La sentencia del "caso Palau" convierte en realidad aquella comisión del 3% corrupta que resultó ser el 4%. La Audiencia de Barcelona ha ordenado el decomiso de 6.676.105 euros a Convergencia Democrática de Cataluña (CDC), el nombre antiguo del actual Juntos por Cataluña, el partido de Puigdemont, Artur Mas y el clan de los Pujol, y ha condenado a su ex tesorero, Daniel Osàcar, a cuatro años y cinco meses de prisión por el cobro de comisiones ilícitas procedentes de Ferrovial, que a cambio recibía obra pública. Félix Millet ha recibido una pena de nueve años y ocho meses de prisión; Jordi Montull, a siete años y seis meses de prisión; y Gemma Montull, a cuatro años y seis meses.
La Sección Décima de la Audiencia de Barcelona no ha seguido al pie de la letra el pacto al que llegaron Gemma Montul y la Fiscalía Anticorrupción, que rebajó su petición hasta los dos años, que hubiera impedido su ingreso en prisión. Ahora no. Además, el tribunal impone cuantiosas sanciones económicas a los acusados. A Félix Millet se condena también a una multa de 4.120.540; a Jordi Montull, 2.998.2834; a Gemma Montull, 2.663.995; y a Daniel Osàcar, 3.796.555 euros.
El "caso Palau" es paradigmático porque pone al descubierto la corrupción interna de la Cataluña nacionalista que ha gobernado esa región durante décadas y que ha sido colaborador y cónplice del PSOE y del PP en el gobierno de España. El saqueo del Palacio de la Música desprestigia al independentismo y también a los dos grandes partidos políticos españoles, PSOE y PP, que lo han permitido desde su miserable política de cerrar los ojos a lo que hicieran en Cataluña sus socios políticos.
Por mucho que digan que CDC ha muerto y que el actual partido de Mas y Puigdemont es otro distinto, esa mentira no puede colar y quedará nítido que los actuales son exactamente los mismos ladrones del pasado, con otras vestimentas.
La verdad ha tardado en dar la cara, pero ahora sale a flote reluciente e impresionante: el "España nos roba" era una cortina de humo propagandística y la verdad era "Cataluña nos roba".
El robo catalán no se ha limitado al Palau sino que tiene muchos capítulos que algún día serán juzgados y que nos llenarán de vergüenza, algunos sometidos a la comisión del 4 por ciento y otros robos puros de cantidades, desviadas o engullidas por los políticos y sus partidos, dinero empleado en acumular reservas para financiar la "República" catalana, para abrir embajadas ilegales, para comprar voluntades, para entrenar mossos de escuadra en técnicas de guerra, para compensar y enriquecer a los dirigentes independentistas y para expandir el virus del odio y la ruptura con España por otras regiones ambicionadas por el expansionismo catalán, como Valencia y Baleares. Ese dinero robado a España y a su pueblo es, probablemente, el que está pagando el mantenimiento de Puigdemont en Bruselas, donde vive a cuerpo de rey.
La verdad sobre Cataluña será como un purgante de aceite ricino para el nacionalismo catalán, que durante algún tiempo recelará de los políticos, de los propios y de los de Madrid, que tampoco están limpios de culpa y de corrupción deleznable. Millones de catalanes se han creído las mentiras del nacionalismo, durante décadas, han confiando en la banda de delincuentes que lo lideraban y ahora, aunque no lo confiesen, empiezan a sentir vergüenza y a sentirse estafados.
El nacionalismo catalán va a entrar en uno de sus largos periodos históricos de letargo, pero no morirá porque el descontento de los catalanes y su odio a España ha sido y es un rasgo miserable constitutivo del "ser catalán" desde hace muchos siglos, por lo menos desde los tiempos medievales del condado de Barcelona que regían los Ramón Berenguer.
Ahora se ve claro que el independentismo catalán ha crecido y se ha convertido en una amenaza terrible gracias a la corrupción que domina la política española, dentro y fuera de Cataluña. Los principales promotores del cáncer catalán no han sido sólo los Pujol, los Mas, los Puigdemont, los de Ezquerra Republicana y los de la CUP, sino también los González, Aznar, Zapatero y Rajoy, todos ellos actuando como cómplices, socios e incluso como animadores de la rebelion antiespañola del catalanismo.
