunca, desde la Edad Media, ha abandonado su sueño de controlar ellos el poder para acumular dinero y perpetuar sus privilegios, ventajas.
Francisco Rubiales
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