Únicamente el juicio y condena de Puigdemont y sus secuaces acabará con el drama
No ha estallado la paz, ni el perdón, ni el arrepentimiento. Lo que ayer hicieron Puigdemont y los suyos es prolongar el drama y ampliar los márgenes del odio. No se sienten derrotados, pero, al carecer de suficiente victimismo y al no haber sufrido el castigo del Estado, la fiera ha decidido agazaparse en espera de mejores tiempos para dar el zarpazo definitivo a España. No han aplazado la independencia, sino la batalla final. Ante la falta de apoyos internacionales y el rechazo de las grandes empresas y de las instituciones democráticas del mundo, han decidido esperar una ocasión mejor para destruirnos.
¿Que respuesta debe dar ahora el Estado español?
Hay una sóla respuesta inteligente: juzgar a los criminales y condenarlos, como hicieron los aliados con los nazis en Nüremberg. Al ser condenados los dirigentes, el pueblo alemán resultó exculpado y quedaron abiertas las puertas para el perdón y la reconciliación.
Aprendamos de la Historia. La declaración de independencia de 1934 se esfumó cuando Companys fue encarcelado. Y hay otro ejemplo todavía más vigoroso: dos naciones como Alemania y Francia, que se odiaban, se combatieron con dureza extrema y se causaron cientos de miles de muertos, son hoy amigas y colaboran juntas en la conducción de Europa, olvidando hasta el recuerdo de la sangre derramada. Aquel milagro sólo fue posible porque hubo un juicio en el que los líderes nazis fueron condenados. Sin aquella condena, las heridas todavía estarían abiertas.
Por eso es imprescindible que España juzgue a Puigdemont, a Oriol Junqueras, a Forcadell, Trapero, Romeva y a los títeres irresponsables que intentaron sembrar de sangre las calles de Barcelona para que esa sangre les aupara hasta la independencia soñada.
Ha llegado la hora de la Justicia, no de una nueva represión que proporcione pólvora seca a los mojados cañones del independentismo. Los altos tribunales de Justicia deben ordenar la detención y el juicio rápido de los culpables del drama. Cuando sean condenados e ingresen en prisión, el pueblo catalán que los ha seguido empezará a olvidarlos y podrá recuperar los valores del catalanismo viejo, emprendedor, acogedor y cortés con sus mejores clientes, los españoles, donde tienen familiares y amigos.
Hay que aprender de la experiencia de Alemania, donde no se criminalizó al pueblo, sino a sus dirigentes. La idea es demostrar que los dirigentes han engañado al pueblo y conseguir que, por ese camino, la mayor parte de los separatistas abominarán de sus dirigentes y del separatismo. En cuanto al resto de los españoles, cansados de tensiones y de conflictos, una vez eliminado el separatismo supremacista, no habrá ninguna razón para que al cabo de unos pocos años la
normalidad vuelva.
Ésta es la única receta sabia. Desatar ahora la suspensión de la autonomía y la acción de las fuerzas policiales sería proporcional pólvora al enemigo, que, con la fuga de las empresas y la falta de apoyos internacionales, está sólo y asustado.
Si lo que merecen es la cárcel por sus actos irresponsables y criminales, que ingresen en prisión y la herida, por muy profunda que parezca, empezará a curarse.
Francisco Rubiales
¿Que respuesta debe dar ahora el Estado español?
Hay una sóla respuesta inteligente: juzgar a los criminales y condenarlos, como hicieron los aliados con los nazis en Nüremberg. Al ser condenados los dirigentes, el pueblo alemán resultó exculpado y quedaron abiertas las puertas para el perdón y la reconciliación.
Aprendamos de la Historia. La declaración de independencia de 1934 se esfumó cuando Companys fue encarcelado. Y hay otro ejemplo todavía más vigoroso: dos naciones como Alemania y Francia, que se odiaban, se combatieron con dureza extrema y se causaron cientos de miles de muertos, son hoy amigas y colaboran juntas en la conducción de Europa, olvidando hasta el recuerdo de la sangre derramada. Aquel milagro sólo fue posible porque hubo un juicio en el que los líderes nazis fueron condenados. Sin aquella condena, las heridas todavía estarían abiertas.
Por eso es imprescindible que España juzgue a Puigdemont, a Oriol Junqueras, a Forcadell, Trapero, Romeva y a los títeres irresponsables que intentaron sembrar de sangre las calles de Barcelona para que esa sangre les aupara hasta la independencia soñada.
Ha llegado la hora de la Justicia, no de una nueva represión que proporcione pólvora seca a los mojados cañones del independentismo. Los altos tribunales de Justicia deben ordenar la detención y el juicio rápido de los culpables del drama. Cuando sean condenados e ingresen en prisión, el pueblo catalán que los ha seguido empezará a olvidarlos y podrá recuperar los valores del catalanismo viejo, emprendedor, acogedor y cortés con sus mejores clientes, los españoles, donde tienen familiares y amigos.
Hay que aprender de la experiencia de Alemania, donde no se criminalizó al pueblo, sino a sus dirigentes. La idea es demostrar que los dirigentes han engañado al pueblo y conseguir que, por ese camino, la mayor parte de los separatistas abominarán de sus dirigentes y del separatismo. En cuanto al resto de los españoles, cansados de tensiones y de conflictos, una vez eliminado el separatismo supremacista, no habrá ninguna razón para que al cabo de unos pocos años la
normalidad vuelva.
Ésta es la única receta sabia. Desatar ahora la suspensión de la autonomía y la acción de las fuerzas policiales sería proporcional pólvora al enemigo, que, con la fuga de las empresas y la falta de apoyos internacionales, está sólo y asustado.
Si lo que merecen es la cárcel por sus actos irresponsables y criminales, que ingresen en prisión y la herida, por muy profunda que parezca, empezará a curarse.
Francisco Rubiales
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