Esa es la verdad pura y dura con la que tenemos que vivir los avergonzados ciudadanos de una España que los políticos nos han convertido en una pocilga.
Francisco Rubiales
La Sección Décima de la Audiencia de Barcelona no ha seguido al pie de la letra el pacto al que llegaron Gemma Montul y la Fiscalía Anticorrupción, que rebajó su petición hasta los dos años, que hubiera impedido su ingreso en prisión. Ahora no. Además, el tribunal impone cuantiosas sanciones económicas a los acusados. A Félix Millet se condena también a una multa de 4.120.540; a Jordi Montull, 2.998.2834; a Gemma Montull, 2.663.995; y a Daniel Osàcar, 3.796.555 euros.
El "caso Palau" es paradigmático porque pone al descubierto la corrupción interna de la Cataluña nacionalista que ha gobernado esa región durante décadas y que ha sido colaborador y cónplice del PSOE y del PP en el gobierno de España. El saqueo del Palacio de la Música desprestigia al independentismo y también a los dos grandes partidos políticos españoles, PSOE y PP, que lo han permitido desde su miserable política de cerrar los ojos a lo que hicieran en Cataluña sus socios políticos.
Por mucho que digan que CDC ha muerto y que el actual partido de Mas y Puigdemont es otro distinto, esa mentira no puede colar y quedará nítido que los actuales son exactamente los mismos ladrones del pasado, con otras vestimentas.
La verdad ha tardado en dar la cara, pero ahora sale a flote reluciente e impresionante: el "España nos roba" era una cortina de humo propagandística y la verdad era "Cataluña nos roba".
El robo catalán no se ha limitado al Palau sino que tiene muchos capítulos que algún día serán juzgados y que nos llenarán de vergüenza, algunos sometidos a la comisión del 4 por ciento y otros robos puros de cantidades, desviadas o engullidas por los políticos y sus partidos, dinero empleado en acumular reservas para financiar la "República" catalana, para abrir embajadas ilegales, para comprar voluntades, para entrenar mossos de escuadra en técnicas de guerra, para compensar y enriquecer a los dirigentes independentistas y para expandir el virus del odio y la ruptura con España por otras regiones ambicionadas por el expansionismo catalán, como Valencia y Baleares. Ese dinero robado a España y a su pueblo es, probablemente, el que está pagando el mantenimiento de Puigdemont en Bruselas, donde vive a cuerpo de rey.
La verdad sobre Cataluña será como un purgante de aceite ricino para el nacionalismo catalán, que durante algún tiempo recelará de los políticos, de los propios y de los de Madrid, que tampoco están limpios de culpa y de corrupción deleznable. Millones de catalanes se han creído las mentiras del nacionalismo, durante décadas, han confiando en la banda de delincuentes que lo lideraban y ahora, aunque no lo confiesen, empiezan a sentir vergüenza y a sentirse estafados.
El nacionalismo catalán va a entrar en uno de sus largos periodos históricos de letargo, pero no morirá porque el descontento de los catalanes y su odio a España ha sido y es un rasgo miserable constitutivo del "ser catalán" desde hace muchos siglos, por lo menos desde los tiempos medievales del condado de Barcelona que regían los Ramón Berenguer.
Ahora se ve claro que el independentismo catalán ha crecido y se ha convertido en una amenaza terrible gracias a la corrupción que domina la política española, dentro y fuera de Cataluña. Los principales promotores del cáncer catalán no han sido sólo los Pujol, los Mas, los Puigdemont, los de Ezquerra Republicana y los de la CUP, sino también los González, Aznar, Zapatero y Rajoy, todos ellos actuando como cómplices, socios e incluso como animadores de la rebelion antiespañola del catalanismo.
Esa es la verdad pura y dura con la que tenemos que vivir los avergonzados ciudadanos de una España que los políticos nos han convertido en una pocilga.
Francisco Rubiales
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