Dicen que cada soldado que muere en guerra es un error político. Por tanto, los cuatro mil soldados americanos que hasta la presente han muerto en Irak constituyen cuatro mil errores políticos. Y, por extensión, los quinientos mil civiles y soldados irakíes que han muerto allí mismo son medio millón de errores más. ¿Cuántos errores debe cometer el hombre para darse cuenta de que se ha equivocado? Porque el presidente norteamericano Bush sigue diciendo que la guerra de Irak ha sido un acierto y que aquel país está mejor que estaba.
La violencia de Irak ha superado todos los cálculos: se preveía la muerte de militares; se conjeturaba la masacre de civiles; se barruntaba la mutilación de hombres, mujeres y niños; se precavía la destrucción de la estructura e infraestructura de un país que, mejor o peor, funcionaba; se temía la destrucción de la industria petrolífera, de viviendas, edificios públicos y privados... Pero lo que nadie sospechaba es que la cultura más antigua de la humanidad, la Mesopotamia (país entre el Tigris y el Eufrates, Irak) sería destruida, saqueada y expoliada ante los ojos impasibles de Europa, Asia y América.
Los únicos que han discrepado ha sido el grupo de los no-violentos. Se han dirigido a los políticos para decirles: a los de derechas, preocupados por mantener el orden, que el verdadero orden no se apoya en las metralletas y en las bombas, sino en el consentimiento de los ciudadanos; a los de izquierdas, empeñados en la lucha por la justicia, que la justicia que se impone por la violencia degenera en una injusticia de signo contrario, ya que nunca es la violencia la mejor ni la más eficaz de las armas. Pero rehusar a la violencia no significa resignarse a la injusticia.
El no-violento, si es cristiano, invocará al Evangelio, aludiendo al mandato nuevo para mantener su postura; si no es creyente, hablará del amor y abominará la guerra, “es preferible generar amor que no guerra”. Y también está claro que cuando hablamos de no-violencia no sólo nos referimos a la violencia física, también a la violencia moral. Está claro que un tiro puede matar a una persona, pero es diáfano, asimismo, que una calumnia también la puede matar.
A veces se acusa al pobre de ejercer la violencia para despertar la conciencia del poderoso. Un grupo de obreros encerrados en la catedral utilizan un tipo de violencia que no es física, pero tampoco se puede decir que sea moral, pues es el único recurso que le queda al pobre. Cristo desde la cruz no está ejerciendo una violencia física, ni tampoco moral. La han utilizado con él, pero él sólo ha usado el único recurso que le quedaba, entregar su vida por la salud de los demás. A muchas personas les molesta el signo de la cruz por motivos religiosos; eso es otra cosa.
La no-violencia no renuncia a la lucha, es decir, al esfuerzo por convencer al que está equivocado o hace el mal. Pero no lo hace con otro mal, trata de vencer al mal con el bien. Las penas de muerte, las bombas de los kamicazes, los actos terroristas quieren vencer al mal con el mal y no hacen sino fabricar una cadena de males sin fin. Cada día nos levantamos con una nueva guerra para conseguir la paz, pero seguimos paseándonos sobre miles de cadáveres.
JUAN LEIVA
La violencia de Irak ha superado todos los cálculos: se preveía la muerte de militares; se conjeturaba la masacre de civiles; se barruntaba la mutilación de hombres, mujeres y niños; se precavía la destrucción de la estructura e infraestructura de un país que, mejor o peor, funcionaba; se temía la destrucción de la industria petrolífera, de viviendas, edificios públicos y privados... Pero lo que nadie sospechaba es que la cultura más antigua de la humanidad, la Mesopotamia (país entre el Tigris y el Eufrates, Irak) sería destruida, saqueada y expoliada ante los ojos impasibles de Europa, Asia y América.
Los únicos que han discrepado ha sido el grupo de los no-violentos. Se han dirigido a los políticos para decirles: a los de derechas, preocupados por mantener el orden, que el verdadero orden no se apoya en las metralletas y en las bombas, sino en el consentimiento de los ciudadanos; a los de izquierdas, empeñados en la lucha por la justicia, que la justicia que se impone por la violencia degenera en una injusticia de signo contrario, ya que nunca es la violencia la mejor ni la más eficaz de las armas. Pero rehusar a la violencia no significa resignarse a la injusticia.
El no-violento, si es cristiano, invocará al Evangelio, aludiendo al mandato nuevo para mantener su postura; si no es creyente, hablará del amor y abominará la guerra, “es preferible generar amor que no guerra”. Y también está claro que cuando hablamos de no-violencia no sólo nos referimos a la violencia física, también a la violencia moral. Está claro que un tiro puede matar a una persona, pero es diáfano, asimismo, que una calumnia también la puede matar.
A veces se acusa al pobre de ejercer la violencia para despertar la conciencia del poderoso. Un grupo de obreros encerrados en la catedral utilizan un tipo de violencia que no es física, pero tampoco se puede decir que sea moral, pues es el único recurso que le queda al pobre. Cristo desde la cruz no está ejerciendo una violencia física, ni tampoco moral. La han utilizado con él, pero él sólo ha usado el único recurso que le quedaba, entregar su vida por la salud de los demás. A muchas personas les molesta el signo de la cruz por motivos religiosos; eso es otra cosa.
La no-violencia no renuncia a la lucha, es decir, al esfuerzo por convencer al que está equivocado o hace el mal. Pero no lo hace con otro mal, trata de vencer al mal con el bien. Las penas de muerte, las bombas de los kamicazes, los actos terroristas quieren vencer al mal con el mal y no hacen sino fabricar una cadena de males sin fin. Cada día nos levantamos con una nueva guerra para conseguir la paz, pero seguimos paseándonos sobre miles de cadáveres.
JUAN LEIVA
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